GANAR AMIGOS

Juan Ruiz de Alarcón

Texto basado en la edición príncipe en PARTE SEGUNDA DE LAS COMEDIA DE DON JUAN RUIZ DE ALARCÓN (Barcelona, 1634). Fue preparado por Vern Williamsen con el apoyo de varias ediciones modernas y antiguas, y luego pasado a su forma electrónica en 1998.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen Doña FLOR e INÉS, con mantos
FLOR: ¿Qué dices? INÉS: Digo, señora, que es él. FLOR: ¡Desdichada soy! ¿Don Fernando de Godoy, cielos, en Sevilla agora? La Fortuna me persigue. Cúbrete. INÉS: Ya es excusado, porque muestra su cuidado que conoce lo que sigue. FLOR: Cuando el marqués prometía, abrasado de amoroso, pasar mi estado dichoso de merced a señoría, ¿viene a ser impedimento de tanto bien don Fernando? INÉS: Pues, ¿por qué lo ha de ser? FLOR: Dando, pues ha de seguir su intento, ocasiones de celar al Marqués; y es cierta cosa que a su pasión cuidadosa nada al fin se ha de ocultar; que aunque don Fernando, es llano que amante secreto ha sido, el disgusto sucedido en Córdoba con mi hermano fue público en el lugar; y lo que entonces pasó, para sospechar bastó, si no para condenar; y esto será impedimento a la mano que procuro; que es el honor cristal puro, que se enturbia del aliento. INÉS: Pues desengáñalo luego, y pide que no te quiera a don Fernando. FLOR: Eso fuera poner a la mina fuego, y hacerle esparcir al viento secretos de amor desnudos; que ni son los celos mudos ni es sufrido el sentimiento. INÉS: Él llega. FLOR: ¡Suerte inhumana! ¿Cómo me podré librar? INÉS: En esta tienda ha de estar aguardándote doña Ana.
Sale doña ANA, con manto
ANA: Gracias a Dios que te veo. Ya tu tardanza acusaba. FLOR: No imagines que me daba menos priesa mi deseo, pues que mi hermano, sabiendo que a verte, amiga, venía... ANA: ¡Oh, qué cansada porfía!
Salen don FERNANDO y ENCINAS
FERNANDO: Hablarla agora pretendo. ENCINAS: Llega, pues.
Aparte a INÉS
FLOR: Inés, procura, mientras hablo, entretener a doña Ana. FERNANDO: Si el poder igualase a la hermosura, yo fuera, damas hermosas, esta ocasión por igual venturoso y liberal. ENCINAS: Ellas fueran las dichosas. FERNANDO: Mas puesto que no hay hacienda que iguale a tanta beldad, si lo merezco, tomad lo que os sirváis de la tienda. ENCINAS: ¿Qué es esto? Nunca te vi ser galán tan de provecho. Señoras, milagro han hecho vuestras deidades aqui; pero según tus estrellas que nunca des han dispuesto, hoy, que tú quieres, apuesto que no lo reciben ellas. INÉS: Doña Ana hermosa, ¿no tiene gracia el bufón? ENCINAS: No me llamo sino Encinas. ANA: (La del amo Aparte con más razón me entretiene. Sabré al descuido quién es.) Agradado me has de suerte, que estimara conocerte, porque algunos ratos des alivio a tristezas mias. ENCINAS: Harélo yo, si te doy gusto en eso. ANA: Si; que soy sujeta a melancolías. ENCINAS: Oye, pues. (Buena ocasión Aparte doy a mi señor con esto.)
