ACTO TERCERO


Sale don FÉLIX, teniendo a don GARCÍA
GARCÍA: Soltad. FÉLIX: No iréis, vive Dios. GARCÍA: ¿He de mostrar cobardía al Marqués? FÉLIX: Yo, don García, tengo de morir con vos; mas si el fin de resolveros es no perder la beldad de Leonor, ¿no es necedad perdella más con perderos? GARCÍA: ¿Indicios de cobardía, siendo quien soy, he de dar? FÉLIX: Esto no es sino guïar bien las cosas, don García. Tracemos cómo Leonor dé efecto a vuestra esperanza; que ésa es la mayor venganza y el verdadero valor; pues si su bien le quitáis, dos fines conseguiréis. Mostrar que no lo teméis, y gozar de quien amáis. El que llevare a Leonor, ése vence. En eso topa porque el que guarda la ropa, sólo es el buen nadador. GARCÍA: En vano buscáis remedios; que el venirnos a encontrar es fuerza, si he de pasar a los fines por los medios. Sin visitarla, sin verla, sin servilla y sin hablarla, ¿cómo puedo yo obligarla? ¿Cómo llegar a vencerla? FÉLIX: ¿No tenéis amigos fieles? ¿No hay mensajeros discretos? ¿No hay medianeros secretos? ¿No hay recados? ¿No hay papeles? ¿No hay disfraces? ¿No hay espías? ¿No hay noches? ¿No hay a deshora hablar a vuestra señora, sin temáticas porfías? Buscar el inconveniente es notorio desvarío. En el más pequeño río no hay vado como la puente. El Marqués es poderoso; vos no, aunque tan caballero. De vuestro valiente acero confieso el valor fatnoso; y era ofensa declarada el quereros impedir, si fuera cierto el reñir cuerpo a cuerpo en la estacada. No digo yo que ha de hacer el Marqués superchería, ni es razón; pero podría querer usar del poder; que puede al fin un señor, desvanecido en su alteza, dar título de grandeza a lo que ha sido temor. Y aunque es fuerza confesaros que vuestra nobleza es tal, que no puede el Marqués con razón supeditaros; lo que en estado os excede y os aventaja en hacienda, basta para que pretenda darnos a entender que puede. Y así arrojaros es loca intención, mientras no es tanta el agua, que a la garganta pida paso por la boca. Si no podéis de otro modo con Leonor comunicaros, ahí será el determinaros y el aventurarlo todo. GARCÍA: En tanto que la honra mía no peligre, seguiré vuestro consejo. FÉLIX: A mi fe fïad vuestro honor, García. GARCÍA: Trazad pues cómo a Leonor pueda yo ver. FÉLIX: ¿Un papel no os escribió? GARCÍA: Sí. FÉLIX: Y en él, ¿qué estado muestra su amor? GARCÍA: Satisfaciones me envía.
Dale un papel
Leedlo, con advertencia de que lo escribió en presencia de doña Clara su tía.
