LA PRUEBA DE LAS PROMESAS

Juan Ruiz de Alarcón

Texto basado en la edición príncipe en PARTE SEGUNDA DE LAS COMEDIAS DE DON JUAN RUIZ DE ALARCÓN (Barcelona, 1634). Fue preparado por Vern Williamsen y luego pasado a su forma electrónica en 1998.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen don ILLÁN Y BLANCA
ILLÁN: De las desventuras largas, los bandos, muertes y daños que han durado tantos años entre Toledos y Vargas, quiere el cielo soberano que el alegre fin se vea, querida Blanca, y que sea el medio de paz tu mano. Don Enrique, la cabeza de los Vargas--¡qué ventura!-- vendernos la paz procura aprecio de tu belleza. Solo, hija, falta aquí, para fin de tantos males, que entre esos finos corales se forme un dichoso sí. ¿Qué te suspendes? Comienza a responderme. ¿Qué es esto? Si es que de tu estado honesto te enmudece la vergüenza, con tu padre sola estás, donde perdonarte puedes lo que a tu costumbre excedes por el gusto que me das. Más virtud es, Blanca hermosa, en este caso presente responder por obediente que callar por vergonzosa. BLANCA: La novedad de ese intento imposible me parece; y así, la lengua enmudece lo que admira el pensamiento; que esto en suceso tan vario, padre y señor, es forzoso, si en un punto miro esposo al que agora vi contrario. ¿Cómo no estaré turbada, suspensa y enmudecida, si con la mano convida, que aun no ha envainado la espada? ILLÁN: Eso no debe, admirarte; que no es ésta, segun creo, la primer vez que himeneo aplacó el furor de Marte. BLANCA: Ya que yo no he de admirarme, tú al menos has de mirar que de aborrecer a antar no es tan fácil el mudarme. Y así, si darme marido, y no enemigo, deseas, por quien sin vida me veas término, señor, te pido en que con el pensamiento de que soy de él estimada, de la enemistad pasada pierda el aborrecimiento. ILLÁN: Presto le querrás, si adviertes que es poderoso y galán, y que estas bodas serán remedio de tantas muertes que eres pobre, y tu beldad sola conquista su amor; que éste es el medio mejor de mover la voluntad; que ni yo quiero, ni es justo, casarte con tu enemigo. BLANCA: La mayor fuerza conmigo será ser ése tu gusto.
Vase doña BLANCA
ILLÁN: Pues tan provechoso intento resistencia tal ha hallado, otro amoroso cuidado ocupa su pensamiento. Pero remediarlo espero. ¡Lucía!
Sale LUCÍA
LUCÍA: ¿Señor...? ILLÁN: Advierte Que hoy mi buena o mala suerte poner en tus manos quiero. La palabra me has de dar, a ley de mujer honrada, de que no negarás nada de lo que he de preguntar; que yo la doy desde aquí del galardon que quisieres y que lo que me dijeres no saldrá jamás de mí. LUCÍA: Donde el servirle es tan justo, de tus promesas me ofendo, porque en ello no pretendo más premio que darte gusto. Seguro de mi verdad pregunta; que te prometo que en mi pecho no hay secreto que te niegue mi lealtad. ILLÁN: Sabe pues, hija Lucía, que Blanca me da cuidado; que es tiempo de darle estado, y para hacerlo querría aaber de tí, pues mejor de nadie inforinarme puedo, que galanes de Toledo solicitan su favor, y a cuál tiene inclínación de todos Blanca; que es justo que se haga con su gusto, si puede ser, la elección. LUCÍA: Señor, quererte contar los que su amor atormenta, será reducir a cuenta las arenas de la mar. De todos pues, te diré dos solamente, que son los de más estimación y en quien más amor se ve. Uno es don Juan de Ribera, y don Enrique de Vargas es el otro; y pues me encargas que el que en su pecho prefiera te declare, me parece, si son de pasiones tales pregoneras las señales, que a don Enrique aborrece y a don Juan tiene afíción; aunque, si digo verdad, con su mucha honestidad reprime su inclinación; y así, don Juan hasta agora se tiene por desdichado, porque jamás ha alcanzado un favor de mi señora. Esto es, señor, lo que sé; y piensa que si supíera más, también te lo dijera. ILLÁN: Bien cierto estoy de tu fe; y pues que tan de mi parte en este caso te veo, te diré lo que deseo. LUCÍA: Bien puedes de mí fïarte. ILLÁN: Yo confieso que don Juan es muy deudo del marqués de Tarifa, y digo que es rico, discreto y galán, y que tuviera mi hija en él venturoso empleo; mas con todo, mi deseo es que a don Enrique elija; que demás de que no tiene menos partes que don Juan de rico, noble y galán, esto a la quietud conviene, porque la paz se concluya de disensiones tan largas entre Toledos y Vargas, por