LA MANGANILLA DE MELILLA

Juan Ruiz de Alarcón

Texto basado en la edición príncipe en PARTE SEGUNDA DE LAS COMEDIAS DE DON JUAN RUIZ DE ALARCÓN (Barcelona, 1634). Fue preparado por Vern Williamsen y luego pasado a su forma electrónica en 1998.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen PIMIENTA, de moro, y ALIMA de noche
ALIMA: ¿Dónde estamos? ¿Qué castillo y qué torres son aquéllas? PIMIENTA: Ese lugar es Melilla, las torres su fortaleza. ALIMA: ¿Por qué me engañas, traidor? a Fez dices que me llevas, y a Melilla me has traído, que es de cristianos frontera. ¡Perdida soy! ¡Ay de mí! ¿Por qué, enemigas estrellas, hicistes de la desdicha tributaría la belleza? ¡Triste yo! ¿Quién me diría ayer, cuando hombres y selvas con libertad devagaba y mandaba con soberbia, que hoy, cuando con blancas urnas vertiese la aurora bella a los aires oro en rayos, y a los campos plata en perlas, yo también triste daría, a un hombre extraño sujeta, lágrimas tiernas al suelo, y al viento llorosas quejas? PIMIENTA: (¡Con cuánta gracia lo llora! Aparte Mas por Dios, que como peina ya en los riscos orientales Febo sus rubias madejas, va descubriendo la mora un nuevo sol en sus hebras, un nuevo oriente en sus ojos, y en su llanto un alba nueva. ¡Ah, cielos! ¿Tan gran tesoro entre engañosas tinieblas, avarienta de mis dichas, me ocultó la noche fea? No vieron humanos ojos partes jamás tan perfetas; afrenta de Venus es, y honra de naturaleza. No llega la admiración donde la hermosura llega; cobarde está la alabanza, presumida la belleza.) Mora hermosa, ¿qué te afliges? ¿Qué lloras? ¿Qué te querellas? ALIMA: Por mi libertad perdida, que es la más preciosa prenda. ¡A Melilla me has traído! No es por bien. Venderme intentas. Moro vil, ¿a los cristianos entregas tu sangre mesma? PIMIENTA: Tu perdida libertad injustamente lamentas, cuando un Árgel de albedríos en tu hermoso rostro llevas. ¿Dónde, di, serás cautiva, que no cautives, y seas dueño de tu dueño mismo? Basta, mora; el llanto cesa; tu remedio está en tu mano; que porque el imperio sepas de esos tus ojos, el mío tienes ya también en ella No ha nada que eras mi esclava. Ya mi dueño Amor lo ordena; que la luz deshace injurias que te hicieron las tinieblas. Redima, pues, mora hermosa, una piedad dos tormentas, un favor dos libertades, y una permisión dos penas. Hazme tu Adonis dichoso, pues eres tú Citerea, y pues dispone mis glorias la soledad de estas selvas; y te prometo que al punto, sin que el cristiano te vea, a tu amada libertad y a tu dulce patria vuelvas. ALIMA: ¡Calla, villano, traidor! ¡Los infames labios cierra! Por deshacer un agravio, ¿otros mayores empiezas? Cuando me obligas, ¿pretendes mi infamia? Batir intentas torres de diamante duro con balas de blanda cera. PIMIENTA: Mira... ALIMA: ¡Qué vana porfia! PIMIENTA: Mas, ¡qué vana resistencia! ALIMA: Darán a mis justas voces favor los troncos y fieras. PIMIENTA: ¡Acaba!
Pelea con ella
ALIMA: ¡Un peñasco ablandas! PIMIENTA: ¿Para qué tengo paciencia, pudiendo yo ser Tereo, si fueras tú Filomena? ¡Que, vive Dios, de cortarte, para que en todo lo seas, si resistes o das voces,
Saca la daga
con esta daga la lengua! ALIMA: Almas tienen estas plantas y deidades estas selvas, que castiguen tu delito, y que te impidan mi afrenta.