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FÉLIX: "Mucho siento verme con vuestra merced tan mal acreditada, que no basten satisfacciones mías a celos mal fundados. Aseguróle que si le engañara, le desengañara. Mi tía es y ha de ser de vuestra merced, y remite la prueba de sus verdades a las obras. Y si con esto prosigue vuestra merced su enojo, será cierto que no se retira por celar, sino que cela por retirarse. Y me holgara de verlo, para decirle muchas más verdades sin rebozo." GARCÍA: Esa palabra declara que cuanto me escribe aquí, lo dice Leonor por sí, hablando de doña Clara, conforme a la oculta seña entre los dos concertada. FÉLIX: De esa suerte declarada, resolución os enseña, pues dice que es y ha de ser vuestra. GARCÍA: Sí. FÉLIX: Discretamente sabe decir lo que siente. GARCÍA: Agudeza fue poner En el billete la seña, sin desdecir la razón. FÉLIX: Hermosura y discreción ablandarán una peña. GARCÍA: Esto supuesto, ¿qué haré? FÉLIX: ¿Qué falta, si ya Leonor ha declarado su amor, sino que la mano os dé? GARCÍA: ¿Eso que no es nada? FÉLIX: Pues si ella está ya declarada, ejecutarlo no es nada. GARCÍA: ¡Ay don Félix! Lo más es; que en cosas tan de importancia, desde la resolución a la misma ejecución, es muy grande la distancia; y más en una mujer niña, doncella y honrada, encogida y recatada, a quien se le han de ofrecer inmensos inconvenientes con pensar que desafía la enemistad de su tía y el murmurar de las gentes. Y aumenta el temor crüel ver que no se resolvió cuando ocasión se ofreció, a recebir un papel. FÉLIX: Yo no os lo puedo negar; mas también se ha de entender que no hay de decir a hacer más de un grado que pasar. Ella ha dicho ya de sí. Demos a la ejecución tiempo, lugar y ocasión, y probaremos así las veras con que se abrasa. GARCÍA: Muy bien decís. FÉLIX: Yo daré una traza, con que esté sola con vos en su casa, porque se ausente con vos, si su palabra desea cumplir, sin que el Marqués vea a ninguno de los dos. GARCÍA: Ya de vos la vida espero. FÉLIX: En vuestro bien está el mío; (Pues de esa suerte confío Aparte alcanzar a la que quiero.) En vuestra casa esperad hasta que os avise. GARCÍA: Voy. FÉLIX: La prueba habéis de ver hoy de mi ingenio y mi amistad.
Vanse. Salen doña LEONOR y MENCÍA
MENCÍA: Determinarte procura, o ser feliz desconfía; que nunca la cobardía dio abrazos a la ventura. LEONOR: No sé cómo es la pasión de que fatigar me veo, que me animo en el deseo, y tiemblo en la ejecución. Siéntome abrasar por él, y cuando lo veo, siento que aún no tuvo atrevimiento de recebír un papel. MENCÍA: Eso me tiene admirada. Si dijiste a don García. "Digo que os quiere mi tía," con la seña concertada, que es decirle que lo quieres, ¿cómo tan cobarde estás en lo demás, sí es lo más declararse en las mujeres? LEONOR: Como las palabras son tan ligeras, las envía muy fácilmente, Mencía, a la boca el corazón; y más cuando no el intento pronunciaron declaradas; que les dio, el ir rebozadas del engaño, atrevimiento. "Digo que os quiere mi tía," dije; y pienso que si fuera menester que le dijera, "Yo os quiero," no lo diría. Y no debes, siendo así, admirar por cosa nueva que a ejecutar no me atreva, aunque a decir me atreví. Mil veces ya me arrojaba a recibir el papel, y tantas la mano de él casi abierta retiraba. Ya del mismo portador la vergüenza me oprimía; ya de que alguien lo vería me refrenaba el temor. ¿Pues qué, cuando el alma piensa del pueblo las opiniones, de los deudos los baldones, de doña Clara la ofensa? Allí es Troya. Allí el temor corta a la esperanza el vuelo, y llueven montes de hielo sobre las llamas de amor. MENCÍA: Que lo olvides me holgaré; que pienso que más ventura guarda el cielo a tu hermosura. LEONOR: ¿Por qué lo dices? MENCÍA: La fe con que en amarte porfía el Marqués, me hace esperar, señora, que has de pasar de merced a señoría. LEONOR: ¡Qué locura! MENCÍA: La locura es, siendo igual la nobleza, entender que su grandeza es digna de tu hermosura. LEONOR: En el príncipe más loco, los impulsos de afición centellas de rayo son. Arden mucho y duran poco. Y del Marqués, ni yo creo, ni aunque él lo diga, imagines que a justos y honestos fines encamine su deseo. MENCÍA: Si Figueroa porfía que lleva puesta la proa en eso... LEONOR: ¿De Figueroa haces tú caso, Mencía? MENCÍA: Hace libros. LEONOR: El papel echa a mal. MENCÍA: Pues por mil modos dice en ellos mal de todos. LEONOR: Y todos de ellos y de él. MENCÍA: Pues él viene confïado... Mas la que viene es tu tía.
