LOS FAVORES DEL MUNDO

Juan Ruiz de Alarcón

Texto basado en la edición príncipe de LOS FAVORES DEL MUNDO en PARTE PRIMERA DE LAS COMEDIA DE DON JUAN RUIZ DE ALARCÓN (Madrid; Juan González, 1628). Fue preparado por Vern Williamsen y luego pasado a su forma electrónica en 1998.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen don GARCÍA Ruiz y HERNANDO, con vestido de color
HERNANDO: ¡Lindo lugar! GARCÍA: El mejor; todos, con él, son aldeas. HERNANDO: Seis años ha que rodeas aqueste globo inferior, y no vi en su redondez hermosura tan extraña. GARCÍA: Es corte del rey de España, que es decirlo de una vez. HERNANDO: ¡Hermosas casas! GARCÍA: Lucidas; no tan fuertes como bellas. HERNANDO: Aquí las mujeres y ellas son en eso parecidas. GARCÍA: Que edifiquen al revés mayor novedad me ha hecho, que primero hacen el techo, y las paredes después. HERNANDO: Lo mismo, señor, verás en la mujer, que adereza, al vestirse, la cabeza primero que lo demás. GARCÍA: Bizarras las damas son. HERNANDO: Diestras pudieras decir en la herida del pedir, que es su primera intención. Cifrase, si has advertido, en la de mejor sujeto, toda la gala en el peto, toda la gracia en el pido. Tanto la intención crüel sólo a este fin enderezan, que si el "Padre nuestro" rezan, es porque piden con él. Hoy a la mozuela roja que en nuestra esquina verás, dije al pasar, "¿Cómo estás?, Y respondió, "Para aloja." GARCÍA: Con todo, siento afición de Madrid en ti. HERNANDO: Y me hicieras merced si aquí fenecieras esta peregrinación; que molerán a un diamante seis años de caminar de un lugar a otro lugar, hecho caballero andante. GARCÍA: Hernando, estoy agraviado, y según leyes de honor, debo hallar a mi ofensor; no basta haberlo buscado. Mas no pienses que me canso, que hasta llegar a matarle, de suerte estoy, que el buscarle tengo sólo por descanso. No a mitigarme es bastante tiempo, cansancio ni enojos, que siempre tengo en los ojos aquel afrentoso guante. ¡Ah, cielos! ¿En qué lugar escondéis un hombre así? Cielos, o matadmc a mi, o dejádmelo matar. Yo, que en la africana tierra tantos moros he vencido; yo, que por mi espada he sido el asombro de la guerra, yo, que en tan diversas partes fijé, a pesar del pagano y el hereje, con mi mano católicos estandartes, ¿he de vivir agraviado tantos años, cielo? ¿Es bien que esté deshonrado quien tantas honras os ha dado? HERNANDO: Por Dios te pido, señor, que no te aflijas así, que yo espero en Dios que aqui has de restaurar tu honor. Si las señas no han mentido, don Juan en Madrid está. Sufre lo menos, pues ya lo más, señor, has sufrido. Deja esa pena inhumana, no pienses en tu contrario. GARCÍA: Es pedir al cuartanarío que no piense en la cuartana. HERNANDO: Diviértete, considera cómo está en caniculares con ser pobre Manzanares, tan honrada su ribera, que de él dijo una señora, cuyo saber he envidiado, que es, por lo pobre y honrado, hidalgo de los de agora. Bien puede aliviar tus males ver ese parque, abundoso de conejo temeroso, blanco de tiros reales. GARCÍA: Detente. ¿No es mi enemigo el que miro? HERNANDO: ¿Don Juan? GARCÍA: Sí, el que viene hablando allí... con aquel coche... HERNANDO: Yo digo que me parece don Juan, pero no puedo afirmarlo. GARCÍA: Ya ves que importa no errarlo. Pues tan divertidos van, al descuido has de acercarte, y con cuidado mirar si es él; que yo quiero estar escondido en esta parte hasta que vuelvas. Advierte que certificado quedes. De espacio mirarlo puedes, que él no podrá conocerte. HERNANDO: El coche paró... una dama sale...; él sirve de escudero. GARCÍA: Acaba, vete. HERNANDO: El cochero me dirá cómo se llama.