Salen VANEGAS, ARELLANO y otros SOLDADOS
VANEGAS: ¡Acudid por esa parte, soldados; que voces suenan de una mujer afligida! ALIMA: El cielo escuchó mis quejas. ARELLANO: Moros son. ¡Daos a prisión! PIMIENTA: (¡Triste yo! En la vil contienda Aparte me ha cogido el General.) ARELLANO: ¿Es el sargento Pimienta? PIMIENTA: Pues, ¿quién puede ser? VANEGAS: ¿Qué es esto? PIMIENTA: Gran desdicha ser pudiera. ¡Válgate el diablo, la galga, y en qué me ha visto con ella! ALIMA: (¿Que era cristiano el traidor?) Aparte VANEGAS: Pues, ¿qué ha sido? PIMIENTA: A la frontera de Búcar fui por espía, como veis, por orden vuestra; y ayer, después que escondió Tetis en la alcoba negra que dio tálamo a Peleo del sol las doradas trenzas, topé en un monte esa mora, cuyo cielo en su maleza, de Atlante daba a un caballo el oficio y la soberbia. "¿Eres de Búcar?", me dijo. Yo, porque la diferencia del lenguaje no me dañe, traza que el recato enseña, respondo que soy de Fez; mas húbelo dicho apenas, cuando ofreciéndome cuantas Midas alcanzó riquezas, me pide que a Fez la lleve. Yo con la inocente presa parto a Melilla, fingiendo que cumplo lo que desea. Pues hoy, cuando sus colores volvió la luz a esta fuerza, y que era Melilla supo, furiosa, airada y resuelta, sacándome de la cinta el puñal, teñir intenta del campo las esmeraldas con la grana de sus venas. El enorme angelicidio le estorbé, y la misma fuerza que al pecho quitó los golpes, sacó del alma las quejas. ALIMA: (¡Qué bien desmintió su culpa!) Aparte VANEGAS: Mora, no es justo que ofendas, con aborrecer tu vida, del cristiano la nobleza, y más cuando a tal estima obligan tus partes bellas, que no has de tener de esclava mas que el nombre en nuestra tierra. Y pues sabes que el rescate estas desdichas abrevia, olvídalas ya, y tu estado con menos lágrimas cuenta. PIMIENTA: Pedro Vanegas de Córdoba, que es general de esta fuerza de Melilla, lo pregunta. Haz relación verdadera. ALIMA: Heroico lustre de España, en cuya persona juntas la nobleza y valentia se compiten y se ayudan, presta a mi lengua atención, pues que mi historia preguntas. Conocerás la mujer más sin dicha en la ventura. Alima es mi nombre, Fez mi patria, si no repugna que lo sea la que ha sido mi madrastra en las injurias. Mi padre es un noble moro, cuyo nombre es Abenyúfar, a quien la privanza ha dado del rey de Fez la Fortuna. Crecí por desdicha mía en años y en hermosura, que con alas y con lenguas la fama aumenta y divulga. Entre muchos que a mi imperio los pensamientos tributan se mostró más abrasado Azén, alcaide de Búcar; pero como no pudiesen fuertes diligencias suyas ver jamás del pecho mío la condición menos dura, en violencia trocó el ruego, la diligencia en industria, y al poder injusto apela de la resistencia justa. Y asi, estando yo una tarde en un jardín, a quien hurta pinceles la primavera con que sus mayos dibuja, violento rompe la puerta, resuelto el jardín ocupa de moros enmascarados una bien armada turba. Cogiéronme, y fue de suerte, de mi desdicha y su furia, mi turbación, que aun la voz, de medrosa, quedó muda, y primero vi llevarme por entre selvas incultas, que permitiese a los labios el temor pedir ayuda. Alas impuso ligeras a los raptores la culpa, con que en jornadas de instantes llegaron conmigo a Búcar, donde su alcaide ha dos meses que cuantos más medios busca de contrastar mi esquiveza, más su intención dificulta; que si antes era la mía del todo opuesta a la suya, ¿qué será después que ha vuelto la ofensa el rigor en furia? Con esto emprendió por fuerza dar efeto a su locura; mas de ello apenas indicios me dio su intención injusta, cuando con rostro más fiero que muestra la noche obscura, de tempestades armada, al que al golfo airado surca; con ojos más fulminantes que la serpiente en la gruta cuando a las gentes de Cadmo dio veneno, si agua buscan; con pecho más vengativo que la troyana, a quien mudan