Sale doña CLARA
CLARA: Déjanos solas, Mencía. MENCÍA: (Entra en consejo de estado.) Aparte
Vase
CLARA: Leonor, bien pienso que sabes quién eres. LEONOR: Bien sé que fueron Toledos y Figueroas blasones de mis abuelos. CLARA: Las muchas obligaciones entenderás, según eso, que con la sangre heredaste de tus pasados. LEONOR: Si entiendo. CLARA: Bien conocerás, sobrina, con cuánto amor te deseo buena fama y buena suerte. LEONOR: Sí conozco, y agradezco. CLARA: Luego bien creerás que puedes fïar de mí tus secretos. LEONOR: Confïada estoy que en ti es más la amistad que el deudo. CLARA: Pues no me niegues, amiga, lo que preguntarte quiero, si es que miras por tu honor, y fías que haré lo mesmo. LEONOR: Deja tantas prevenciones, y declárate. (¿Qué es esto? Aparte ¿Si ha entendido sus agravios?) CLARA: No me espantaré que haciendo siempre el Amor su morada en los juveniles pechos, en tus años florecientes haya prendido su fuego. No por cierto; que también soy yo mujer, y amor tengo. Dime pues, ¿qué lugar tienen en tu afición los deseos del Marqués? LEONOR: (¡Gracias a Dios, Aparte que habemos llegado al puerto!) CLARA: Di: ¿qué esperanzas le has dado, o qué favores le has hecho? Y él contigo ¿qué fin lleva? ¿Qué designios o qué intentos significan sus palabras y pronostican sus hechos? Háblame claro, sobrina; que te va el honor en ello. LEONOR: Hay tan poco que decir, que no haré nada en hacello. Él dice que me pretende para esposa; no lo creo; y ni favor ni esperanza le he dado. No hay más en esto. CLARA: Pues, sobrina de mis ojos, mira por tus pensamientos; que se obligan esperando, y se cautivan creyendo. Dase un reino a un rey extraño con que le guarde sus fueros; después que de él se apodera, ¿quién podrá obligarle a ello? Prometiendo matrimonio entra el amor en el pecho, y aunque después no lo cumpla, no hay para echarlo remedio. Piensa que el Marqués te engaña, y no lo querrás con eso; que el que engaña ofende, y causa la ofensa aborrecimiento. Piensa que en sangre le igualas, y aspira al tálamo honesto; que el estado y la fortuna no es ventaja entre los buenos. Si es verdadero amor, si casarse es su deseo, tu esquiveza y tu recato darán más fuerza a su fuego; y si engañarte pretende, pruebe el rigor de tu pecho. Darás lustre a tu nobleza y castigo a sus intentos. LEONOR: Aunque estimo tus avisos, casi corrida me siento sospechando que imaginas que yo necesito de ellos. ¿Qué indicios has visto en mí de livianos pensamientos? Que nacen más que de amor tan cuidadosos consejos. CLARA: Ver que el Marqués multiplica diligencias y paseos, y examina tus crïados de tus dichos y tus hechos, centinela de tu vida, Argos de tus pensamientos; como te tengo a mi cargo, en tal cuidado me ha puesto. Y más viendo que eres ave tan poco experta en el vuelo, y en la región de la corte estrenas agora el viento. Que como pocos señores se ven en los otros pueblos, corren las recién venidas a la corte, mucho riesgo de pensar que es calidad que aumenta merecimientos, un amante señoría. LEONOR: Discretos son tus recelos, mas excusados conmigo. CLARA: Conozco tu entendimiento; pero nunca hicieron daño, aunque sobren, los consejos.
Sale REDONDO, de mujer, rebozado
CLARA: Mas ¿quién es esta mujer?
REDONDO da un papel a LEONOR sin decir palabra
¡Hola! ¡Crïados! ¿Qué es esto? ¿Billete le da a mis ojos? ¿Hay mayor atrevimiento? ¡Hola!
Sale MENCÍA
REDONDO: Tente, no des voces.