ser él cabeza suya; y así, tú de aquí adelante encarmina su intención, haciendo en su ejecución cuanto juzgues importante. Habla bien con Blanca de él, y ocasiones facilita en que le escuche, y admita ya el recado, ya el papel, para inclinar a su amor. Mas vé con tiento, y advierte que ha de ser esto de suerte que no peligre mi honor. Los medios ordenarás por el fin que se pretende. LUCÍA: Bien sé hasta dónde se extiende la licencia que me das. ILLÁN: Y si se ofrece tratar de don Juan, ponle defetos importantes y secretos, porque no pueda probar lo contrario; y verás luego como en un término breve se trueca en fuego la nieve, y en nieve se trucea el fuego. LUCÍA: Yo espero hacerlo de modo que alcance lo que pretendo. ILLÁN: Como fuere sucediendo, me vé avisando de todo; que el día que tenga efeto esta intención, ese día cincuenta doblas, Lucía, en albricias te prometo. LUCÍA: Pues, perdóneme don Juan, y da el negocio por hecho; que tantas doblas ¿qué pecho de bronce no doblarán?
Vanse. Salen don JUAN y TRISTÁN
TRISTÁN: Con una traza sospecho que tendrás tiempo y lugar, señor, para conquistar de Blanca el esquivo pecho. JUAN: Dila; que si es provechosa, con extremo lo serán tus albricias. TRISTÁN: Don Illán, padre de tu prenda hermosa, estudia con gran cuidado La magia y nigromancía. De su crïada Lucía, con quien de amores he andado, lo he sabido; que en efeto es mujer y me ha querido y como es niño Cupido, no sabe guardar secreto. Paréceme que fingir que sabes la magia fuera un medio que te pudiera por su amigo introducir; y una vez introducido, te sobrarán ocasiones de lograr tus pretensiones. JUAN: Traza como tuya ha sido. Si él en esa profesión es docto, y yo no la sé, di necio, ¿cómo podré salir con esa invención? En sabiendo que mentí y le engañé, ¿no es forzoso tenerme por sospechoso y recelarse de mí? TRISTÁN: Recibe mi buen intento. JUAN: No estoy desagradecido, porque no del todo ha sido inútil tu pensamiento; que el decirme que ha estudiado don Illan nigromancía, me ha dado extraña alegría, porque tan aficionado he sido siempre a sabella, que sin duda alguna creo que en mi pecho este deseo iguala al de Blanca bella; y así, dos fines intento con solo un medio alcanzar. TRISTÁN: ¿Cómo? JUAN: De tí he de fïar, Tristán, este pensaimento, pues tanto tiempo has tenido de mi secreto las llaves, y de mil sucesos graves mudo depósito has sido. Ven; que te quiero decir a lo que resuelto estoy. TRISTÁN: Ya sabes que piedra soy en el callar y sufrir.
Vanse. Salen LUCÍA, don ENRIQUE y CHACÓN
LUCÍA: Éste es, señor, el estado, ésta la nueva que puedo daros de vuestro cuidado. ENRIQUE: De don Illán de Toledo la voluntad me ha obligado, si bien puedo presumir que la finge por cumplir conmigo, y que allá en secreto, para que estorbe su efeto, sabe a Blanca persuadir. LUCÍA: La pasada enemistad desacreditar pudiera el deseo y voluntad de don Illán, si no fuera testigo de su verdad el desdén que antes de agora doña Blanca, mi señora, mostró siempre a vuestro amor; mas porque de mi señor no penséis que falso dora con aparente afición secreto aborrecimiento, yo tengo de él comisión pPara ayudar vuestro intento hasta ver su ejecución; y así, Enrique, ved qué oficio, qué invención o qué artificio, qué exceso quereis que haga con que de esto os satisfaga, que importe a vuestro servicio. ENRIQUE: Solamente en cumplimiento de lo que ofreces, intento que me des tiempo y lugar en que a solas pueda hablar a quien causa mi tormento. LUCÍA: ¡A solas! ENRIQUE: Sí: ¿qué temor te acobarda? LUCÍA: Yo he de hacer de suerte, por vuestro amor, que riesgo no ha de correr de doña Blanca el honor. ENRIQUE: Pierda la vida al momento que tan atroz pensamiento tenga en mi pecho lugar. Solo la pretendo hablar y decirle el mal que siento; y porque crédito des a esta verdad, y se vea que otra mi intencion no es, quiero que en su casa sea, y que tú con ella estés. LUCÍA: Eso lleva más camino, y serviros determino. ENRIQUE: Pues comiénzalo a trazar. LUCÍA: Bien fácil es de alcanzar con el medio que imagino. ENRIQUE: Habla, pues; ¿qué te detiene? LUCÍA: En el estudio os entrad de don Illán. ENRIQUE: ¿Y si él viene? LUCÍA: A mi cargo lo dejad. Demás que el estudio tiene mesas, estantes, cajones, que dan ocultos rincones. Y advertid que mi señora no sepa que soy la autora que ayuda estas pretensiones.