Hablan aparte doña ANA y ENCINAS
INÉS: (Lindamente se ha dispuesto.) Aparte
Aparte a doña FLOR
FERNANDO: Dueño de mi corazón... FLOR: Tu afición, Fernando mío, proceda más recatada; porque ni de esa crïada ni de esa amiga me fío. FERNANDO: Ya con esa prevención a hablarte llegué, mostrando no conocerte. FLOR: Fernando, los nobles amantes son centinelas del honor de sus damas. FERNANDO: Pues, ¿por qué, si has conocido mi fe, me previenes eso, Flor? FLOR: Tú, Fernando, eres testigo de lo que nos sucedió cuando en Córdoba te halló mi hermano hablando conmigo. Entonces, para aplacar los bandos y desafíos entre tus deudos y míos, prometiste no llegar a esta ciudad en dos años, donde en aquella ocasión a empezar su pretensión y acabar aquellos daños mi hermano partió conmigo, por estar su majestad de espacio en esta ciudad. FERNANDO: Y tú, Flor, eres testigo que mi palabra a despecho de mi paciencia he cumplido. FLOR: Pues ya que tan noble has sido, no deshagas lo que has hecho. FERNANDO: ¿Cómo? FLOR: Ocasionando agora nuevos disgustos, y así, sólo una cosa por mí has de hacer, mi bien. FERNANDO: Señora, no mandes que del amor que idolatra tu hermosura desista, y pide segura el imposible mayor. FLOR: Tú verás en lo que pido que encamino tu esperanza. FERNANDO: Siendo así, de tu tardanza está mi amor ofendido. FLOR: Ya con el rey sus intentos tiene en buen punto mi hermano, y de los suyos es llano que han de pender mis aumentos. Da fuerza a su pretensión y a su razón calidad, de mi honor y honestidad la divulgada opinión; y porque temo, y no en vano, que han de causar tus pasiones, al lugar murmuraciones, e inquietudes a mi hermano, quiero que, como quien eres, me prometas que jamás, Fernando, a nadie dirás que te quiero ni me quieres; que vivirán en tu pecho secretas nuestras historias, solicitando tus glorias, o celoso o satisfecho, tan cauto y tan recatado, que en el mayor sentimiento sólo con tu pensamiento comuniques tu cuidado. Esto le importa a mi honor y a tu amor. FERNANDO: Yo te prometo, como quien soy, el secreto, mi gloria, de nuestro amor. ¿Estás contenta? FLOR: Si estoy. FERNANDO: ¿Confías que cumpliré mi palabra? FLOR: Sí; que sé que eres sangre de Godoy. FERNANDO: Di, pues, agora qué estado tiene contigo mi amor. FLOR: Déjalo a tiempo mejor; que estoy aquí con cuidado. FERNANDO: Di, ¿cómo el vernos dispones entre esas dificultades? FLOR: A conformes voluntades nunca faltan ocasiones. Búscalas; que yo prometo hacerlo también. FERNANDO: A ti toca el trazarlas, y a mí el gozarlas con secreto. FLOR: Fernando, adiós. FERNANDO: Flor, advierte en la firme fe que tengo tras tanta ausencia, y que vengo a Sevilla sólo a verte. FLOR: Yo soy la misma que fui. (¡Nunca pluguiera a los cielos Aparte vinieras a darle celos al marqués, y pena a mí!) FERNANDO: (¿Quién dice que las mujeres no son firmes? Peñas son.)
A ENCINAS
ANA: Doña Ana soy de León. Si por ventura tuvieres, que eres forastero al fin, alguna necesidad, conocerás mi verdad. ENCINAS: Pon en mi boca el chapin. INÉS: ¿Cómo habéis quedado? FLOR: Inés, el medio que pude dar he dado, para evitar sentimientos al Marqués.
Vanse las tres
ENCINAS: ¿Qué tenemos? FERNANDO: Nada. ENCINAS: ¿Nada? FERNANDO: Ya no me trates jamás de doña Flor. ENCINAS: ¡Bueno estás! ¡Bien logramos la jornada! FERNANDO: Al punto que entienda yo que nadie de ti ha sabido que algún tiempo la he servido, ni la historia que pasó en Córdoba, pagarás con la vida. (Así el preceto Aparte ejecuto del secreto.) ENCINAS: Que lo diga Barrabás, supuesto que soy testigo de la furia de tu acero, y que sabes dar, primero que la amenaza, el castigo.