Descúbrese
¿A una mujer tienes miedo? CLARA: ¿Es Redondo? REDONDO: Soy Redondo. CLARA: ¿Pues qué disfraces son éstos? REDONDO: ¡Ah, señora! Mucho mal. El mundo al revés se ha vuelto. CLARA: ¿Cómo, Redondo? REDONDO: ¿No ves que ya los hombres son hembros? CLARA: Acaba, dime. ¿Por qué en ese traje te has puesto? REDONDO: Porque el Marqués tu pariente no sepa que a hablarte vengo; porque sobre visitarte ha tenido con mi dueño palabras harto pesadas. CLARA: Él está loco de celos. Mira el daño que el Marqués con pretenderle me ha hecho, pues que firme don García en el primer pensamiento de que soy el blanco yo a quien miran sus deseos, vino a encontrarse con él. REDONDO: (¡Bien entendéis el enredo!) Aparte CLARA: ¿Y qué dice don García? REDONDO: Al pimpollo hermoso y tierno de gallegos Figueroas y castellanos Toledos paga en éste su papel, y a ti te pide que luego yomes, señora, la silla, y en el lugar más secreto de San Sebastián lo aguardes para contarte el suceso, y resolver de estas cosas el importante remedio. CLARA: ¡Hola! ¡Apercebid los mozos
Sale FIGUEROA
de silla al punto. ¡Que en esto
Vase FIGUEROA
por ti, sobrina, me vea! LEONOR: Yo, tía, ¿qué culpa tengo? CLARA: En tanto que me dispongo para salir, ve leyendo. ¡Hola!, el manto.
Vase MENCÍA. Abre el papel LEONOR
LEONOR: (¿Si traerá Aparte contraseña este decreto?)
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"El papel de vuesa merced puse descubierto sobre mi cabeza, y con la misma reverencia respondo..." (Bien está: la seña trae.) Aparte CLARA: ¿Qué te detienes? LEONOR: No acierto; que escribe mal don García. REDONDO: Es propio de caballeros.
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LEONOR: "Respondo que pues vuesa merced dice, sin rebozo, que su tía es y ha de ser mía, y no deseo otra cosa, he trazado como hoy se vea en la ejecución la verdad. Y advierto que si hoy falta la resolución, mañana faltará la ocasión. Y guarde nuestro Señor, etcétera." CLARA: ¿Cómo, si está satisfecho, celos al Marqués pidió? ¿Y cómo, si siempre yo le di la mano y el pecho, duda mi resolución, y amenaza y desconfía? REDONDO: El amor temores cría en la misma posesión.
Vuelve MENCÍA con el manto de su ama
MENCÍA: La silla está apercebida. CLARA: Ve a avisar a tu señor que ya parto. Adiós, Leonor. LEONOR: Prospere el cielo tu vida.
Doña LEONOR y REDONDO hablan aparte
REDONDO: El cuerpo hurtaré a tu tía; que te importa mucho oírme. LEONOR: ¿No te vas? REDONDO: El despedirme de un ángel me detenía.
Vanse doña CLARA, MENCÍA y REDONDO
LEONOR: Tómalo entre el manjar y la bebida, en vano sigue el fruto que cercano el labio toca hambriento, y sigue en vano el agua que a la sed huye y convida. Mas yo de mis deseos combatida, --¿Quién tal creyera?--en mal tan inhumano, yo misma ¡ay triste! la medrosa mano huyo del bien, al mismo bien asida. Si de la vida pretendéis privarme, temores y recatos, no es mi intento sino ver declarada la vitoria. Acabad de acabaros o acabarme; que bien sabrá morir en el tormento la que sabe privarse de la gloria.