Vase
ENRIQUE: Entra conmigo Chacón; que importa tu compañía, si hay peligro en la ocasión. CHACÓN: (El favor perdonaría; Aparte que recelo una traición.)
Vanse. Salen doña BLANCA y LUCÍA
BLANCA: Amiga Lucía, ya triste no puedo encubrir las llamas de mi loco incendio. Mientras no soplaban contrarios intentos, oculto en cenizas reposaba el fuego; mas ya la violencia de enemijos vientos descubrió la brasa, encendió el deseo. Sabe que mi padre, Quiere...--¡oh, santos cielos, esta triste vida me quitad primero!-- ...quiere a don Enrique darme en casamiento, contrario a mi sangre, y a mi gusto opuesto, siendo--¡ay desdichada!-- de mis pensamientos don Juan de Ribera el único dueño. Porque se conformen los bandos sangrientos de los dos linajes Vargas y Toledos, tan a costa mía se ha trazado el medio, que ha de ser mi gusto víctima del pueblo. Mira mis desdichas, siente mis tormentos; o afila un cuchillo, o traza un remedio. LUCÍA: Señora, en mi pensamiento halla justa resistencia el faltarte la paciencia, sobrándote entendimiento. De la Fortuna el rigor prueba el pecho valeroso, porque en el tiempo dichoso vive dormido el valor. BLANCA: Amor es niño, y no tiene sufrimiento en sus antojos. LUCÍA: Di que como está sin ojos, no ve lo que le conviene; que yo sé que si un momento te deja abrir la pasión los ojos de la razón, has de mudar pensamiento. BLANCA: ¡Qué dices! ¿Estás en tí? Pues don Juan, ¿no me está bien? Conjúraste tú tambien con mí padre contra mí? Dime, ¿no eres tú quien de él tantas gracias me ha contado, y quien darme ha procurado, ya el recado, ya el papel? Pues ¿cómo agora me das consejo tan diferente? Di, ¿de qué nuevo accidente tan presto mudada estás? LUCÍA: Yo te confieso que he sido quien procuró tu favor para don Juan, y a su amor, señora, te he persuadido; mas fue porque no sabía lo que he sabido después, que a la mudanza que ves me ha obligado. BLANCA: ¿Y es, Lucía? LUCÍA: ¿Mandas que lo diga? BLANCA: Sí . LUCÍA: ¿Has de enojarte? BLANCA: No haré. LUCÍA: (El cielo favor me dé, Aparte que van las doblas aquí.) Bien conoces á Tristan. BLANCA: Sí conozco. LUCÍA: Y has sabido que él el mensajero ha sido de las penas de don Juan. BLANCA: Sí. LUCÍA: Pues él, en puridad hablando conmigo ayer, desesperando de ver amansada, tu crueldad, como siempre tan terrible te has mostrado a su porfía, dijo, "En efeto, Lucía, ¿esta empresa es imposible?" Yo le respondi, "Tristan, según lo que he visto, infiero que alcanzará al sol primero que a mi señora, don Juan." Entonces cabeceó Tristán, y dijo, "¡Qué fuera si doña Blanca supiera los secretos que sé yo!" Yo, que récele tu mal con esto, empecé a tener curiosidad de mujer ycuidado de leal, y le dije, "Por mi vida, que los digas; que prometo que te guardaré secreto, y te seré agradecida." Él, que oligarme quisiera, porque, si dice verdad, reino yo en su voluntad, me