en rabioso can las penas de su prosapia difunta, le dije, "Bárbaro moro, sin ley, sin Dios, no presumas que lo que el amor te quita, la fuerza te restituya. ¡Vive Alá, que si te atreves, con los dientes, con las uñas, cual rabiosa tigre, al viento dé tus entrañas impuras! ¡Prueba! ¿Qué te tardas? ¡Llega! ¿Qué te detienes? ¿Qué dudas?" ¡Oh, honestidad soberana! ¿Qué deidad tienes infusa? General famoso, miente la que dijere que nunca verdadera resistencia se ha rendido a fuerza injusta, cual tímido pajarillo, que cuando el viento retumba al trueno que el rayo engendra, se esconde en su misma pluma; o como el airado cierzo sobre las ondas cerúleas, luego que el mismo la cría, deshace la blanca espuma; así mi resolución enfrena, desmaya y muda la del moro, ya arrojado a emprender facción tan bruta. Después acá--esto he debido a su amor o a mi ventura-- ni de su poder se vale, ni su deseo ejecuta, o sea que mi valor le acobarda, o que procura vencer el alma primero, que temiendo a Abenyúfar o al rey de Fez, deshacer quiera la pasada culpa, sirviendo con cortesía a quien robó con injuria. Ayer, pues, por obligarme, después de otras fiestas muchas con que mi gusto venera, y conquista su ventura, ordenó llevarme a caza; y en un caballo que emulan los del sol en ligereza, en ardor y en hermosura, salí a perseguir las fieras; y cuando a la selva ruda los árboles comenzaron a dar sombras más confusas, me aparté de los monteros, y las sendas más ocultas sigo con la ligereza que permite la espesura, con intento de irme a Fez, si el cielo me diese ayuda, o ausente de mi enemigo, habitar sierras incultas; cuando en las manos me puso de este español mi fortuna, cuyos engaños me hicieron, como ha dicho, esclava suya. Lo demás él lo ha contado. Confieso que con la furia de mi libertad perdida me fue mi vida importuna; mas ya que el valor he visto, gran general, que te ilustra, quiero más ser en Melilla esclava, que libre en Búcar. PIMIENTA: (La mora es noble y discreta, Aparte pues confirma mi disculpa, o porque su dueño soy, o por temer que a la suya crédito le han de negar. Todo iguala a su hermosura.) VANEGAS: Cuanto tu beldad me admira, me lastima tu fortuna; mas puedes pensar que yo, por más que airada presuma perseguirte, he de oponer mis fuerzas a sus injurias. ALIMA: De tu nobleza lo fío; pero si merced alguna de ti espero, la primera será hacerme esclava tuya, pues demás de lo que gano con tal dueño, así me excusas la pena de ser de quien me trajo a tal desventura. PIMIENTA: (¡Ah, enemiga! Ya te entiendo. Aparte Porque mis intentos huyas, quieres salir de mis manos; mas no te valdrá la industria.) VANEGAS: Señor sargento... PIMIENTA: Señor... VANEGAS: Bien ve que en las damas nunca, aunque se mude el estado, el privilegio se muda. Que la compre quiere Alima. Darle gusto no se excusa. Póngale precio, y al punto lo vaya a contar. PIMIENTA: No hay suma por que dé yo tal esclava, ni pueda igualar alguna a la que por ella espero de Azén, alcalde de Búcar. VANEGAS: Pues con una condición el contrato se concluya; que la cantidad por ella le daré que fuere justa, y la que por su rescate dieren, también será suya. PIMIENTA: Señor... VANEGAS: No hay que replicar; y mire que no es oculta su lasciva inclinación; y si este intento repugna, será forzoso que de ello un fin malicioso arguya. PIMIENTA: (El demonio se lo dijo.) Aparte Confieso que si me apunta, jamás me yerra Cupido; mas mira, cuando me acusas, que por hüir de mis brasas, no dé la mora en las tuyas. VANEGAS: Mis costumbres, por lo menos hasta agora, me disculpan. PIMIENTA: Lo mismo digo, mas temo que las venza esta hermosura, y por abonar las mías, digo que, pues de ello gustas, con la condición que has puesto queda la esclava por tuya. VANEGAS: Pues venga a contar el precio. Ya, como pediste, mudas el dueño; ya lo soy tuyo, Alima. ALIMA: Y de la Fortuna lo soy yo, siendo tu esclava.