Vase. Salen el MARQUÉS y OTAVIO
MARQUÉS: Desde la tierna edad, Otavio, han sido un alma nuestras almas, e igualmente la amistad con los años ha crecido. Yo pienso que sacárades, ausente de mí, en defensa de mi honor la espada. OTAVIO: Hasta rendir la vida el pecho ardiente. MARQUÉS: Pues ya es, amigo, la ocasión llegada, en que la fe de vuestro hidalgo pecho a tantas pruebas la mayor añada. OTAVIO: Corrido estoy, por Dios, de que hayáis hecho para mandarme, tales prevenciones. MARQUÉS: Yo estoy de vuestras veras satisfecho; mas es justo en tan grandes ocasiones el fuego en las cenizas sosegado despertar, y acordar obligaciones. Si hubiera de pediros que a mi lado saliérades al campo a un desafío, venid, solo os dijera, confïado; mas no sin causa agora desconfía, cuando duro fiscal pretendo haceros de ajeno honor, por conservar el mío; que pienso que los nobles caballeros sólo por no tocar en honra ajena, pueden romper de la amistad los fueros. OTAVIO: No llame dura la más dura pena quien con lengua insolente y atrevida la ajena fama y opinión condena; mas si puede, Marqués, ser ofendida la vuestra del recato, es bien que sea en mí amistad a todas preferida. MARQUÉS: Sabed, pues, que el amor de suerte emplea su fuerza en mí, que ya en mi pensamiento no hay parte que su fuego no posea. Resuelto estoy a declarar mi intento hoy a Leonor, y con su blanca mano dar venturoso fin a mi tormento. Vos, que con ella el pueblo sevillano desde la cuna honrastes hasta el día que partistes al suelo cortesano; pues está en vuestra mano la honra mía, debajo de la llave del secreto, si de mi fe vuestra amistad lo fía, me decid si padece algún defeto la fama de Leonor, porque yo deba suspender de estas bodas el efeto. Habladme claro, Otavio, sin que os mueva ni la afición ni el deudo que le tengo, a que en vos menos la verdad se atreva. No a vos amante, sino honrado vengo. Mi sentimiento temeréis en vano, pues para el desengaño me prevengo. Imitad al experto cirujano en quien para el remedio del doliente tiene el pecho piedad, crueldad la mano. Sólo de vuestra lengua está pendiente que yo ejecute mi intención, Otavio, o que reprima la pasión ardiente. Moved resuelto el oficioso labio, advirtiendo que pongo, ¡oh caro amigo! mi honor en vuestros hombros o mi agravio. OTAVIO: Lo que os dije otras veces, que conmigo comunicastes este mismo intento, por verdad infalible agora os digo. Creed que a no ser esto lo que siento, la centella al principio os apagara, antes que os obrasase el pensamiento; el oculto peñasco os enseñara sin ser de vos, Marqués, examinado, y el timón en las manos, os dejara; que aunque sólo ha de darse demandado el consejo, entre amigos el aviso se ha de dar, sin pedirlo, al descuidado. En cuantas tierras vio de Cipariso el claro amante, y la purpúrea diosa que el viejo esposo tan en vano quiso, Nunca opinión más clara, o más honrosa fama alcanzó doncella, que en Sevilla la tuvo siempre vuestra prenda hermosa. Gozad feliz la octava maravilla de virtud, de prudencia y hermosura, del mundo asombro y honra de Castilla. MARQUÉS: Mi honor con eso, Otavio, se asegura, y mi amor se resuelve. OTAVIO: El cielo mide con su merecimiento su ventura.
Sale RICARDO
RICARDO: Mi cuidado, señor, albricias pide. En la silla salió la guardadora Vigilante del bien, que ver te impide. Sola queda Leonor. MARQUÉS: Aunque ya agora, resuelto a ser su esposo, se holgaría Clara, los hurtos ama quien adora. A solas qiuero ver la gloria mía. OTAVIO: Bien decís; que vencer la resistencia aumenta a los amantes la alegría, y minora los gustos la licencia.