Vanse. Salen el MARQUÉS y RICARDO, de noche
RICARDO: Sin seso estás. MARQUÉS: ¿No es razón estar de contento loco, cuando con mis manos toco tan dichosa posesión? Esta noche--¡oh, santo cielo, permitid que llegue a vella!-- gozo de la flor más bella que dio primavera al suelo. Esta noche mis empleos logran su larga esperanza, y firme amor alcanza el fin de tantos deseos, En esta vida, ¿qué bien puede igualar a la gloria de conseguir la vitoria de un dilatado desdén? RICARDO: ¡Oh, quién te viera, señor, libre de estas mocedades! MARQUÉS: ¿Agora me persüades? RICARDO: Juzgo que fuera mejor, cuando te ves tan privado del rey don Pedro, gozar de su favor, y asentar el paso, tomando estado. MARQUÉS: No; mientras viva mi hermano, Ricardo, a quien justamente, por honrado, por valiente, por discreto y cortesano, como tierno padre quiero, no quiera Dios que, casado, a mi casa ni a mi estado solicite otro heredero. Yo tengo por Flor la vida, por Flor desprecio la muerte; mas si el Amor de otra suerte con sus glorias me convida sin que me case, no es justo quitar la herencia a mi hermano; que no siempre con la mano se debe comprar el gusto.
Sale don FERNANDO, alborotado, con la espada desnuda
FERNANDO: Si sois nobles por ventura, mostrad los pechos hidalgos en dar favor a quien tiene todo el mundo por contrario. Dadme esa capa por ésta, cuyo color es el blanco que siguen mis enemigos. Daréis vida a un desdichado. MARQUÉS: No es menester donde estoy. Caballero, sosegaos. FERNANDO: ¿Es el marqués don Fadrique? MARQUÉS: El mismo soy. FERNANDO: Vuestro amparo es puerto de mi esperanza. MARQUÉS: Contadme el caso. Fïaros podéis de mí. FERNANDO: Un hombre he muerto, y el lugar alborotado cierra las puertas furioso, y airado sigue mis pasos. MARQUÉS: ¿Fue bueno a bueno la muerte? FERNANDO: Los dos solos desnudamos cuerpo a cuerpo las espadas, y el otro fue el desdichado. MARQUÉS: Siendo así, yo os libraré. FERNANDO: ¡Prospere Dios vuestros años!
Salen un JUEZ, con lanterna, y CORCHETES
CORCHETE 1: Allí hay gente. FERNANDO: La justicia es aquélla. MARQUÉS: Reportaos; seguro estáis. JUEZ: Esos hombres conoced. CORCHETE 1: ¡Ténganse, hidalgos, a la justicia! ¿Quién es? RICARDO: Excusad el lanternazo; que es el marqués don Fadrique. JUEZ: ¿Vais, señor, también buscando acaso al fiero homicida de vuestro infeliz hermano? MARQUÉS: ¿Qué decís? ¿Mi hermano es muerto? JUEZ: Perdonadme si os he dado con tal nueva tal pesar. FERNANDO: (¿Qué es esto, cielos? ¿Hermano Aparte era del marqués el muerto? ¿Favor pedí al agraviado? MARQUÉS: ¿Cómo sucedió? JUEZ: Señor, dos testigos, que se hallaron presentes, dicen que un hombre de color estaba hablando a la ventana de Flor. MARQUÉS: (¿Esto más, crüeles hados? Aparte JUEZ: Pasó en aquella ocasión el sin ventura don Sancho; y sobre quitarle el puesto y defenderlo el contrario, desnudaron las espadas, y cuerpo a cuerpo gran rato riñeron, hasta que el cielo dio permiso al triste caso. Huyó luego el homicida; mas fïad de mi cuidado que le tengo de prender si no se escapa volando. FERNANDO: (¡Aqui es mi muerte!) Aparte MARQUÉS: Seguidle, y no dejéis, hasta hallarlo, piedra alguna por mover.