Vanse VANEGAS y SOLDADOS
PIMIENTA: ¿Estás contenta? ALIMA: Segura, al menos, de tus excesos. PIMIENTA: No podrás estarlo nunca, si a tu misma patria vuelves, si el mismo infierno te oculta; mas con todo, te agradezco que hayas callado mi culpa. ALIMA: No lo agradezcas; que yo no lo hice porque induzcas de ello obligación en ti; mas porque nadie presuma que tú pudiste perder el respeto a mi hermosura. PIMIENTA: Arrogante sois y cuerda; ¡mas libreos Dios de una punta de Amor! Que a fe que ella os sangre de arrogancia y de cordura.
Vanse. Salen AZþN, MULEY y ZAIDE
AZÉN: Abrevia; que de un cabello está mi vida pendiente. ZAIDE: De la peñascosa frente que a esa sierra oprime el cuello, al pie que le baña el río con lisonjero cristal; del más espeso jaral y del bosque más sombrio al campo menos amado de Pomona y Amaltea, con alas de quien desea y teme, corrió el cuidado. No hay donde buscarla ya. Tragóse a tu Alima el suelo. AZÉN: ¡Pese a Mahoma, y al cielo pese, y pese al mismo Alá! MULEY: ¡Ten! ¡No blasfemes, señor, de Alá! ¡Mira que es locura por amor de una criatura ofender asi al Criador! AZÉN: ¿Y es cordura que me ofendas a mí tú, siendo quien soy, y cuando rabiando estoy, mis excesos reprehendas? Pues digo que, ¡pese a Alá mil veces, y pese a cuanto sobre su estrellado manto su gloria gozando está! Cuando vomito vulcanes, cuando el dolor en el pecho es un Aquilón deshecho que forma mil huracanes; cuando las crinadas furias, de ira, rabia y fuego llenas, ministrando al alma penas, brotan a la boca injurias, ¿te opones tú a mi furor, e intentas, necio, imprudente, reprimirme en la creciente de un desesperado amor? MULEY: Si se atrevieran tus labios a algún humano sujeto, no fuera intento discreto oponerme a sus agravios; pero que de Alá blasfemes, ni he de sufrirlo, ni temo tu poder, pues tú, blasfemo, el del mismo Dios no temes. AZÉN: Pues presto verás en ti cuál yerra más de los dos; yo, blasfemando de Dios, o tú, ofendiéndome a mí. ¡Hola! ¡Prendedlo al momento, y a su soberbia locura la mazmorra más obscura dé pena y ponga escarmiento! MULEY: ¡Bien, alcaide, vas pagando de mi padre los servicios, que con tantos beneficios te está en España obligando! AZÉN: Cuanto dél allá me obligo, me ofendes tú acá; y no entiendo que al padre que es bueno ofendo, si al hijo malo castigo. ¡Llevalde presto de aquí! MULEY: Poco te vengas en eso. Azén, por Alá voy preso, Alá mirará por mí.
Llévanle
AZÉN: ¡Ah, cielos! ¿Dónde escondéis mi prenda hermosa y querida? ¿Por qué me dejáis la vida si el alma no me volvéis?
Sale PIALÍ con una carta, y dala a AZÉN
PIALÍ: De Fez un moro ha llegado con ésta, Azén, para ti. AZÉN: Querellas serán, Pialí, de Abenyúfar agraviado.
Lee el sobrescrito, ábrela y lee
"A Azén, alcaíde de Búcar. Hasta agora se ha ocultado a mi diligencia el agresor del robo de Alima; vuestro atrevimiento probó el hacerlo; vuestra malicia descubre el encubrirlo, si la disculpa no es ser ya su esposo; yo estoy ofendido, y el rey indignado. De Fez, Abenyúfar." AZÉN: ¡Sólo agora me faltaba esta amenaza! ¡Levante fiero el Tebano gigante contra mi su fuerte clava! ¡Vibre en la invencible mano Júpiter omnipotente contra mí el efeto ardiente del flamígero Vulcano! ¡Como al soberbio Tifeo en el suelo trinacrino, me oprima el Etna, el Paquino, el Peloro y Lilibeo! ¡Caiga todo sobre mí el celestial firmamento, que nada temo ni siento después que a Alima perdí!