Vase HERNANDO; don GARCÍA se esconde a un lado, y por el opuesto salen doña ANARDA y doña JULIA, con mantos, y don JUAN
JUAN: El Príncipe, mi señor, que de este parque en la cuesta dando está con la ballesta lición, y envidia al amor, como vuestro coche vio, contento y alborotado a daros este recado, bella Anarda, me envió. miradlo en aquel repecho, sobre el hombro la ballesta, la mira en el blanco puesta que sigue tan sin provecho. ANARDA: Al parque, don Juan, subiera, no dando qué murmurar, mas está todo el lugar de ese río en la ribera. Perdón me ha de dar su alteza, y porque pueda advertir que nace en mí el no subir de honor, y no de esquiveza, aquí me quiero asentar, donde el príncipe me vea;
Siéntanse las damas; don JUAN se arrodilla
que ver lo que se desea, algo tiene de gozar. Y vos, que con él priváis, estaos aquí, porque arguya que esta fortaleza es suya, pues por alcaide quedáis.
Habla aparte doña JULIA con doña ANARDA
JULIA: Parece que se mitiga tu acostumbrado rigor. ANARDA: A esto me obliga el temor, ya que el amor no me obliga.
A don JUAN
¿De rodilla? JUAN: Tus despojos adoro. ANARDA: Mucho te humillas. JUAN: ¿No pondré yo las rodillas donde el Principe los ojos? Y cuando no a tu deidad tal veneración le diera, a tu prima se la hiciera, pues adoro su beldad.
Sale HERNANDO. Sale don GARCÍA al encuentro a HERNANDO y habla con él sin ser vistos de don JUAN ni las damas
GARCÍA: ¿Es don Juan? HERNANDO: Sin duda alguna, que yo pregunté al cochero quién es este caballero y dijo, "don Juan de Luna." GARCÍA: En cas del embajador de Ingalaterra te espero. Con mis joyas y dinero ponte en salvo. HERNANDO: Voy, señor.
Vase HERNANDO. Don GARCÍA saca la espada y embiste a don JUAN; él se levanta, y la saca también
GARCÍA: Aquí pagará tu vida tu atrevimiento. JUAN: Detente. GARCÍA: ¡Ah, don Juan! aquí no hay gente que la venganza me impida. ANARDA: ¡Qué confusión! JULIA: Prima mía, ¿qué haremos? ANARDA: ¡Oh, trance fuerte! JUAN: ¿Veniste a buscar tu muerte? ¿No me conoces, García? GARCÍA: Tanto mayores serán, si aquí te venzo, mis glorias, cuanto lo son tus victorias.
Vienen a los brazos y cae debajo don JUAN
ANARDA: Vencido cayó don Juan.
Don GARCÍA saca la daga
GARCÍA: Ya llegó el tiempo en que salga de tanta afrenta. ¡Enemigo, éste es tu justo castigo!
Va a darle una puñalada
JUAN: ¡Válgame la Virgen!
Detiene el brazo alzado don GARCÍA, y se levanta
GARCÍA: Valga; que a tan alta intercesora no puedo ser descortés. JUAN: Déjame besar tus pies. GARCÍA: Don Juan, a nuestra Señora, virgen, madre de Dios hombre, de la vida sois deudor; que refrenar mi furor pudiera sólo su nombre. JUAN: Matadme; que más quisiera morir, que haber agraviado a quien la vida me ha dado. GARCÍA: Más queda de esta manera satisfecha la honra mía; que si ya pude mataros, más he hecho en perdonaros que en daros la muerte haría. Matar pude, vencedor de vos solo; mas así he vencido a vos y a mi, que es la victoria mayor. Sólo faltó derribar el brazo ya levantado; más fue perdonar airado, que era, pudiendo, matar. ANARDA: (De turbada estoy sin mí.) Aparte Necio, descortés, grosero, si valiente caballero, fuera bien mirar que aqui estaba yo, para dar a ese intento dilación. ¿Faltáraos otra ocasión de poderlo ejecutar? GARCÍA: En que os habéis ofendido, reparad, señora mía, llamando descortesía lo que ceguedad ha sido. Ciego llegué del furor; que, ¿quién, señora, os mirara, que suspenso no quedara o de respeto o de amor? ANARDA: Vanas las lisonjas son, cuando con lo que intentastes, de ningún modo guardastes el decoro a mi opinión. ¿Qué dijeran los que están buscando que murmurar, viendo a mi lado matar un hombre como don Juan? JUAN: Si advertís, señora mía, perdón merece en su error quien, por tener mucho honor, tuvo poca cortesía. ANARDA: ¡Bueno es disculparlo vos! JUAN: ¿No estoy a hacerlo obligado, cuando la vida me ha dado?
Sale GERARDO, paje
GERARDO: Su alteza llama a los dos. GARCÍA: ¿El príncipe? GERARDO: Veislo alli. JUAN: No tenéis que alborotaros, que presto pienso pagaros lo que habéis hecho por mi.
A las damas
Su alteza a llamarme envía. ANARDA: Bien es que le obedezcáis. JUAN: Si el coche, Anarda, tomáis, dejaros en él querría. ANARDA: Desde aquí del aire y soto gozar queremos las dos. JUAN: Julia, adiós. JULIA: Don Juan, adiós.