Aparte al JUEZ
CORCHETE 1: Señor; si yo no me engaño, las señas del delincuente tiene aquél que recatado detrás del marqués se esconde. JUEZ: ¡Calla, necio! ¿Del hermano del muerto había de ampararse? CORCHETE 1: Indicios dan su recato y el color de su vestido. ¿Qué se pierde en preguntarlo? JUEZ: Bien mereceré perdón, si por vencer vuestro agravio ofendo vuestro decoro. Señor Marqués, ese hidalgo que el cuerpo y el rostro esconde con sospechoso cuidado, ¿puede saberse quién es? FERNANDO: (¡Perdido soy!) Aparte MARQUÉS: ¿No está claro que no será quien me ofende, pues que conmigo le traigo? FERNANDO: (¡Qué nunca visto valor!) Aparte JUEZ: Las señales me engañaron. Disculpad mi inadvertencia; y porque pide este caso diligencia, perdonad si no os quedo acompañando.
Vase el JUEZ y con él los CORCHETES
FERNANDO: (¡Cielo santo! ¿Si querrá Aparte vengar él mismo a su hermano, y por eso me libró de la justicia? RICARDO: (¡Qué extraño Aparte suceso! ¿Qué hará el Marqués en lance tan apretado?) MARQUÉS: (¡Que mi hermano es muerto, y Flor Aparte fue la ocasión de mi agravio, y que éste fue el homicida!) Déjanos solos, Ricardo. RICARDO: (Habérselas quiere a solas; Aparte temiendo voy un gran daño.
Vase RICARDO
MARQUÉS: (¡Oh, adversa fortuna mía, Aparte ved los tormentos que paso! Noche en que esperé alcanzar de amor los bienes más altos, de sentimiento me ahogo, cuando de celos me abraso. Disimulando tenerlos, me conviene averiguarlos.) FERNANDO: (La espada y el corazón Aparte apercibo a todo.) MARQUÉS: ¡Hidalgo...! FERNANDO: ¡Señor Marqués! MARQUÉS: (Pierdo el seso.) Aparte ¿Solos estamos? FERNANDO: Sí estamos. MARQUÉS: Un hermano me habéis muerto. FERNANDO: Un hombre he muerto, ignorando quién era, y agora supe que era, marqués, vuestro hermano. MARQUÉS: No os disculpéis. FERNANDO: No penséis que el temor busca reparos, que inventa el respeto excusas, o la obligación descargos; porque es verdad os la he dicho, de que a vos testigo os hago, pues después de conoceros, a vos mismo os pedí amparo, para que sepáis así a lo que estáis obligado. MARQUÉS: Si imagináis que os he dicho, "No os disculpéis", de indignado y resuelto a la venganza no doy lugar al descargo, engañáisos; advertid que en eso me hacéis agravio, pues mostráis que habéis creído que por el dolor me aparto de cumpliros la palabra que os he dado de libraros. Yo os la di, y he de cumplirla. FERNANDO: La tierra que estáis pisando será el altar de mi boca. MARQUÉS: Caballero, levantaos. No me deis gracias por esto, supuesto que no lo hago yo por vos sino por mí, que la palabra os he dado. Cuando os la di, os obligué. Cumplirla no es obligaros; que es pagar mi obligación, y nadie obliga pagando. De esto procedió el deciros, "No os disculpéis," por mostraros que sin que excuséis la ofensa ni disculpéis el agravio, basta para que yo cumpla mi palabra, haberla dado. FERNANDO: Ejemplo sois de valor y de prudencia; y no en vano ocupáis en la privanza del rey el lugar más alto. MARQUÉS: Dejad lisonjas, y agora, supuesto que he de libraros, me decid quién sois y cuál fue la ocasión de este caso. ¿Qué empeño tenéis con Flor, para haberos obligado a defender el lugar de su ventana a mi hermano? FERNANDO: No, señor: no me está bien, cuando así os tengo indignado, decir quién soy. La ocasión ya la oístes; declararos de ella más es imposible... (Que a Flor la palabra guardo Aparte que del secreto le di; y aunque de celos me abraso, no a romper obligaciones dan licencia los agravios.) MARQUÉS: Pues, ¿no es justo? FERNANDO: Yo os suplico, pues sois noble, que evitando más dilaciones, cumpláis la palabra que habéis dado. Prometido habéis librarme, y a vos mismo os he escuchado que el haberlo prometido basta para ejecutarlo. Advertid que no lo hacéis en pidiendo nada en cambio; que ponerme condiciones es modo de quebrantarlo. MARQUÉS: Es verdad; mas no os las pongo; que pidiendo, no obligando, pregunté, porque me importa saberlo, si a vos callarlo. Y en prueba de esto, seguidme; que aunque, en mi valor fïado, me lo queráis decir, antes que lo escuche he de libraros. FERNANDO: Ya os sigo. MARQUÉS: (¡Ah, Dios! ¿Que en un noble,Aparte cuando de celoso rabio y de lastimado muero, la palabra pueda tanto?