dijo de esta manera, "Sabe pues que aunque don Juan, mi señor, en lo que ves, de la cabeza a los pies es tan bien hecho y galán, no es oro todo, Lucía, lo que reluce, y secretos padece algunos defetos, que solo de mí confía; y pues de ello gustas, ¿ves aquel hilo de sus dlentes tan blancos y transparentes? Pues son postizos los tres." BLANCA: ¡Jesús! LUCÍA: "Pues en esta parte," dijo, "no perdiera nada, puesto que a la vista agrada, como la verdad, el arte; mas es el daño mayor, e insufrible, a lo que entiendo, que la falta y el remiendo son causa de mal olor." BLANCA: ¡Qué gran falta! LUCÍA: ¡Para ti, que tu vicio es oler bien! BLANCA: Grandes engaños se ven. LUCÍA: Pues, ¡las piernas!... Oye. BLANCA: Di. LUCÍA: Dice--¡extrañas maravillas!-- que cañas las conoció, y sin milagro les dio San Felipe pantorrillas. Con esto, señora, he hecho lo que tengo obligación; si con todo, su afición viviere en tu hermoso pecho, en albricias te daré encaminar tu cuidado; que sabe Dios que he forzado mi voluntad por tu fe; que mi deseo mayor es que quieras a don Juan; que yo también a Tristán --y perdona--tengo amor. BLANCA: ¡Ay! ¡Qué de nieve ha llovido sobre el amor en que ardí! LUCÍA: ¡Ay! ¡Cómo yo lo temí, y excusarlo no he podido! Mas don Juan es éste. BLANCA: ¡Ay cielo! ¡Saltos me da el corazón! LUCÍA: (Plegue a Dios que mi invención Aparte no dé con todo en el suelo.)
Salen don JUAN y TRISTÁN
TRISTÁN: Blanca está aquí. JUAN: ¡Qué ventura! TRISTÁN: Tu traza verás lograda, pues que te ofrece a la entrada tan dichosa coyuntura. JUAN: Hermoso dueño mío, por quien sin fruto lloro, pues cuanto más te adoro, tanto más desconfío de vencer la esquiveza que intenta competir con la belleza, la natural costumbre en ti miro trocada; lo que a todas agrada, te causa pesadumbre; el ruego te embravece, Amor te hiela, llanto te endurece. Belleza te compone divina, no lo ignoro, pues por deidad te adoro; mas, ¿qué razón dispone que perfecioneS tales rompan los estatutos naturales? Si a tu belleza he sido tan tierno enamorado, si estimo despreciado y quiero aborrecido, ¡qué ley sufre o qué fuero que me aborrezcas tú porque te quiero? BLANCA: (¿Qué haré, cielo divino, Aparte luchando en mi deseo perfecíones que veo con faltas que imagino? ¿Posible es que un defeto pueda caber en tan galán sujeto? LUCÍA: (Blanca está enternecida Aparte remediarlo conviene.) Tu padre, Blanca, viene. BLANCA: ¡Triste! ¡Yo soy perdida! JUAN: No importa; que yo tengo un negocio con él. A hablarle vengo. LUCÍA: Pues pasa tú, señora, al estudio a esconderte. BLANCA: Bien dices. JUAN: ¡Dura suerte! De quien firme te adora te acuerda, gloria mía. BLANCA: Sí haré LUCÍA: Tristán, adiós. TRISTÁN: Adiós, Lucía.
Vanse las dos
Sí haré, dijo. Bien se ha hecho JUAN: Ya la Fortuna se muda. TRISTÁN: Hoy has salido, sin duda, de casa con pié derecho: mas ya sale don Illán.