Vase don JUAN
GARCÍA: Perdonad este alboroto, si puedo esperar perdón de quien, sólo con mirar da muerte. ANARDA: De perdonar vos me habéis dado lición. JULIA: ¡Qué bizarro caballero! Las almas lleva tras sí.
Sale HERNANDO. Don GARCÍA se encuentra con él al retirarse y los dos hablan aparte
GARCÍA: ¿Aquí estás? HERNANDO: Quise de aqui ver el suceso primero. GARCÍA: Quédate, y sabe quién son esas mujeres. HERNANDO: ¿Ya estás herido? GARCÍA: En ellas verás, si es bastante la ocasión.
Vase don GARCÍA y HERNANDO se queda en el fondo
GERARDO: El príncipe, mi señor, que este caso viendo ha estado, os dice que se ha alegrado de tener competidor que a su privado ha querido, porque os hablaba, ofender; que dueño debe de ser quien cela tan atrevido. ANARDA: Decid, Gerardo, a su alteza que mostrárseme penado de este susto que me han dado, fuera más alta fineza que condenarme a liviana con tanta resolución, por sola la información de una conjetura vana. Que ya de don Juan sabrá cuán otra la causa ha sido, y de haberme así ofendido el yerro conocerá. Y porque entienda que yo no sé a dos favorecer, le suplico haga prender al que mi agravio causó. Id con Dios. GERARDO: Quede contigo.
Vase GERARDO
JULIA: Yo pensé que merecía su humildad y cortesía antes premio que castigo. Villana estás, por mi fe, con quien perdón te pidió. (Préndaos Anarda; que yo, Aparte forastero, os libraré.) ANARDA: ¡Oh, qué mal me has entendido! ¿Ves este enojo y rigor? Pues ardides son que amor ha trazado y ha fingido. JULIA: ¿Quieres al príncipe ya? ANARDA: Nunca tan necia te vi. Quien vio el forastero, di, ¿cómo otro dueño querrá? Aquel bizarro ademán con que la espada sacó, el valor con que venció y dio la vida a don Juan, la gala, la discreción en darme disculpa, el modo, gentileza y talle, todo me ha robado el corazón. JULIA: (¡Rabiando estoy de celosa!) Aparte ANARDA: Y así, por volver a verlo, lo aseguro con prenderlo, de que se irá temerosa, porque forastero es. JULIA: Cuando se apartó de aquí, al oído hablar le vi a aquel mancebo que ves. É; informarte pudiera. ANARDA: Bien dices: hablarle quiero. JULIA: (Así ha de ser, forastero, Aparte mi contraria mi tercera. ANARDA: ¡Ah, caballero! HERNANDO: (¿Si a mi Aparte caballero me llamó? ¿Tan buen talle tengo yo?) ¿Es a mí, señora? ANARDA: Sí. HERNANDO: Extrañé la nueva forma, cuando me vi caballero, si bien no soy el primero que en la corte se trasforma. Mas son vanas intenciones cuando con pobreza lidio que es el dinero el Ovidio de tales trasformaciones. Pero si puedo serviros, dama, sin ser caballero, mandadme. ANARDA: Pediros quiero ... HERNANDO: Pues bien podéis despediros. ¿Para pedirme, decid, sólo me llamáis las dos? Animosas sois, por Dios, las mujeres de Madrid. Que pida la que se ve de mí rogada y querida, ¡vaya! Mi amor la convida, y pues pido, es bien que dé. Que la mujer que hablo yo en la iglesia, tienda o calle, me pida, ¡vava!, el hablalle ya por ocasión tomó. Mas, ¡llamarme, hacerme andar, y luego pedírme! ¿Es cosa el dar tan apetitosa, que he de andar yo para dar? ANARDA: Lo que pediros intento, sólo hablar ha de costaros. HERNANDO: De eso bien me atrevo a daros cuanto os pinte el pensamiento. ANARDA: Oíd, pues. HERNANDO: Decid, señora. ANARDA: Que me digáis sólo quiero quién es aquel forastero que al oído os habló agora. HERNANDO: Con que vos, señora mia, antes quién sois me digáis, os lo diré; y no tengáis lo que os pido a groscria, porque sin saber a quién, decir quién es no conviene puesto que enemigos tiene. ANARDA: ¡Qué cauto sois! HERNANDO: Hago bien; que en la corte es menester con este cuidado andar; que nadie llega a besar sin intento de morder. ANARDA: Si así ha de ser, yo me llamo doña Lucrecia Chacón. HERNANDO: García Ruiz de Alarcón es el nombre de mi amo. ANARDA: ¿Es caballero? HERNANDO: ¿Tan mal os informa su apellido? La Mancha no lo ha tenido más antiguo y principal. Y sin el nombre, el sujeto os pudiera haber mostrado su calidad. ANARDA: ¿Es casado? HERNANDO: No, sino hombre muy discreto. ANARDA: Déte el cielo buenas nuevas.