Vanse. Salen don DIEGO, doña FLOR e INÉS, con luz
DIEGO: ¡Flor! FLOR: ¿Hermano? DIEGO: ¡Inés! INÉS: Señor! DIEGO: (El cielo me dé prudencia. Aparte Cuando anegan la paciencia tempestades del honor, ni discurre el pensamiento, ni sé por dónde comience la averiguación; que vence al discurso el sentimiento. FLOR: (¡Confusa estoy!) Aparte DIEGO: Entra, Inés, en esa cuadra. INÉS: ¡Señor! DIEGO: ¡Entra y calla! INÉS: (De temor Aparte muevo sin alma los pies.)
Vase INÉS
DIEGO: Yo pensé, Flor, que los daños que otra vez tu liviandad ocasionó en la ciudad de Córdoba, habrá dos años, de freno hubieran servido para no causar aquí la desdicha que por ti, enemiga, ha sucedido. Esta noche al más experto de Europa, al mejor soldado, caro hermano del privado del rey, por tu causa han muerto. Mira tú qué fin espero del daño que ha sucedido, si es tan fuerte el ofendido, y es el rey tan justiciero. No llores, Flor; que no es eso lo que agora ha de aplacarme; lo que importa es declararme la verdad de este suceso, porque sepa yo qué medio tendré para dar, seguro, prevención a lo futuro, y a lo pasado remedio. Solos estamos. Advierte, si a tan justa confesión no te mueve la razón, que te ha de obligar la muerte, No te refrene el temor, y piensa que en caso igual oye el médico tu mal, y tu culpa el confesor. Mira, si negar intentas, que a informarme obligarás de los crïados, y harás públicas nuestras afrentas; y, así es mejor informarme secretamente de ti, y que se resuelva aquí lo que importe, que obligarme a una gran demonstración, si me doy por entendido de que tu locura ha sido de este daño la ocasión. FLOR: Hermano, a quien justamente pueden dar nombre de padre los honrosos sentimientos que acompañan tus piedades, sabe que aunque la vergüenza me enfrene, es preciso lance, cuando amenazan los daños, manifestar las verdades, sabe que desde aquel día, dos años ha, que llegaste a esta excepción de los tiempos, envidia de las ciudades... ¡Pluguiera a Dios que primero que mirase y admirase de sus altos edificios los soberbios homenajes; plugiera a Dios que primero que en la región de las aves contemplase de Fortuna en la Giralda una imagen, pues cual diosa habita el cielo, y sólo el viento mudable es la razón imperiosa de su movimiento fácil, pluguiera a Dios que primero que patentes sus umbrales diesen permiso a mis pasos, y a su rüina hospedaje sus altos muros, sirviendo a su paraíso de ángel, túmulo funesto diesen a mis obsequias fatales! Pues desde aquel mismo día empezaron a engendrarse de este incendio las centellas, de este daño las señales; que apenas la vez primera vieron mis ojos sus calles, cuando el marqués don Fadrique, ese castigo de alarbes, ese honor de castellanos, rayo de turcos alfanjes, ese espejo de las damas y envidia de los galanes, a combatirme empezó con medios tan eficaces, que ha usurpado la opinión mi corazón al diamante. Si al fin sus continuas quejas, si al fin sus bizarras partes correspondencia engendraron en mi pecho, no te espante; que por doña Ana te he visto de tu valor olvidarte, regar la tierra con llanto, romper con quejas los aires. Pues si eres hombre, don Diego, y la fuerza de Amor sabes, de sus vitorias despojo, víctima de sus altares, ¿qué