Sale don ILLÁN
JUAN: Vuestras nobles manos beso, Señor don Illán. ILLÁN: ¿Qué exceso es éste, señor don Juan? JUAN: Esto es hacer lo que debo; que si es nuevo el visitaros, el ser vuestro y desearos servir, sabéis que no es nuevo. ILLÁN: Excusad el cumplimiento; que si tenéis que mandarme, no agradezco el dilatarme nueva de tanto contento. JUAN: Ya el buen efeto adivino de mi intención, pues viniendo a pediros, ofreciendo me habéis salido al camino; y así, pues vos me animáis, no recelo el declararme. ILLÁN: Seguro podéis mandarme. (Como a Blanca no pidáis.) Aparte JUAN: Ya, señor, habréis sabido la inclinación y amistad que desde mi tierna edad a las letras he tenido. Trabajos, penas y daños por saber no perdoné. Tantas ciencias estudié cuantas permiten mis años, sólo, por no haber hallado quien me dé preceptos de ella, entiendo menos de aquella que enciende más mi cuidado. Ésta es la nigromancía, en que sé que sois tan diestro, que teneros por maestro el mismo Merlín podría. Esta intencion me ha traído a buscaros. Yo sé bien que os pido mucho, y también sé que nada os he servido; mas a las sangres famosas tocan dificiles hechos, y a los generosos pechos se han de pedir grandes cosas. Y vuestras pruebas estoy cierto de que han de obligaros, y el ver que podéis fïaros de mí, pues sabeís quien soy. ILLÁN: Don Juan, no os quiero negar que sé el arte; que usar de ella es culpa, mas por sabella a nadie vi castigar; mas puesto que entrambos fueros, como sabéis, han vedado el enseñarla, excusado quedaré de obedeceros; que al amigo, pienso yo que han de pedirse las cosas grandes y dificultosas, mas las ilícitas no; que aunque sois tan caballero, y obligarme pretendéis, quizá vos mismo seréis el que me culpe primero; que cualquier delito nace con tal fealdad y tal pena, que aquel mismo le condena a cuya instancia se hace. JUAN: Basta ya; que estoy corrido de vuestro injusto temor. En hombres de mi valor, ¿qué ingratitud ha cabido? ¡Ojalá venga ocasión en que os muestre la experiencia La honrada correspondencia de este hidalgo corazón! Que, don Illán, ¡vive Dios, que he de sentir yo primero los golpes del duro acero que las amenazas vos! Demás de que mostrar miedo del castigo es no querer. ¿Qué jüez se ha de atrever a don Illán de Toledo? No por injustos recelos de enseñarme os excuséis; que si tal merced me hacéis testigos hago a los cielos de esta palabra que os doy, que siempre vuestra ha de ser mi hacienda, vida y poder, cuánto valgo y cuánto soy. ILLÁN: Vencido de vos me veo. Forzoso es, don Juan, serviros, y a cualquier precio cumpliros un tan ardiente deseo. JUAN: Los piés, don Illan, os pido. ILLÁN: Levantad; que me ofendéis. Mirad que no os olvidéis de lo que habéis prometido. JUAN: Mi valor y calidad habré entonces olvidado. ILLÁN: Con el aumento de estado y la mudanza de edad, más de alguno conocí que la memoria perdió. JUAN: Si el mundo mandare yo, vos me mandaréis a mí. Y estos no son cumplimientos, sino veras de mi fe. ILLÁN: (Presto la verdad veré Aparte de vuestros ofrecimientos.) De esto que hago por vos, el secreto es excusado encargaros. JUAN: Si un pecado es el que hacemos los dos, siendo igual el riesgo mío, por el que tengo callara, si el vuestro no me obligara. Solo mis secretos fío; que es bien trataros verdad, pues tanta merced me hacéis, de este crïado que veis, que desde mi tierna edad, en Salamanca estudiante, y en otras partes después, de graves sucesos es un sepulcro de diamante. Mas no penséis que bastara el conocer su sujeto solo para que el secreto de este caso le fïara, si no me fuera forzoso, por ser él el instrumento por quien consigo este intento, de que estoy tan deseoso. ILLÁN: Pues ¿cómo? JUAN: Porque él también es a la magia inclinado, y sabiendo mi cuidado, no sé por dónde o de quién tuvo noticia que vos la sabéis, y me dio el punto. ILLÁN: (Los oráculos barrunto Aparte que os instruyen a los dos. Por Blanca, que os quiere bien, mis archivos penetráis.) Pues de él vuestro honor fïáis, yo puedo hacerlo también. JUAN: Besa al señor don Illán los pies por tanta merced. TRISTÁN: Yo os los beso; mas creed que aunque es sirviente Tristán, es al menos bien nacido; y esto a mi crédito sobra; que en cualquier tiempo la obra a su dueño ha parecido. ILLÁN: En mi estudio pues entrad mis libros os mostraré. JUAN: Vamos. ILLÁN: (Presto probaré Aparte tu secreto y tu verdad.)
Sale un PAJE
PAJE: Agora entró en el zaguán el potro de Andalucía que a Madrid tu hermano envía. ILLÁN: Bajémosle a ver, don Juan; que el estudio veréis luego. JUAN: Vamos. ILLÁN: Por su ligereza, por su ardor y su belleza le llaman "Hijo del fuego."
Vase don ILLÁN
TRISTÁN: Vender puedes alegría. JUAN: Ya lo toco y no lo creo. Dos cosas que más deseo se me cumplen en un día; que Illán la magia me enseña, y Blanca me hace favor. TRISTÁN: Si yo salgo encantador, no dejo a vida una dueña.