Doña ANARDA habla aparte con doña JULIA
JULIA: Disimula. Loca estás. ANARDA: ¿Qué quieres? JULIA: Pregunta, mas sin mostrar el fin que llevas. ANARDA: ¿Es rico? HERNANDO: ¡Gracias a Dios que llegamos al lugar! Si queríades preguntar sólo ese punto las dos, ¿qué sirve parola vana y hablar de falso primero? Bien sé que apunta al dinero toda aguja cortesana. ANARDA: Ya no lo quiero saber, por mostrar otros cuidados. HERNANDO: Pues hasta dos mil ducados de renta deben de ser los que en sus vasallos tiene. ANARDA: ¿A qué vino a este lugar? HERNANDO: Ése es mucho preguntar. ANARDA: Sólo si de espacio viene me decid. HERNANDO: Si no es aquí rémora un nuevo cuidado... ANARDA: ¿Hase acaso enamorado? HERNANDO: (¿Picaisos?) Aparte Pienso que sí. ANARDA: Malas nuevas te dé Dios. HERNANDO: (Mal disimula quien ama.) Aparte ANARDA: ¿Puede saberse la dama? HERNANDO: Oso decir que sois vos. ANARDA: Pues, ¿cuándo me ha visto? HERNANDO: Ahora. ANARDA: Y ¿cómo sabéis que aqui se ha enamorado de mí? HERNANDO: Porque sé que os vio, señora. ANARDA: ¿Lisonjas? HERNANDO: Verdades son, de que tengo algún indicio. JULIA: Que viene el conde Mauricio. ANARDA: Pues huyamos la ocasión.
Sale el CONDE Mauricio y LEONARDO. Se quedan en el fondo observando a las damas
LEONARDO: Lince eres en conocellas. CONDE: Ciega amor y vista da. ¿Cúyo crïado será el que está hablando con ellas? ANARDA: Tu nombre... HERNANDO: Hernando es mi nombre. ANARDA: ¿De qué? HERNANDO: Hernando, cerrilmente, que no le sirve al sirviente más que el nombre el sobrenombre. ANARDA: Mucho tu modo me obliga. Gusto me ha dado tu humor. HERNANDO: Eso, hablando a lo señor...
Hablan aparte doña ANARDA y doña JULIA
ANARDA: Dile, Julia, que nos siga, como que sale de ti. JULIA: (Tu mismo fuego me abrasa.) Aparte Ven a saber nuestra casa, que he de hablarte. HERNANDO: Harélo así.
Vanse las damas
¡Pobretilla! ¿Ya me quieres? Las armas de amor trajimos, que un hombre a matar venimos, y hemos muerto dos mujeres.
Vase HERNANDO
LEONARDO: El coche toman. Huyendo van de ti, señor. CONDE: Cuidado me da, Leonardo, el crïado. ¿Ves cómo las va siguiendo? LEONARDO: ¿Qué determinas? CONDE: Saber quién es su dueño y su intento, que amor me forma del viento mil visiones que temer.
Vanse el CONDE y LEONARDO. Salen el PRÍNCIPE, con gabán y ballesta, GARCÍA y don JUAN
GARCÍA: Supuesto que obedecer es forzoso a vuestra alteza, oya a quien ha ejercitado más la espada que la lengua. García Ruiz de Alarcón es mi nombre, en las fronteras berberiscas más temido que conocido en las vuestras. Vasallos tengo en La Mancha, que mis pasados heredan del Zavallos, que a Castilla abrió de Alarcón las puertas. En ciñéndome la espada, fui a serviros a la guerra, que heredar honra es ventura, y valor es merecerla. Callar quiero mis hazañas pues que la fama os las cuenta, y en la tierra las escriben ríos de sangre hagarena. Habrá, pues, señor, seis años que en la batalla sangrienta que tuvimos con los moros en Jerez de la Frontera, militó don Juan de Luna, de cuyos rayos pudiera el mismo sol envidiar fuego para sus saetas, porque su valiente espada era encendido cometa que a fuego y sangre amenaza la berberisco potencia. Al trabar la escaramuza, con tan animosa fuerza las huestes de África embisten, que las de Castilla afrentan. Desbaratados los nuestros olvidaron su soberbia, y aun volvieron las espaldas, que esto es verdad, si es vergüenza. Yo, despachado de ver tan nunca usada flaqueza, atajélos con la espada, castiguélos con la lengua. 0 se deba a mis razones, o al valor de ellos se deba, corridos los castellanos repararon la carrera, y en nuevo Marte encendidos, revuelven con tal violencia, que más pareció el huir artificio que flaqueza. Vos, señor, al fin vencistes, que son los reyes planetas, y las obras del vasallo se deben a su influencia. Pues como yo fui la causa de que los nuestros volvieran, por autor de la victoria todo el campo me celebra; con que en algunos cobardes la envidia tósigo siembra, que la pensión de las dichas es la emulación que engendran. Juntos pues los envidiosos a fabricar mis afrentas, a don Juan de Luna eligen para el instrumento de ellas. Sólo en su valor confían, y en la confïanza aciertan, pues a lo que él se atrevió, nadie, sin él, se atreviera. Dícenle, para