Vanse. Salen LEONOR y REDONDO
LEONOR: Presto volviste. REDONDO: Escondime en un zaguán, y en pasando doña Clara, vine al punto a prevenirte del caso. LEONOR: Habla pues; que estoy confusa. REDONDO: Celoso y determinado mi dueño, al Marqués buscó, que es tu amante y su contrario; y fingiendo que un su amigo solicitaba tu mano, le pidió que desistiese del intento comenzado. No se conformó el Marqués; antes juzgó por agravio la demanda, y con disgusto al fin los dos se apartaron. Pues como el Marqués prosigue atrevido y confïado en publicar, tan a riesgo de tu opinión, sus cuidados; mi señor, por evitar los escandalosos daños que en tu fama sucedieran, si por ti riñesen ambos; para entrar secreto a verte, él y don Félix trazaron sacar de aquí a doña Clara. Don Félix la está esperando en San Sebastián; y oculto ocupa un zaguán cercano mi señor, para meterse, por cohecho o por engaño, en la silla de tu tía, y venir a verte, en tanto que ella en la Iglesia le está con don Félíx aguardando. Éste es el caso, y el punto éste en que viene mi amo por la calle en la litera de dos racionales machos. Apercibe pues, señora, resolución para el caso. No se pase la ocasión, que tiene el celebro calvo. LEONOR: ¡Ay de mí! REDONDO: ¿De qué te afliges? LEONOR: A un punto me hielo y ardo, REDONDO: Pasos siento. Éste es sin duda mi señor. LEONOR: Mil sobresaltos me cercan.
Sale MENCÍA
MENCÍA: En este punto el Marqués en casa ha entrado. REDONDO: ¿El Marqués? ¡Cuerpo de Cristo! LEONOR: Ponte presto, ponte el manto. REDONDO: Despáchalo presto. Mira que ya llegará mi amo, y si se encuentran los dos, es forzoso un gran fracaso. LEONOR: Vele a avisar. REDONDO: Dices bien. LEONOR: Di que se detenga un rato; que al punto al Marqués despide. REDONDO: Yo voy; mas voy recelando que intentamos detenerlo con lo que ha de apresurarlo.
Vase. Salen el MARQUÉS y RICARDO
MARQUÉS: Bella Leonor... LEONOR: Razón fuera, si supo vueseñoría que no está en casa mi tía, que este pesar no le diera; y si no lo supo, ya que lo sabe, será justo que a mí me evite el disgusto que ella conmigo tendrá, pues ha de pensar que es mía la culpa de esta ocasión. MARQUÉS: Si escucháis una razón... LEONOR: Sírvase vueseñoría de perdonarme, y difiera lo que quiere hablar por hoy; y no se espante si soy, de recatada, grosera. MARQUÉS: A pedir favor he entrado, y he de porfiar, Leonor; que un mendigo de favor bien puede ser porfïado. Despedirme, confesáis, señora, que es grosería; y yo confieso la mía de no hacer lo que mandáis. Una por otra, Leonor, se vaya. Igual es el trato; pues si os obliga el recato, a mí me obliga el amor. LEONOR: Amarme ¿es darme pesar? MENCÍA: Déjale por Dios decir, y gasta el tiempo en oír, que gastas en porfïar. LEONOR: Decid pues, con que abreviéis. MARQUÉS: Sólo digo que os ofrezco esta mano, si merezco que la de esposa me deis. LEONOR: Qué decís! MARQUÉS: No digo más; que obedeceros deseo, y en esto que he dicho, creo que se encierra lo demás. ¿Qué dudáis? ¿No respondéis? LEONOR: Señor Marqués, no os espante en caso tan importante esta suspensión que veis; que no sin causa al deseo que me proponéis resisto, pues por los medios que he visto, dudo los fines que veo. Porque si vuestra intención era levantar mi mano al tálamo soberano de vuestra dichosa unión, ¿de qué sirvió tanta espía, con recato y diligencia, para tratarlo en ausencia de mi cuidadosa tía, siendo negocio tan llano, que para este intento fuera ella la mejor tercera, viendo lo mucho que gano? Por esta razón no creo la dicha que me sucede, y lo que presumo puede más en mí que lo que veo. MARQUÉS: Recelos fueran discretos, justas presunciones ésas, si fuesen estas promesas y no presentes efetos. Si os doy mano de marido, ¿qué teméis? ¿Qué receláis cuando la verdad tocáis? si porque os he pretendido como galán, os advierto que fue por gozar favor, alcanzado por amor primero que por concierto; que no porque mi deseo no fuese, desde que os vi, saros posesión de mí en pacífico himeneo. Cesen pues ya las crueldades que causó el recelo vano, pues que con daros la mano averiguo estas verdades. LEONOR: Puesto que las acredito con agradecido pecho, no deis a tan justo hecho circunstancias de delito. Con doña Clara mi tía tratad estas intenciones, porque las justas acciones no huyen la luz del día. MARQUÉS: Al punto a buscarla iré; que demás de ser tan justo, los delitos de tu gusto son las leyes de mi fe. Pero tú, señora mía, será bien que un sí me des. MENCÍA: Bien dice. LEONOR: Digo, Marqués, que lo tratéis con mi tía. MARQUÉS: Sepa yo tu voluntad, di que sí, mi bien, si quieres. LEONOR: No dicen más las mujeres de mí estado y calidad. y con esto, idos con Dios. No demos qué murmurar, si algún vecino os vio entrar. MARQUÉS: Mi honor es el de los dos; pero, mi bien, por venir más presto al bien soberano de tocar tu blanca mano, más presto quiero partir. ¿Dónde hallaré a doña Clara? RICARDO: Que en San Sebastián quedó, ha dicho quien la siguió. MARQUÉS: Pues adiós, mi prenda cara. RICARDO: La silla es ésta, señor, de doña Clara.