Vanse. Sale BLANCA, huyendo de don ENRIQUE; LUCÍÁ Y CHACÓN
BLANCA: ¡Ay de mí! ¡Traición! ENRIQUE: Señora, si el adoraros lo ha sido, la mayor he cometido. Nadie como yo os adora. BLANCA: Dejad lisonjas agora; que la cabeza... ¡Ay de mí! El bando contrario aquí a darnos la muerte entró. ENRIQUE: A daros la muerte no, a buscar la vida sí.
A LUCÍA
BLANCA: Llama á mi padre. ENRIQUE: Si darme la muerte, Blanca, queréis, con sólo un rayo podéis de vuestros ojos matarme. BLANCA: El hielo intenta abrasarme. ¿Cuándo entrasteis? ¿Cómo, o quién os dió la traza? ENRIQUE: Mi bien, buscando vuestro favor, abrió la puerta mi amor, que cierra vuestro desdén. Solicitando, señora, esta ocasión que ha querido, de mis males condolido, ofrecerme el cielo agora. Este pecho, que os adora, rompió las dificultades de bandos y enemistades; que si me arriesgo a morir, ¿qué más morir que sufrir, amando, vuestras crueldades?
Al oído a don ENRIQUE
LUCÍA: ¿Agora gastas razones, cuando te ofrece el cabello la Ocasión? Llega. (Que en ello Aparte me van cincuenta doblones.) Eso sí. BLANCA: Si te dispones, grosero, a descomponerte, llamaré a mi padre, advierte. ENRIQUE: Venga; que hoy tendrá mi amor, o de tus manos favor, o de las suyas la muerte.
A doña BLANCA
LUCÍA: Él está loco sin duda.
A don ENRIQUE
¿Qué es esto? Suelta, desvía. ENRIQUE: Cuanto crece, gloria mía, ................. [-uda]. ................. [-uda]; más vuestro rigor crüel. Tanto más me abraso en él. BLANCA: Ardo en rabia. ENRIQUE: Yo en amor. LUCÍA: ¡Triste de mí! Mi señor. BLANCA: ¿Mi padre? LUCÍA: Y don Juan con él. BLANCA: ¡Ay cielo! Escóndete presto, Enrique, tras un estante. ENRIQUE: No temas. BLANCA: De fiel amante me darás indicio en esto. Mira que mi estado honesto opinión puede perder, y sin mi culpa caer torpe nota en la honra mía. ENRIQUE: Si esconderme es cobardía, es fineza obedecer. CHACÓN: Sí, señor; que a toda ley, en ocasión tan estrecha, no hay cosa como evitar escrúpulos de conciencia.
Retiranse al paño. Salen don ILLÁN, don JUAN, TRISTÁN y PÉREZ
ILLÁN: ¿Qué os dice el Hijo del fuego? JUAN: Que echó en él naturaleza cuanto su saber alcanza y cuanto pueden sus fuerzas. ILLÁN: Desde Córdoba lo envía mi hermano, que lo presenta en la corte a cierto amigo. JUAN: Darse al rey mismo pudiera, y más si acaso las obras con el talle se conciertan. ILLÁN: Probémosle, si os agrada. JUAN: Mi voluntad es la vuestra. ILLÁN: Mientras el senor don Juan ve mis libros, adereza, Pérez, el Hijo del fuego. PÉREZ: ¿Qué aderezo? ILLÁN: De jineta. PÉREZ: Voy, señor.
Vase
ILLÁN: Avisa luego que aderezado le tengas.
Hablan aparte doña BLANCA y LUCÍA
BLANCA: Por no dar a don Juan celos le rogué que se escondiera. LUCÍA: Bien has hecho, que no es justo, Aunque tantas faltas tenga, Pagar mal su amor. (Con esto Aparte la obligo a acordarse de ellas.) ILLÁN: ¿Aquí estás, Blanca? BLANCA: Ya sabes, señor, que más me deleitan tus libros que mis labores. JUAN: (¡Ay, soberana belleza! Aparte ¡Pimpollo, al fin, de tal árbol.) Con la hermosura y la ciencia quitaréis, Blanca divina, la adoracion a Minerva. ILLÁN: A Blanca le falta todo. Dejad de desvanecerla, y a los libros atended. Los autores y materias Sus títulos os dirán. JUAN: Verlos quiero.
Mira libros
TRISTÁN: Aquí comienzan tus gustos. ILLÁN: Oye, Lucía.