incitarlo a la venganza que intentan, que de su espada y valor he hablado mal en su ausencia; que he dicho que las espaldas suyas fueron las primeras que vieron los enemigos en la pasada refriega. Uno el agravio denuncia, los otros con él contestan, y él con falsa información justamente me condena. Y estando en corrillo un dia con otros soldados, llega determinado don Juan, diciendo de esta manera, :Yo soy don Juan, cuya luna, de gloriosos rayos llena, el honor de mis pasados, con ser inmenso, acrecienta; vos habéis dicho de mí que soy cobarde en la guerra, sabiendo que en valentía os venzo, como en nobleza." "¡Mentís en todo!" le dije; mas húbelo dicho apenas, cuando le tiró en un guante a mi honor una saeta que si bien no me llegó, es por la desdicha nuestra el honor tan delicado, que del intento se quiebra. Saqué a vengarme la espada, y él la suya en su defensa, que de dos humanos Joves dos rayos vibrados eran, y a no impedírnoslo tantos, no digo yo cuál muriera; que con ventura se vence, si con valor se pelea. Al fin, no pude romper muros de espadas opuestas, que aunque el valor las excede, no las igualan las fuerzas. Ausentóseme don Juan, y yo, en sabiendo quién eran los autores del engaño de que resultó mi ofensa, los dos de tres arrojé al mar desde una galera. Por las bocas me ofendieron, y entró la muerte por ellas. El tercero se ausentó, y a mí el agravio me lleva buscando a don Juan de Luna por varios mares y tierras, determinado a matar o morir; y a sus esferas seis vueltas ha dado el sol mientras yo al mundo una vuelta. Supe que estaba en Madrid; vine, y vilo en la ribera de Manzanares agora; embestí a vengar mi afrenta; vino a los brazos conmigo, donde al hijo de la tierra en valor y fuerza excede, ¡pero yo al honor de Tebas! La daga y brazo levanto que ardiente furia gobierna, y él, viendo que ya en el suelo ningún remedio le queda, "¡Válgame la Virgen!", dice. "Valga", digo, y la sentencia revoco en el breve instante que al golpe empezado resta. Éste es el caso. Don Juan, pues he hablado en su presencia, me puede enmendar agora lo que mi memoria yerra. JUAN: Éste, señor, es el caso. PRÍNCIPE: García-Ruiz de Alarcón, claras vuestras obras son. Desde el oriente al ocaso da envidia vuestra opinión. Las más ilustres historias en vuestras altas victorias el non plus ultra han tenido; mas la que hoy ganáis, ha sido plus ultra de humanas glorias. Vuestra dicha es tan extraña, que quisiera, vive Dios, más haber hecho la hazaña que hoy, García, hicistes vos, que ser príncipe de España. Porque Alejandro decía --¡ved cuánto lo encarecía!-- que más ufano quedaba si un rendido perdonaba, que si un imperio rendía; que en los pechos valerosos, bastantes por sí a emprender los casos dificultosos, el alcanzar y vencer consiste en ser venturosos; mas en que un hombre perdone, viéndose ya vencedor, a quien le quitó el honor, nada la Fortuna pone; todo se debe al valor. Si vos de matar, García, tanta costumbre tenéis, matar, ¿qué hazaña sería? Vuestra mayor valentia viene a ser que no matéis. En vencer está la gloria, no en matar, que es vil acción seguir la airada pasión, y deslustre la vitoria la villana ejecución. Quien venció, pudo dar muerte, pero quien mató no es cierto que pudo vencer; que es suerte que le sucede al más fuerte sin ser vencido, ser muerto. Y así no os puede negar quien más pretenda morder, que más honra os vino a dar el vencer y no matar, que el matar y no vencer. Dar la muerte al enemigo de temerlo es argumento; despreciarlo es más castigo, pues que vive a ser testigo contra sí del vencimiento. La vitoria el matador abrevia, y el que ha sabido perdonar, la hace mayor, pues mientras vive el vencido, venciendo está el vencedor. Y más donde a cobardía no puede la emulación interpretar el perdón, pues tiene el mundo, Carcía, de vos tal satisfacción. Dadme los brazos. GARCÍA: Señor, con que a vuestros pies me abaje premiáis mi hazaña mayor. PRÍNCIPE: Ésos pide el vasallaje, y esotros debo al valor. GARCÍA: Como rey sabéis honrar. PRÍNCIPE: Alzad, Alarcón, del suelo, que en el suelo no ha de estar quien ha sabido obligar la misma reina del cielo. Y que pago considero por libranza suya a vos las honras que daros quiero, que es el rey un tesorero que tiene en la tierra Dios.