Salen DARAJA y SALOMÓN
SALOMÓN: Mira que tiene tu hermano todo el infierno en el pecho. DARAJA: Bien se ha visto en lo que ha hecho; mas por Alá soberano, que si no suelta al momento a Muley de la prisión, ha de apostar mi pasión a furias con su tormento. SALOMÓN: (Rabiosos andan los perros.) Aparte DARAJA: ¿Qué es esto, Azén? ¿Has perdido el honor con el sentido, que añades yerros a yerros? Cuando por robar a Alima, darte debiera temor del rey de Fez el rigor, que a su padre tanto estima, ¿las fuerzas te disminuyes? Si a Muley, Alcaide, prendes, a tus vasallos ofendes y a ti mismo te destruyes. ¿Qué moro tiene tu tierra sin él, que te pueda dar hombros en que sustentar el peso de tanta guerra? Y cuando a tu enojo cuadre no atender a esta razón, respeta la obligación de Amet Bichalin, su padre, morabito venerado tanto en Búcar, que si viene de España, donde le tiene su valor y tu mandado, y ofendida su lealtad se rebela, desconfía de que nadie en Berbería siga tu parcialidad. AZÉN: Basta ya, cierra los labios; que a más furor me dispones, pues hallo ya en tus razones, más que consejos, agravios. ¿Que tema yo a mis vasallos te atreves a aconsejarme, cuando hubieras de irritarme con valor a castigallos? Vete, Daraja, si airado probarme también no quieres; que jamás a las mujeres tocó la razón de estado. En tu labor te entretén; déjame a mi gobernar; no me obligues a pensar algo que no te esté bien; que si llego a presumillo, ¡vive Alá, que en mi severo rigor has de ver, primero que la amenaza, el cuchillo! DARAJA: Tu tirana condición fingirá culpas en mí, para dar materia así a tu injusta inclinación; y cuando ofendido estás del desdén y de la ausencia de tu Alima, en mi inocencia vengar tu enojo querrás, sin advertir que es sin fruto, y que si el hombre se escapa, romper la furia en la capa sólo es venganza de bruto. AZÉN: Pues, necia, ya que me obliga tu locura a declarar, y puesto que a mi pesar, lo que sospecho te diga SALOMÓN: (Hoy se ha de arder esta Troya.) Aparte AZÉN: Dime, ¿ha sido acaso en vano no querer darle la mano al alcaide de Botoya? Si resistes con rigor lo que te estaba tan bien, ¿negarás que tu desdén nace en ti de ajeno amor? Pues si tras esto te veo sentir tanto la prisión de Muley, ¿no es presunción que vive en él tu deseo? DARAJA: Si mi culpa estriba en eso... AZÉN: No, no tienes que alegarme. Cuando llegué a declararme cerré contra ti el proceso. Zaide... ZAIDE: Señor... AZÉN: Ni te asombres ni repliques. En prisión pongo por cierta ocasión a Daraja. Con cien hombres en este cuarto has de estar en su guarda y por su alcaide; que a ti solamente, Zaide, puedo este cargo fïar. SALOMÓN: (Él le encarga gentil joya.) Aparte AZÉN: O aquí al tormento inhumano darás la vida, o la mano al alcaide de Botoya. DARAJA: Si piensas que tus porfias han de poder... AZÉN: ¡Entra ya! ¡No me repliques! DARAJA: ¡Alá castigue tus tiranías!