Háblala aparte. TRISTÁN habla aparte con don JUAN
TRISTÁN: ¡Aquí está Merlin! ¡Qué pieza! Con gran cuidado te mira doña Blanca. JUAN: (¡Ay dulce prenda!) Aparte LUCÍA: Esto ha pasado. Él está tras un estante. ILLÁN: (Hoy mi ciencia Aparte maravillas ha de obrar.) LUCÍA: Tristán, ¿cómo no me cuentas qué enredos son éstos? TRISTÁN: Calla. Cuando a la noche te vea, te diré mil novedades; agora basta que sepas que hoy ha llegado a Toledo un pesquisidor de viejas; que sabiendo el rey que son difuntos que se menean, y que dentro de sus cuerpos andan sus almas en pena, manda que las desencanten, y que sirvan en la guerra para parches sus pellejos, sus huesos para baquetas. LUCÍA: ¡Pobres de ellas! ILLÁN: (Bien está Aparte trazado de esta manera. Darle quiero por encanto y mágicas apariencias, riquezas, honras y oficios para probar sus promesas;
Escribe un papel
y con estos caracteres efeto quiero que tenga.
Sale un PAJE
PAJE: Señor don Juan, un hidalgo, forastero por las señas, por vos llegó preguntando, y vuestra licencia espera para hablaros, porque os trae de mucho gusto unas nuevas. JUAN: Aguarde. ILLÁN: Si son de gusto, no dilatéis el saberlas. Entre, si licencia dais. JUAN: Entre, pues vos dais licencia. PAJE: Entrad, hidalgo. ILLÁN: (Mis artes Aparte nigrománticas empiezan a obrar en esto.)
Sale un CAMINANTE con un pliego
CAMINANTE: ¿Quién es aquí don Juan de Ribera? JUAN: Yo soy. CAMINANTE: Pues déme los piés y albricias vuestra excelencia. JUAN: Alzad, y mirad que erráis, según el estilo muestra, por el nombre la persona. TRISTÁN: ¡Excelencia dijo! CAMINANTE: Fuera pedir albricias locura, a no ser tales las nuevas, que a esa duda os obligaran; mas las cartas de creencia bastarán a aseguraros lo que no puede mi lengua.
Dale un pliego
Marqués de Tarifa sois; que aunque imposible os parezca, la parca sabe cortar en un punto muchas hebras. Entró en casa del marqués, mi señor, que el cielo tenga, aire tan inficionado, tan enojada influencia, que, él y un hermano, en tres días, y un hijo--¿quién tal creyera?-- fueron excelsos marqueses y fueron humilde tierra. La marquesa, mi señora, aunque lastimada, cuerda, hizo junta de letrados, y mirando bien en ella la erección del mayorazgo y el árbol de los Riberas, hallaron, señor don Juan, todos conformes, que es vuestra la sucesión del estado, que por muchos años sea; y al punto con esa carta el parabién y las nuevas me despachó por la posta mi señora la marquesa. TRISTÁN: ¡Qué gran dicha! BLANCA: (¡Loca estoy!) Aparte ILLÁN: Goce, señor, vueselencia por mil años el estado. JUAN: El señor don Illán crea que será para servirle cualquier aumento que tenga. ILLÁN: (¿Ya me habláis de impersonal? Aparte Presto el desengaño empieza.) BLANCA: Mil norahuenas os doy, señor marqués. JUAN: Blanca bella, para bien vuestro será cuánto valga y cuánto pueda.
Aparte al paño don ENRIQUE
ENRIQUE: (Celosa envidia me abrasa.) Aparte TRISTÁN: Señor, bien es que merezca quien tus pies besó merced, besártelos excelencia. JUAN: La mano te doy. La carta leo con licencia vuestra. BLANCA: ¿Quién tal creyera? LUCÍA: Tristán, ¿agora darásme audiencia? TRISTÁN: Sí; que mudanzas de estado no mudan naturaleza; más el modo de tratarnos solo destajar quisiera. Hablarásme de vusía. LUCÍA: Pues tú, ¿qué titulo heredas? TRISTÁN: Agora hablémonos de vos, para evitar diferencias. JUAN: Mi dicha es cierta; y pues fuistes vos de ventura tan cierta mensajero, las albricias me pedid que daros pueda. CAMINANTE: De camarero serví al marqués difunto. Premia con ese oficio mi fe. TRISTÁN: ¡Camarero! Pues ¿qué dejas para...? JUAN: Tristán, tú has de ser mi secretario; que es fuerza, pues tengo tan conocido tu secreto y tu prudencia. Vos sois ya mi camarero. CAMINANTE: Mil años mi dueño seas.