mucho que una mujer contra su poder no baste, y más si obligan temores, y esperanzas persüaden? Que el marqués, si amante humilde, conquistador arrogante, mezclaba.. (Esta falsa culpa Aparte le imputo por disculparme) ...las amenazas crüeles a las promesas süaves, y el poder y la ambición igualmente me combaten. Temo venganzas injustas en mi opinión y en tu sangre, espero que a ser mi esposo le obliguen mis calidades; y al fin, estas fuerzas todas, a empresa mayor bastantes, a darle esta noche entrada pudieron determinarme. ¡No te alteres! Oye, hermano; que en caso tan importante no en ligeras confïanzas fundaba mis liviandades. Prevenida me arrojaba, ordenando que ocupasen tres testigos, de mi cuarto ciertos ocultos lugares, con intención de pedirle palabra de esposo antes que en la fuerza de mi honor le hiciese el amor alcaide; y si la diese, o movido de su afición y mis partes, o pretendiendo, fïado en el secreto, engañarme, tener testigos con quien convencerle, y obligarle al cumplimiento; que puesto que su poder me acobarde, el rey don Pedro es el rey, y justicia a todos hace tan igual, que ha merecido que "el justiciero" le llamen; y si a su intento quisiese, sin obligarse, obligarme, tener quien diese socorro a mi resistencia frágil. Éste fue mi pensamiento; y envuelta en cuidados tales, esta noche, autora triste de lamentoso desastre, tuve abierta esa ventana, sin que un punto de ella aparte la vista, esperando señas y temiendo novedades; cuando hacia la reja un hombre vi cuidadoso llegarse, cuyo recato atrevido me daba de amor señales. Pensé--¡desdichado engaño!-- que era el marqués, y al instante a hablarle llego; y apenas el engaño se deshace, cuando su infeliz hermano, que por el marqués amante, más que hermano, fiel amigo, ronda celoso la calle, le llegó a reconocer; y sobre querer quitarle de la reja, sus aceros dieron rayos a los aires. El oculto pretendiente fue más dichoso; que a nadie más valiente que al difunto celebraron las edades. Ésta es mi culpa. Mi pena o tu castigo me mate, pues que venturoso muere el que desdichado nace. DIEGO: ¿Hay más dura confusión? ¿Que aún son mayores mis males que pensé? ¿Que es el marqués, y no don Sancho, tu amante? ¿De modo que tengo agora que librarte y que librarme. demás de lo que amenaza una desdicha tan grande, de la venganza furiosa de los celos que causaste al marqués, y de la ofensa que en pretenderte me hace? ¡Ah, Dios! ¿Qué fuerzas habrá que con vida y honra saquen mi opinión de entre los brazos de tantas adversidades? No puede ser. ¡Pues, valor heredado de mis padres, para tales ocasiones vive en el pecho la sangre! Mas di, ¿quién fue el homicida? FLOR: Ni el rostro, la voz, ni el talle conocí. DIEGO: ¿Cómo es posible? FLOR: Fueron breves los instantes del caso; lo más te he dicho, y no hay para qué callarte lo demás, si lo supiera. (La verdad quiero negarle; Aparte que me adora don Fernando, y me obliga, aunque me agravie.) DIEGO: ¿Cómo sabré que tu lengua me ha referido verdades, Flor? FLOR: Si el crédito me niegas, Inés y Alberto lo saben; mas si probanza procuras más secreta, por no darte por entendido, papeles del Marqués guarda esta llave, que de la verdad que digo podrán mejor informarte.