Vanse DARAJA y ZAIDE
SALOMÓN: (¡Encerróla! Al superior Aparte no es oponerse cordura. Irme quiero; coyuntura tendré de hablarle mejor; que está enojado. AZÉN: ¡Ah, judío! ¡Vuelve! SALOMÓN: (¡Cogióme!) Aparte AZÉN: ¿Qué quieres? SALOMÓN: Quiero lo que tú quisieres. AZÉN: ¿Adónde ibas? SALOMÓN: Señor mío, voy donde has mandado. AZÉN: ¿Yo? ¿Dónde te he mandado ir? SALOMÓN: ¿No me mandaste partir a Melilla, Alcaide? AZÉN: No. SALOMÓN: Pues, señor, no iré a Melilla. AZÉN: Tú estás trabado. SALOMÓN: De verte enojado, estoy de suerte, que no sé... AZÉN: Con quien se humilla y me teme, no ejercito yo mi poder, Salomón. SALOMÓN: Ésa es real condición y lo contrario es delito. El que soberbio se atreve, se arrepienta derribado. Quien tu poder no ha estimado, ése tus rigores pruebe. Jamás, alcaide, he tenido igual gusto al que me diste cuando enojado prendiste a Muley por atrevido. El hombre sólo merece, siendo severo, ese nombre, porque en riéndose un hombre, a mí no me lo parece. No hay propria pasión que menos se conforme a la razón. Si gusto o admiración me dan donaires ajenos, ¿qué tiene que ver que quiera yo alabarlos o aplaudillos, con arrugar los carrillos y echar las muelas de fuera? AZÉN: ¿De gracia estás, Salomón, cuando mi pecho atormentan cuantas sierpes alimentan las tres hijas de Aquerón? SALOMÓN: Divertirte fue mi intento; que a mí también tu pesar me aflige. AZÉN: Hoy lo has de mostrar. Amigo, parte al momento, y no me dejes frontera de cuantas el español ocupa y alumbra el sol, donde mi adorada fiera no busques; y si codicias riquezas, por estas nuevas cuantas las indianas cuevas, rinden te daré en albricias; mas sin ellas a mis ojos no vuelvas jamás. SALOMÓN: Confía que la diligencia mía ponga fin a tus enojos. Mas... AZÉN: Habla. ¿Cosa hay que pueda causarte temores vanos? SALOMÓN: Para andar entre cristianos llevo muy poca moneda. AZÉN: Estribe en eso mi intento. Ven, daréte mil cequíes.
Vase AZÉN
SALOMÓN: Con ellos no desconfíes que sus alas compre al viento. Los que vivís de embestir, de mi podéis aprender. primero habéis de saber lisonjear que pedir.
Vase. Salen ARLAJA y ALIMA
ARLAJA: Triste parece que estás. ¿Sientes mucho el cautiverio? ALIMA: Arlaja, ¿creer podrás que otro poderoso imperio es el que me aflige más? ¿Quién creyera--¡triste yo!-- que la que siempre vivió tan libre cuando lo era, el alma también rindiera cuando el cuerpo cautivó? ARLAJA: ¿Haste enamorado, Alima? ALIMA: Ser tú de mi patria, y ser quien al mal que me lastima remedio puedes poner, a confesarlo me anima. Arlaja, yo estoy sin mí. ARLAJA: Dime, ¿por quién? ALIMA: No entendí que lo dudaras, Arlaja, pues agravias la ventaja de sus méritos así.
Sale PIMIENTA
PIMIENTA: (¿Nunca la ardiente pasión Aparte que sin piedad me lastima ha de hallar una ocasión? Arlaja está con Alima: usaré de una invención.) Arlaja... ARLAJA: ¿Quién llama? PIMIENTA: ¿Asi te estás descuidada aquí, cuando el general te llama, y por no hallarte, le inflama un ciego ardor contra ti? ARLAJA: Voy volando.
Vase ARLAJA
ALIMA: Yo te sigo. PIMIENTA: Hermoso dueño, enemigo de mi vida, ¿dónde vas? A Arlaja llama no más. ALIMA: Voy sólo a no estar contigo. ¡Suelta! PIMIENTA: Aplaca ya el rigor ajeno de tu hermosura. ALIMA: ¿Que solicita mi amor quien fue de mi desventura y cautiverio el autor? Antes el hermoso día trocará en noche sombría el meridiano arrebol; antes al ardiente sol visitará la osa fría, que tu pensamiento vano me pueda, español, mover. PIMIENTA: Pues tu rigor inhumano algún favor me ha de hacer. ¡Dame siquiera una mano! ALIMA: Piensa que ablandar procura tu amor una peña dura. PIMIENTA: Yo, ingrata, la tomaré.