Habla aparte con don ILLÁN
Ya con fantástico cuerpo he obedecido a la fuerza de tus conjuros, Illán. Mira si otra cosa ordenas. ILLÁN: Que prosigas la llusión que le ha obligado a que crea que es de Tarifa marqués, hasta que de sus promesas el engaño o la verdad me descubra la experiencia; que, como verás, agora tengo de hacer la primera.
A don JUAN
Cuando derramáis mercedes, bien es que parte me quepa; Y así, en albricias, señor, de que tan dichosa nueva tuvistes en esta casa, y en fe de vuestras promesas, os suplico que el gobierno de vuestro estado merezca un hijo que en Salamanca estudió jurisprudencia, y está en Madrid pretendiendo; porque en ese oficio pueda habilitar su persona y servir a vuecelencia, para que con su favor, y dar allí de sus letras testimonio, a alguna plaza su majestad le promueva. JUAN: Don Illán, no ha de faltar tiempo y lugar en que pueda manifestaros mi amor y cumpliros mis promesas. El gobierno de mi estado, para tan ilustres prendas como las de un hijo vuestro, es ocupación pequena; Fuera de que en Salamanca tuve un ayo, a quien con ella de sus antiguos servicios daré justa recompensa. Y para que echeis de ver que mi corazón desea que en pretensiones más altas probeis mi amor y mis fuerzas; puesto que me parto al punto a Madrid, porque a su alteza bese la mano y le dé de mi nuevo estado cuenta; y en Toledo tenéis vos menos gustos que pendencias con estos bandos sangrientos, con estas civiles guerras; os pido, por vida mía y por la de Blanca bella, que os partáis con vuestra casa luego a Madrid, porque pueda dar a vuestros mismos ojos de mi afición experiencia, y también porque de vos el arte que he dicho aprenda, pues a asistir en la corte el nuevo estado me fuerza. ILLÁN: Señor... JUAN: No me respondáis. Yo voy a partirme; sea, señor don Illán, partiros luego tras mí la respuesta. Y vos, sed en este intento, Blanca hermosa, mi tercera; que de vos he de quejarme si vuestro padre se queda.
Vase
TRISTÁN: Marcha a la corte; que allí tu secretario te espera.
Vase
BLANCA: (Seguiráte el pensamiento, Aparte dado que el alma no pueda.) ILLÁN: ues, Blanca, ¿qué dices de esto? BLANCA: ¿En qué duda te aconsejas, donde no deja elección a la voluntad la fuerza? Precepto fué, que no ruego, el del marqués; y pudieras solicitar codicioso lo que la Fortuna ordena, pues fuera de que el marqués podrá en Madrid cuanto quiera, de los bandos de Toledo huyes la inquietud sangrienta. ILLÁN: (Ya os entiendo. Amor os guía.) Aparte Supuesto que tú no quieras ser, dando la mano a Enrique, irís de tanta tormenta, iré a la corte. BLANCA: Yo he hecho a mi corazón violencia; mas solas pueden mudar la inclinación las estrellas. ENRIQUE: (¡Ah, crüel!) Aparte BLANCA: Oye, Lucía.
Vase
ILLÁN: (0 será vana mi ciencia, Aparte o han de hacer los desengaños que a quien amas aborrezcas en los minutos de un hora; que en solo el tiempo que resta para ensillar el caballo, con las artes hechiceras he de cifrar muchos días, y epilogar muchas leguas en la esfera de esta casa y a cuantos están en ella, sin salir de sus umbrales, les tengo de hacer que vean en varias tierras y casos la prueba de las promesas.)
Vase
CAMINANTE: Fácil es cuanto emprendieres a mi poder y a tu ciencia.
Vase. Sale don ENRIQUE
ENRIQUE: ¿Ah, Lucía! LUCÍA: Don Enrique, éste no es tiempo de quejas, sino de hüir el peligro de que mi señor os vea. ENRIQUE: Cuando muero sin remedio, ¿qué peligro habrá que tema? LUCÍA: Idos, por Dios, idos presto, antes que mi dueño vuelva, y apelad a mi cuidado de tan duras esquivezas, pues yo vuestro bien deseo. ENRIQUE: Ese consuelo me queda. A la corte iré, siguiendo su crueldad y su belleza, hasta vencer sus rigores, o morir entre mis penas. LUCÍA: Bien haréis; idos. ENRIQUE: Mi vida en tus manos se encomienda.
Vase
LUCÍA: ¡Qué engañada confïanza! Volvió Fortuna la rueda. Viva el marqués, y a las doblas desprecio; que más me llevan, que posesión de merced, esperanzas de excelencia.

FIN DEL ACTO PRIMERO

La prueba de las promesas, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002