Dale una llave
DIEGO: Muestra, y piensa que no rompe mi espada tu pecho infame porque no digan que empiezo por la mujer a vengarme. FLOR: Si mi triste fin deseas, no importa que no me mate tu espada; que espada son de la muerte mis pesares.
Vanse los dos. Salen el MARQUÉ y don FERNANDO
MARQUÉS: Ya os saqué de la ciudad; ya en este campo desierto alcanza seguro puerto por mí vuestra libertad; y para poder seguir la derrota que os agrada, tenéis postas en Tablada, barcos en Guadalquivir. Y porque tengo advertido que no pudo a intento igual lo súbito de este mal hallaros apercebido; porque no os impida acaso algo la necesidad, esas cadenas tomad,
Dale dos cadenas
que os faciliten el paso. FERNANDO: Cuando la ocasión que veis no me obligara a acetar, lo hiciera por no agraviar la largueza que ejercéis. Por mil modos dejáis presa mi voluntad. MARQUÉS: Ya he cumplido mi palabra. FERNANDO: Y excedido el efeto a la promesa. MARQUÉS: Ya, pues que no me podéis oponer esa excepción, pedir puedo con razón que quién sois me declaréis; que digáis qué os ha pasado con mi hermano y doña Flor, porque sepa mi valor a lo que estoy obligado; que será bien, pues por ella ha sucedido este mal, y soy la parte formal en seguilla o defendella, que entre los dos brevemente la causa aquí sustanciada, o la perdone culpada, o la disculpe inocente. (Así averiguo mis celos Aparte sin dar a entender mi amor.) FERNANDO: El nunca visto valor de que os dotaron los cielos, por igual engendra en mí el recelo y confïanza; que amenaza la venganza, supuesto que os ofendí, cuando mi pecho confía de que le tendréis también para perdonar a quien no supo que os ofendía. Y así, o perdonad mi ofensa, marqués, o el no declararme; que ha de ser el ocultarme de vos mi mayor defensa. MARQUÉS: Ved que me habéis agraviado, pues dais en eso a entender que os engendra mi poder, y no mi valor, cuidado. FERNANDO: ¿Cómo? MARQUÉS: Clara es la razón en que este argumento fundo; que si las leyes del mundo piden la satisfación como fue la ofensa, es llano que cuerpo a cuerpo los dos debo vengarme, pues vos matastes así a mi hermano. FERNANDO: Es así. MARQUÉS: Pues si es así, y que estamos hombre a hombre, querer ocultarme el nombre cuando os tengo a vos aquí, y decir que de esa suerte, si no os quiero perdonar mi ofensa, pensáis librar vuestra vida de la muerte, ¿no es evidente probanza de que pensáis que pretendo saber quién sois, remitiendo a otra ocasión mi venganza, pues si teniéndoos presente, pensáis que no quiero aquí vengarme de vos por mí, dais a entender claramente que os pretendo conocer porque pueda en mi ofensor, lo que agora no el valor, hacer después el poder? FERNANDO: Vuestro valor solo ha sido el que me obliga a ocultarme; que supuesto que librarme prometistes, he creído que está seguro mi pecho esta vez de vos aquí; pues se ha de entender así la promesa que habéis hecho. MARQUÉS: No. De mi palabra es ésa muy larga interpretación; conforme a la relación se ha de entender la promesa. Vos dijistes que alterado os perseguía el lugar; de él os prometí librar, y de él os he ya librado; y vos mismo agora aquí confesastes que he cumplido mi palabra, y excedido a lo que os prometí. Según esto, no hay razón que declararos impida, si ha de quedar fenecida la causa en esta ocasión. FERNANDO: En albricias de eso os quiero besar los heroicos pies, pues que si acaso, marqués, aquí a vuestras manos muero, me será más conveniente que vivir sobresaltado siempre del duro cuidado de un contrario tan valiente. Y si os mato, a mi valor doy cuanto en la fama cupo, venciendo a quien nunca supo sino salir vencedor. Y pues ya no me