Quiere tomalle la mano
ALIMA: Daré voces, y diré al general tu locura. PIMIENTA: Tu resistencia es en vano; que estoy abrasado y ciego. ¡Dame, enemiga, la mano! ALIMA: ¡Primero la diera al fuego! ¡Aparta, necio villano!
Sale VANEGAS
VANEGAS: ¿Qué es esto, señor Sargento? PIMIENTA: (¡Cogióme otra vez!) Aparte VANEGAS: ¿Qué intento le obliga a locura igual? PIMIENTA: Diga el señor general si es injusto el fundamento con que tomarla quería. VANEGAS: ¿Qué fue? PIMIENTA: Quitarle un rubí de la mano pretendía; que pues que yo la prendí, cuanta hacienda tiene es mia. ALIMA: (¡Qué bien la trazó el traidor!)Aparte VANEGAS: ¿Es esto así? ALIMA: Sí, señor. PIMIENTA: ¿No basta que yo lo diga? VANEGAS: (Aunque a sospechas me obliga, Aparte disimular es mejor y la ocasión evitar.) Mora, no tienes razón; que en llegando a cautivar, el dominio y posesión le da ya ley militar, de cuantas prendas tenía tu persona. Su porfía fue justa; dale el rubí; que por él te doy yo a ti
Dale una sortija
este diamante, que al día competencia hermosa mueve. ALIMA: Por tuyo le estimo más. VANEGAS: (¡La mano al hielo se atreve! Aparte ¡Oh, Amor! Con flechas de nieve heridas de fuego das.)
ALIMA da una sortija a PIMIENTA, y háblale aparte
ALIMA: Toma, y ve con advertencia que debes a mi prudencia el callar yo de esta suerte, y que tengo de vencerte sólo con mi resistencia. VANEGAS: ¿Qué dice Alima? PIMIENTA: Que tiene gusto del rubí, señor, y porque no lo enajene, me ofrece al doble el valor, si a mejor fortuna viene. ALIMA: (No vi jamás tal presteza Aparte en fingir.) VANEGAS: Pues el guardarlo no será mucha largueza. (No me atrevo a rescatarlo Aparte por no mostrar mi flaqueza.) PIMIENTA: Lo que Alima pide haré. VANEGAS: Señor sargento, bien ve que perder puede ocasión. Vuélvase a su ocupación; y plega a Dios que le dé tanta ventura la suerte como esta vez ha tenido. PIMIENTA: Iré al punto a obedecerte.
Sale SALOMÓN
SALOMÓN: ¡Gloria a Dios, que llego a verte! VANEGAS: ¡Oh, Salomón! ¡Bien venido, PIMIENTA: (¿Acá ha vuelto este judío? Aparte ¡Quién lo cogiera!
Vase PIMIENTA
SALOMÓN: ¿Aqui estás, bella Alima? ALIMA: Dueño es mío el general. SALOMÓN: Que tendrás presto libertad confío. VANEGAS: Ven; que informarme de ti me importa. SALOMÓN: Con brevedad; que he de irme al punto de aqui.
Vase SALOMÓN
VANEGAS: (¡Oh, soberana beldad! Aparte defiéndame Dios de ti.)
Vase VANEGAS
ALIMA: ¡Ay. gallardo general! ¿Qué he de hacer? Si callo, muero; decir mi pena mortal es liviandad, y no espero que se duela de mi mal; que su entereza es terrible, y tengo por invencible su modestia y su valor. Si no me matas, Amor, facilita este imposible.