Abrázale
Libre de,ser derribado agora me juzgo yo, que bien seré sustentado de un brazo a quien, levantado, tal furia no derribó. Y así, en mi casa, García, os quedad. Desde este día andemos juntos los dos, que quiero aprender de vos la piedad y valentía. Gentilhombre de mi boca os hago. GARCÍA: Dadme esos pies. PRÍNCIPE: El servirme de vos es para vos merced muy poca, porque es mi propio interés. Y yo no pretendo hacer de esto premio o beneficio, porque el cargo ni el oficio no premia al que ha menester el rey para su servicio. El un hábito escoged de los tres. GARCÍA: ¿Cuándo, señor, serviré tanta merced?
Arrodíllase don JUAN
PRÍNCIPE: Aquesto a vuestro valor, y no a mí, lo agradeced. Lo mucho que habéis servido, el hábito manifiesta. Pues ¿qué merced habrá sido la que a mí nada me cuesta, y vos habéis merecido? ¿Por qué estás, don Juan, así? JUAN: Estas honras que le das a García Ruiz, por mí agradezco. PRÍNCIPE: Debo más a quien hoy me ha dado a ti. A pagarle me apercibo esta vida con que vivo, en la que hoy, don Juan, te dio; que eres, amigo, otro yo, y en ti la vida recibo. JUAN: A todos sabes honrar.
Sale GERARDO
PRÍNCIPE: ¿Qué hay, Gerardo? GERARDO: A vuestra Alteza aparte quisiera hablar.
Desvíase el PRÍNCIPE con GERARDO, y hablan aparte GARCÍA y don JUAN
JUAN: Merece vuestra nobleza tan soberano lugar. GARCÍA: Un deudor en mí tenéis de las honras que hoy recibo. JUAN: Cuando a merced vuestra vivo, nada deberle podéis por ley a vuestro cautivo. Mas donde el sujeto es tal, no tanto estiméis que aplique el ánimo liberal el príncipe don Enrique a haceros merced igual; porque en su real persona puso el cielo tal nobleza, benignidad y largueza, que hoy os diera su corona, a tenerla en la cabeza. PRÍNCIPE: (Confuso estoy. ¿Qué he de hacer? Aparte ¿Al que tanto agora honré tengo al punto de prender? Pues dejar de obedecer a Anarda, ¿cómo podré? ¡Oh, fuero de amor injusto! ¿A tan heroico varón hacer tal agravio es usto, por solo el liviano gusto, de una mujer sin razón? Pero prenderlo, ¿qué importa, si luego le he de soltar, y a mí me viene a librar su prisión liviana y corta de un largo enojo y pesar? Pero tengo por mejor, por mostrarme poco amante sufrir de Anarda el rigor, que dar nota de inconstante a un hombre de tal valor. Mas si la causa le digo, bien disculpará el efeto... No me tendrá por discreto, si aun no empieza a ser mi amigo cuando le fío un secreto. Mas ya sé lo que he de hacer.) Vedme esta noche, García. GARCÍA: Vuestro soy. PRÍNCIPE: Habéis de ver a mi padre; que poner vuestra persona querría en el estado que cuadre al valor que en vos se ve. GARCÍA: Con serviros lo tendré. PRÍNCIPE: Esta noche, de mi padre el hábito alcanzaré.
Vase el PRÍNCIPE
JUAN: Ya con él os miro yo, que el rey don Juan a su alteza nada jamás le negó; que de su padre heredó el príncipe la largueza.
Vase don JUAN
GARCÍA: En mar sangriento de cruel venganza, de rabia, de ira y de coraje lleno, corrí tormenta, de esperanza ajeno de llegar en mi estado a ver bonanza; y un súbito accidente, una mudanza el pecho libra del mortal veneno, y el que en mi agravio a mi furor condeno, en el perdón produce mi esperanza. No la privanza me movió futura, que Fortuna en sus obras desiguales no hace de los méritos memoria; mas debo a mi piedad esta ventura, y por lo menos en hazañas tales de la gentil acción queda la gloria.