está mal decir mi nombre, yo soy don Fernando de Godoy, de Córdoba natural. MARQUÉS: En vuestro valor advierto la sangre que os ha animado. FERNANDO: Bien pienso que lo ha probado quien a vuestro hermano ha muerto, pues si con igual hazaña os mato, decir podré que en una noche quebré entrambos ojos a España. Con esto os he declarado lo que mandéis. MARQUÉS: Resta agora que digáis lo que con Flora y don Sancho os ha pasado. FERNANDO: De vuestro hermano ya oístes que por quererme quitar de una ventana el lugar que ocupaba, le perdistes. En cuanto a Flor, lo primero pensad que jamás su honor sufrió la duda menor; luego, como caballero y galán, me decid vos si, dado caso que fuera yo tan dichoso, que hubiera secretos entre los dos, ¿diera el descubrirlos fama a mi honor, si es, según siento, inviolable sacramento el secreto de la dama? MARQUÉS: Pues si callar os prometo, el ser quien soy, ¿no me abona? FERNANDO: No hay excepción de persona en descubrir un secreto. En vano estáis porfïando. MARQUÉS: Advertid que con callar me dais más qué sospechar que podéis dañar hablando, si al constante desvarío en que dais, de doña Flor os ha obligado el honor. FERNANDO: No me obliga sino el mío, ni temo que sospechéis de su honor por eso mal; que sois noble, y como tal la sospecha engendraréis; y cuando no, de no hablar nace sospecha dudosa, siendo tan cierta y forzosa la afrenta de no callar. Y porque más adelante no paséis, mi pecho es en este caso, marqués, un sepulcro de diamante. MARQUÉS: Ya no basta el sufrimiento; (que añade la resistencia Aparte a los celos impaciencia y furias al sentimiento.) Mas con esta espada yo el diamante romperé, y en vuestro pecho veré lo que en vuestra boca no.
Acuchíllanse
FERNANDO: ¡Ah, marqués! Mucho valor pusieron en vos los cielos. MARQUÉS: (La espada animan los celos, Aparte y el corazón el dolor.)
Abrázanse y luchan
FERNANDO: Si os igualo en valentía, vos en fuerza me excedéis. MARQUÉS: No os espante, cuando veis la razón de parte mía.
Cae debajo don FERNANDO
FERNANDO: ¡Ah, cielos! Vencido soy. MARQUÉS: Decid, pues lo estáis, agora, qué os ha pasado con Flora. FERNANDO: Resuelto a callar estoy. MARQUÉS: ¿Que os resolvéis en efeto, si con la muerte os obligo, a no decirlo? FERNANDO: Conmigo ha de morir mi secreto. MARQUÉS: ¡Levantad, ejemplo raro de fortaleza y valor, alto blasón del honor, de nobleza espejo claro! ¡Vivid! ¡No permita el cielo que quien tal valor alcanza, por una ciega venganza deje de dar luz al suelo! Para con vos quedo bien con esto, pues si sabéis que sé que muerto me habéis mi hermano, sabéis también que cuerpo a cuerpo os vencí; y si ya pude mataros, hago más en perdonaros pues también me venzo a mí. Para con el mundo nada satisfago si aquí os diera muerte, pues nadie supiera que fue la autora mi espada, por el secreto que ofrece esta muda obscuridad; y en tanto que la verdad de mi ofensor se obscurece, no tengo yo obligación de daros muerte, si bien la tengo de inquirir quién hizo ofensa a mi opinión. Guardaos, si viene a saberse que fuistes vos mi ofensor, porque en tal caso mi honor habrá de satisfacerse; mientras no, para conmigo no sólo estáis perdonado, pero os quedaré obligado si me queréis por amigo. FERNANDO: De eterna y firme amistad la palabra y mano os doy. MARQUÉS: Don Fernando de Godoy, idos con Dios, y pensad que puesto que ya la muerte de mi hermano sucedió, que más que a mí quise yo, os estimo de tal suerte, que trueco alegre y ufano, a mi suerte agradecido, el hermano que he perdido por el amigo que gano.

FIN DEL ACTO PRIMERO

Ganar amigos, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 24 Jun 2002