Vase. Salen AMET y AZþN
AMET: Ilustre Azén, Alcaide valeroso, cuyo poder, cuya esforzada mano a Marte mismo tiene temeroso, cuando excediendo al pensamiento humano sirve Amet Bichalin de cauta espía en medio del imperio castellano, y cuando los avisos que te envia, del español fabrican el estrago, y dan fuerza y defensa a Berbería, ¿me das en Búcar tú tan justo pago, que me prendes el hijo, cuya fama discurre en su alabanza el aire vago? ¿Qué loco engaño, qué furor te inflama que así en quien tiñe de África los ríos con la española sangre que derrama, fiero ejecutas tus airados bríos, ocasionando al noble y al villano a murmurar tan locos desvaríos? ¡En la mazmorra oscura que el tirano fuero inventó marcial para suplicio y custodia crüel del vil cristiano, está preso Muley, que en tu servicio mil veces dio terror a cuanto Arcturo y Pólux miran en su opuesto quicio! Y ya que su valor no esté seguro de tal desprecio, su nobleza al menos, ¿no debiera enfrenar tu pecho duro? Dilo tú:, ¿por ventura son más buenos en sangre, antigüedad, lustre y hazañas los timbres de los reyes sarracenos? AZÉN: Basta, Amet, basta; y mira que te engañas, si piensas que con ese atrevimiento mi furia aplacas y a Muley no dañas. Al mismo Jove en su estrellado asiento, si le pierde el decoro a mi grandeza, moverá guerra mi furor violento. Tu hijo me ofendió. Ni tu nobleza ni tu valor le eximen del castigo. AMET: De inhumano te indicia tu fiereza. Si al mismo Alá te muestras enemigo, si su poder blasfemas, ¿qué te espanta que te refrene tu mayor amigo? De la amistad sincera la ley santa enseña a corregir tales errores. Quien no los reprehende, la quebranta. AZÉN: Cuando son los amigos superiores, son también desiguales los respetos. No los han de reñir sus inferiores. AMET: Has de advertir que iguala los sujetos distantes la amistad, si es verdadera, y así han de ser iguales los efetos. y si tu obstinación te permitiera abrir de la razón los claros ojos, a Muley premio por castigo diera. Mas tiénente tan ciego tus enojos, que la lisonja vil sola te agrada, del proprio amor sujeto a los antojos. AZÉN: Si con lengua también precipitada me pierdes el respeto, ¡vive el cielo, que pruebes tú también mi mano airada! AMET: ¿Al morabito Amet, a quien el suelo venera, y de quien tiembla el libio adusto y el scita de temor, más que de hielo, se atreverá a ofender tu imperio injusto? ¿Conoces el poder y valor mío, mi heroico pecho y corazón robusto? Pues porque enfrenes el incauto brío y temas tu rüina, y la sentencia dañada mude ya tu pecho impío, de parte del rigor y la potencia inexhausta de Dios, te exhorto y cito que de tus culpas hagas penitencia. A Dios has blasfemado; tu delito conoce y llora, Azén; perdón le pida tu poder limitado al infinito o verás brevemente convertido en humo vil tu indómita braveza, y en polvo leve tu arrogante vida. Y porque siempre el cuerpo en la cabeza padece, tocará a toda tu gente el castigo también de tu fiereza. Bañada se verá la África ardiente por ti de tanta sangre sarracena, que a Neptuno las ondas acreciente. AZÉN: ¿Qué profético aliento desenfrena tus labios, o qué espíritu divino te informa a ti de mi futura pena? Si sabes los decretos del destino, ¿cómo no has conocido que a mis manos te trajo por tu mal tu desatino? ¡Moros, prendedle! AMET: Son intentos vanos. No debes de saber que el poder mío excede, Azén, los limites humanos. Yo sacaré del cóncavo sombrío a mi hijo Muley, y en nube densa le verás navegar el aire frío; y así sabrás si el cielo recompensa el justo celo, honrando y defendiendo a quien la vida pone en su defensa. AZÉN: ¡Prendedle! ¿Qué tardáis? ¿Qué estáis oyendo más locuras? AMET: ¿Quién puede tu sentencia ejecutar en mí, si a Dios defiendo?
Saca a MULEY de un escotíllón y juntos los dos, vuelan por tramoya
AZÉN: ¡Qué gran prodigio! El cielo su inocencia ampara, y con su hijo surca el viento. AMET: ¡Alcaide, haz de tus culpas penitencia! AZÉN: ¡Aguarda, espera, celestial portento!

FIN DEL ACTO PRIMERO

La manganilla de Melilla, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002