Vase don GARCÍA. Salen HERNANDO, con capa y sombrero viejo, e INÉS
HERNANDO: Tu nombre saber deseo. INÉS: Inés. HERNANDO: Decirte podré, según en mí no sé qué siento después que te veo, "Un poco te quiero, Inés." INÉS: A lo menos no dirás, pues que ya dicho lo has, "Yo te lo diré después." HERNANDO: La lengua en amor osada es más dichosa y más cuerda, porque la mula que es lerda tarde llega a la posada. Enfermo es quien tiene amor, y es el doctor el amado. Pues, ¿cómo será curado quien su mal calla al doctor?
Salen el CONDE y LEONARDO, de noche
LEONARDO: Ocupada está la puerta. CONDE: Reconocer determino... LEONARDO: El celoso desatino tus acciones desconcierta. CONDE: No me repliques. ¿Quién es? INÉS: (Éste es el conde.) Aparte Inés soy, que gozando el fresco estoy. CONDE: No hablo contigo, Inés, sino con aquese hidalgo. INÉS: Un soldado es que llegó, como a la puerta me vio, a pedir por Dios. HERNANDO: Dad algo para pagar la posada, caballeros, a un soldado desvergonzante y honrado, que trae la pierna colgada y tiene un brazo torcido, por amor de... LEONARDO: Perdonad. HERNANDO: Miren la necesidad con que por Dios se lo pido. CONDE: ¿Queréis no ser majadero? HERNANDO: ¿Así a un pobre se responde? (¿Éste es conde? Sí; éste esconde Aparte la calidad y el dinero.)
Vase HERNANDO
CONDE: Hermana Inés, no concierta con el honor de esta casa ver, quien a tal hora pasa, hombres hablando a su puerta. INÉS: Un mendigo remendado que por Dios llega a pedir, ¿qué puede dar que decir? CONDE: Un tercero, disfrazado de mendigo, busca así la ocasión a su mensaje; y a estas horas el mal traje no se ve, y el hombre sí, y a estar vos, como es razón, encerrada en vuestra casa, al mendigo y al que pasa quitárades la ocasión. INÉS: No sé yo, por vida mía, desde cuándo acá o por dónde le ha tocado, señor conde, el cargo a vueseñoria de alcaide o de guardadamas de esta casa. ¿Qué marido, padre o galán admitido es de alguna de mis amas, para que las guarde así? CONDE: ¡Vive el cielo, que a no ser de aquesta casa y mujer!... LEONARDO: Calla. Inés, ¿estás en ti? ¿Asi te atreves al conde? INÉS: Y al mismo rey me atreviera, si tanta ocasión me diera. Quien por su dueño responde se atreve muy justamente. Pero yo le diré a Anarda que el conde su puerta guarda, para que el remedio intente.
Vase INÉS
LEONARDO: Perdido vas. CONDE: Tal estoy de celoso y desdeñado, que ya, de desesperado, en nuevos intentos doy. Ya que no puedo obligar, vengarme sólo deseo, que estas visiones que veo, la materia me han de dar. El mozo que hoy en el río las habló y siguió después; hallar a la puerta a Inés y hablarme con tanto brio; de Anarda el airado ceño hoy, porque al coche llegué, todo dice, o nada sé, que esta casa tiene dueño. LEONARDO: ¿Eso dudas? CONDE: De inquirirlo y darles pesares trato. LEONARDO: No le saldrá muy barato, si tú das en perseguirlo, al pobre amante el favor. CONDE: Tenga disgustos al peso que los tengo. LEONARDO: Para eso te hizo Dios tan gran señor. Páguela quien te la hiciere. CONDE: Bien es para tales hechos vestir de acero los pechos. LEONARDO: Quien dar pesadumbres quiere, ha de vivir con cuidado. CONDE: Vamos por armas; que el día ha de hallarme aquí en espía, Leonardo, hasta ser vengado.