Salen dos MOZOS, trayendo una silla de manos, y en ella a GARCÍA, oculto
MARQUÉS: Si viene en ella, cuidado tiene mi fortuna de mi amor. LEONOR: (¡La silla! ¡Ay triste! Mencía, Aparte ¡Qué gran mal! Perdida quedo.) MENCÍA: (Yo lo estorbaré, si puedo.) Aparte
Llégase MENCÍA a la silla, y mírala
La silla viene vacía. ¿Y señora? MOZO: Quedó en misa En San Sebastián. MARQUÉS: ¿Qué aguardo? Lleguen el coche, Ricardo, y a San Sebastíán aprisa.
Vanse el MARQUÉS, RICARDO y los MOZOS
MENCÍA: Qué bien se ha hecho! LEONOR: Los cielos guardaron mi honor, Mencía. MENCÍA: Entre agora don García, y haga su papel de celos.
Sale don GARCÍA de la silla
GARCÍA: Decidme, Leonor hermosa, ¿A que tan aprisa van Los dos a San Sebastián? LEONOR: A pedirme por esposa va el Marqués a doña Clara. GARCÍA: ¿Qué decís? LEONOR: Que fuera justo que un sobresalto y disgusto tan grande se me excusara, Pues envié a suplicaros con Redondo que un momento os detuviérades. GARCÍA: Siento en el alma el disgustaros; pero viendo, dueño hermoso, que se tardaba el Marqués, no pude más. Yerro es de enamorado y celoso. Mas pues sólo ha sucedido el peligro y no el fracaso, de lo importante del caso tratemos, dueño querido. El plazo veis limitado, y veis la ocasión forzosa. Cumplidme, Leonor hermosa, la palabra que habéis dado. Dadme la mano, y entrad en esa silla, señora. ¿Agora dudáis? ¿Agora os detenéis? LEONOR: Perdonad; que ya perdió de alcanzarme la ocasión vuestro cuidado. GARCÍA: ¿Cómo, crüel, te has mudado tan presto? LEONOR: Por mejorarme. MENCÍA: (Diole con su misma flor.) Aparte GARCÍA: ¿No bastará desdeñarme, ingrata, sino agraviarme, haciendo al Marqués mejor? LEONOR: ¿Negaréis la mejoría, aunque en sangre sois igual, de poco a mucho caudal, de merced a señoría? GARCÍA: No la niego; ¿mas qué efeto a tu promesa le has dado, tirana, si la has mudado en mejorando el sujeto? ¿Qué palabra me guardabas, o qué firmeza tenías, si a mí sólo me querías mientras no te mejorabas? Firme es sola quien desprecia la ocasión de mejoría. LEONOR: Yo os confieso, don García, que ésa es firme; pero es necia. MENCÍA: La misma flor. Aparte GARCÍA: Mi esperanza vive y muere en tu belleza. Galardona mi fineza, no castigues mi mudanza, no engañes la confïanza que en ese cielo tenía. LEONOR: No imaginéis, don García, que cuando estas cosas digo, vuestras mudanzas castigo; antes disculpo la mía. Dos años fuistes amante de doña Clara, y por mí dos años de amor os vi olvidar en un instante. Según esto, no os espante si hoy por el Marqués olvido vuestro amor, de ayer nacido; pues debéis considerar cuán fácil es de apagar centella que no ha prendido. Demás que yo, don García, tengo causas más urgentes; que en vos miro inconvenientes, si en el Marqués mejoría. Amante sois de mi tía, mal hice en daros favor. y mudarme no es error, antes digno de alabanza; que es mérito la mudanza cuando es delito el amor. GARCÍA: ¿Que tal escucho? LEONOR: Ésta es mi