Vanse el CONDE y LEONARDO. Salen GARCÍA y HERNANDO, de noche
GARCÍA: Prosigue. HERNANDO: Llegóse a mí el dicho conde Mauricio, como ve que sigo el coche, y pregúntame a quién sirvo. Digo que a nadie. Él replica de dónde soy conocido de aquellas damas que hablaba, y por qué ocasión las sigo. Que ni sigo ni conozco, le respondo y certifico. "Pues no os tope yo otra vez a vista del coche," dijo, "o a palos haré mataros." Yo me aparto, y a un mendigo, que limosna entre los coches pidiendo andaba en el río, mi capa y sombrero doy, y estos andrajos le pido, con que, si me ves de día, oso engañarte a ti mismo. Con esto, y con que la noche también ayuda nos hizo, las seguí, y entré en su casa, de que somos tan vecinos, que es ésta que estás mirando, cuyo soberbio edificio avaramente publica los tesoros escondidos. Hablé con ellas, y al fin, la que ser Lucrecia dijo me dio de tenerte amor, si honestos, claros indicios. Pregunta tu casa, y yo con decirla me despido. De mi humor dicen que gustan, mas yo, que a tu amor lo aplico, me di al disfrazado brindis de "a más ver" por entendido. A Inés, secretaria suya, mandan que salga conmigo hasta dejarme en la calle, cosa bien fuera de estilo, pero no de la intención, que presumo y averiguo. Que fue porque yo de Inés me informase en el camino de lo que ellas me negaron, lance de amor conocido. Supe que era el nombre Anarda, y Girón el apellido de la que doña Lucrecia Chacón nombrarse me dijo. La otra es su prima, Julia su nombre, y un viejo tío es el curador y el Argos de estas dos huérfanas Íos, ambas por casar, y tienen dos mayorazgos muy ricos con que puede hacer dichoso cada cual a su marido. Ciertas esperanzas mías dieron con esto en vacío, y a Inés, envuelta en donaires, una flecha de amor tiro. Llegamos así a la puerta, donde con celoso brío se llegó a reconocerme, determinado, Mauricio. Dice que un mendigo soy Inés; yo fínjolo al vivo. Él responde, "No hay qué daros." Yo a fuer de pobre porfío. Enfadóse, fuime, halléte en la posada, salimos, las mercedes me contaste, que hoy el príncipe te hizo. Llegamos aquí, paramos... Con que en breve suma he dicho cuanto he hecho desde el punto que me dejaste en el río. GARCÍA: De los favores de Anarda y los celos de Mauricio me forman los pensamientos un confuso laberinto. Hernando, perdido estoy. No sé qué poder divino tiene Anarda, que en un punto me arrebató los sentidos. Tal estoy que no me alegran los favores que hoy me hizo su alteza; que los de Anarda sólo quiero y sólo estimo. Juzga pues cuál me tendrán las licencias de Mauricio; que mucho tiene de dueño quien cela tan atrevido. HERNANDO: Advierte que a una ventana dos personas han salido.
Salen doña ANARDA e INÉS, a la ventana
ANARDA: Dos son. INÉS: El conde y Leonardo siguen el intento mismo. ANARDA: ¿Es el conde? GARCÍA: El conde soy. (A mi muerte me apercibo; Aparte pero venid, desengaño, que cuanto os temo os estimo.)
A HERNANDO
Aparta; que las verdades de amor no quieren testigos, y saber éstas deseo. HERNANDO: A esa esquina me retiro.
Vase HERNANDO
ANARDA: Conde, a vuestro atrevimiento y grosera demasía, ni conviene cortesía, ni es cordura el sufrimiento. ¿En qué favor fundamento el guardarme así ha tenido? A quien nunca fue admitido pretendiente ni galán, decid. ¿Qué leyes le dan las licencias de marido? Si con tanta libertad guardáis mi puerta y mi calle, ¿quién hará al vulgo que calle, o estime mi honestidad? Si bien me queréis, mirad mi fama y reputación, que es forzosa obligación que al bien amar corresponde.
Salen el CONDE y LEONARDO, armados
ANARDA: Y si no me queréis, conde, dejadme en este rincón.
El CONDE escucha a doña ANARDA
Y si os pretendéis vengar con eso de mi desdén, sabed que el no querer bien no ofende, ni obliga a amar; que inclinar o no inclinar sólo lo puede el Amor. Y si el veros tan señor esfuerza vuestra malicia, el rey sabe hacer justicia, y yo sé tener valor.
Retíranse doña ANARDA e INÉS
CONDE: (Huélgome que no soy yo Aparte solamente el desdeñado.) GARCÍA: (La vida mi amor ha hallado Aparte donde la muerte esperó.) CONDE: (Pobre amante!) Aparte
LEONARDO habla aparte con el CONDE
LEONARDO: ¿Muere, o no? CONDE: Viva, pues vive penando.
HERNANDO llégase a su amo, y hablan aparte
HERNANDO: ¿Qué tenemos? GARCÍA: Vida, Hernando: el conde muere. HERNANDO: Con esto, ¿cenaremos? GARCÍA: Vamos presto, que está el príncipe esperando.
Vanse don GARCÍA y HERNANDO
CONDE: Sospecho que no hago bien, Leonardo, en no conocello. Si es mi igual, sacaré de ello el consuelo a mi desdén, y a lo menos sabré quién no ha de causarme cuidado. Vamos tras él. LEONARDO: Acosado toro embestimos, señor; que aun sospecho que es peor un amante desdeñado.
Vanse todos

FIN DEL ACTO PRIMERO

Los favores del mundo, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002