resolución. Con esto idos con Dios. Idos presto. Mirad que vendrá el Marqués. GARCÍA: ¡Plega a Dios que no le des la mano hermosa que a mí me quitas, y antes que aquí venga a cumplir tu esperanza, llores en él la mudanza que lloro, enemiga, en ti! ¡Plega a Dios que antes de verte con el dichoso que esperas, mudes intención, y quieras en mi favor resolverte! ¿Por qué gustas de mi muerte? ¿Por qué das muerte a tu gusto? Mira, mi bien, que no es justo, si me tienes afición, a precio de la ambición comprar eterno disgusto. Tu mismo mal te lastime, que un esposo te dispone dsigual, que te baldone, y no un igual que te estime. La ciega ambición te oprime, con un título engañada. ¿Y no adviertes que casada con quien tu amor no quería, te llamará señoría, pero serás desdichada? Doy que él de ti sea querido; luego hará como señor. Título tendrás, Leonor; pero no tendrás marido. Tendrá lecho dividido, verále pocas auroras tu casa, o tan a deshoras vendrá a acostarse tu dueño, que necesidad de sueño te tiranice las horas.
Sale REDONDO
REDONDO: ¿Aquí estás, señor? Repara en que de San Sebastián salieron, y llegarán ya el Marqués y doña Clara. LEONOR: Vete por dios. GARCÍA: Prenda cara, aún hay plazo en que me des la vida. LEONOR: ¿Un mundo no ves de inconvenientes? GARCÍA: Señora, véncelos por quien te adora. LEONOR: También me adora el Marqués. GARCÍA: ¡Ah crüel! LEONOR: Vete, por Dios. Noble eres, ten cortesía. No lo perdamos, García, todo de una vez los dos. REDONDO: Coche paró; ya han venido. Escondámonos, señor. LEONOR: ¡Ay de mí! GARCÍA: Pierda, Leonor, la vida quien te ha perdido. LEONOR: Hacerme un mal tan extraño ni es amor, ni es cortesía. GARCÍA: Lara soy, tirana. Fía que yo remedie tu daño. Tú mudaste voluntad; mas no yo naturaleza. LEONOR: Es prueba de tu nobleza.
Salen doña CLARA, el MARQUÉS y don FÉLIX
MARQUÉS: ¿Es don García? GARCÍA: Escuchad. A San Sebastián partía a verme con doña Clara; topóme antes que llegara quien me dijo que salía ya de la iglesia con vos; que a dar estado dichoso a Leonor con tal esposo veníades juntos los dos. Dime priesa; que el primero quise ser al parabién, ya que para tanto bien no he servido de tercero; y porque en un mismo día, para fiesta más dichosa, vos recibáis por esposa a Leonor, y yo a su tía. MARQUÉS: La merced os agradezco, ya doña Clara le doy el parabién. CLARA: Cuanto soy a vuestro servicio ofrezco. MARQUÉS: Dadle la mano, García, pues yo a Leonor se la doy. CLARA: Da la mano.
Danse las manos
LEONOR: Vuestra soy. GARCÍA: (Perdí la esperanza mía. Aparte ¿Qué remedio? Corazón, a quien os ama estimad.) Vuestro soy.
Danse las manos
CLARA: Mi voluntad premia vuestra estimación. FÉLIX: (Agora, tristes cuidados, Aparte empezáis cuando acabáis.) Por muchos años tengáis gustos de recién casados. Y aquí, senado, el autor fin a la comedia da, porque si os cansa, estará en darle fin lo mejor.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002