DON DOMINGO DE DON BLAS

(NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VENGA)

Juan Ruiz de Alarcón

Texto basado en varios textos tempranos de DON DOMINGO DE DON BLAS, tanto impresos como un manuscrito del siglo XVII encontrado en la colección Barberini de la gran biblioteca vaticana. Fue preparado por Vern Williamsen para publicarse en 1975 y luego revisado y pasado a forma electrónica para un curso dictado en el año 1986. Luego fue revisado por tercera vez para publicarse en el año 1994. (Advertencia: Respetamos en este texto la lectura del manuscrito que, por la fecha en la que fue escrita, tiene mucha prioridad. En los pocos casos cuando el original no es claro o cuando contiene un error obvio, hemos optado por uno de los textos impresos. Todas estas correcciones se encuentran aquí entre corchetes cuadrados).


Personas que hablan en ella:


ACTO PRIMERO


Salen don JUAN, con unas llaves, y BELTRÁN
JUAN: La casa no puede ser más alegre y bien trazada. BELTRÁN: Para ti fuera extremada, pues vinieras a tener pared en medio a Leonor; mas piden adelantados por un año cien ducados y estás sin blanca, señor. JUAN: Yo pierdo mil ocasiones por tener tan corta suerte. BELTRÁN: Pues ya no esperes valerte de trazas y de invenciones. No hay embuste, no hay enredo que puedas lograr agora porque todos ya en Zamora te señalan con el dedo, de suerte que me admiró que no temiese el empeño de sus llaves, cuando el dueño de la casa me las dio. JUAN: Nada me tiene afligido como ver que he de perder a Leonor, después de haber sus favores merecido, y después que me ha costado tanta hacienda el festejarla, servirla y galantearla. BELTRÁN: Con eso me has [acordado] una bien graciosa historia que has de oír aunque esté triste. Bien pienso que conociste a Pedro Núñez de Soria. JUAN: En Castilla le traté y era hombre amable y gustoso. BELTRÁN: Ése, pues poco dichoso, tan pobre en un tiempo fue que por alcanzar apenas para el sustento, jugaba la mohatra y adornaba todo de ropas ajenas. Riñó su dama con él y, en un cuello que traía, ajeno como solía, hizo un destrozo crüel. El dueño, cuando entendió la desdicha sucedida, a la dama cuellicida fue a buscar, y así la habló: "Una advertencia he de haceros por si acaso os enojáis otra vez, y es que riñáis con vuestro galán en cueros; que cuando la furia os viene, el vestido le embestís, haced cuenta que reñís con cuantos amigos tiene." JUAN: Bueno es el cuento; mas di, ¿a qué propósito ha sido? BELTRÁN: ¿Pues aún no lo has entendido? Estás tú sintiendo aquí el dinero que has gastado en celebrar a Leonor, y lo pudieran mejor sentir los que lo han prestado. JUAN: ¿Era mi hacienda tan poca que no puede entrar en cuenta? BELTRÁN: No; pero deja que sienta cada cual lo que le toca. JUAN: ¡Qué bien sabes discurrir contra mí! BELTRÁN: ¿Puedes culpar, pues que te ayudo a pecar, que te ayude a arrepentir? JUAN: Entra, y mira si a Leonor puedo hablar, y aquí te espero. BELTRÁN: No sé cómo, sin dinero, puede durarte el amor.
Vase BELTRÁN. Sale NUÑO
NUÑO: (Ésta se alquila y parece Aparte. a medida del intento, si es tan buena de aposento como la fachada ofrece. El dueño debe de ser éste que a la puerta está con las llaves; bien será, si agora la puedo ver, llevar de ella relación. Quiero hablarle.) Caballero, para cierto forastero quisiera, si es ocasión, ver esta casa. JUAN: Es muy cara; que han de darse adelantados por un año cien ducados. NUÑO: No importa; que no repara mi dueño, que mucho más puede dar en interés si es a su gusto. JUAN: ¿Y quién es? NUÑO: Don Domingo de Don Blas. JUAN: ¿De Don Blas? NUÑO: Sí. JUAN: ¿Qué apellido tan extraño! NUÑO: Extraño y nuevo es sin duda; mas me atrevo a apostar que el más lucido, linajudo caballero de este reino le tomara, como el nombre le importara lo que importa al forastero. JUAN: Si no os llama algún cuidado que requiera brevedad, lo que apuntáis me contad y dejaréisme obligado. NUÑO: Es dar gusto granjería tan hidalga, que, supuesto que tanto mostráis en esto, a mayor costa lo haría. Cuando en las ardientes fuerzas y en los juveniles bríos del ya anciano rey Alfonso, que guarde Dios largos siglos, España gozaba triunfos y el moro hallaba castigos, siendo su cuchilla asombro de pendones berberiscos, don Blas, hidalgo tan noble cuanto el que más presumido en León de ilustre sangre cuenta blasones antiguos, le fue a servir en las talas que al moro extremeño hizo, llevando en su compañía por soldado a don Domingo, que era su sobrino. Y era, aunque fue don Blas su tío valiente cuanto ninguno, su emulación su sobrino. Llegaron a saquear a [Mérida], donde quiso la suerte que le tocase de un moro alfaquí tan rico la casa a don Blas, que el oro que halló en ella satisfizo la sed con que despreciaba de la guerra los peligros. A su vida y su ventura llegó el plazo estatüido, quedando por heredero de sus bienes don Domingo, mi señor, a quien tenía obligación por sobrino, y amor por su educación; que le [crió desde niño]. Cuatro mil ducados fueron de renta, de los que hizo un vínculo en su cabeza, hacienda que en este siglo ilustrara a un gran señor, con estatuto preciso de que el nombre de Don Blas tomase por apellido cualquiera que el mayorazgo por derecho sucesivo herede, por evitar las injurias del olvido [en] origen de su nombre. [Ya] de su estado os he dicho; agora os he de contar su condición, por serviros. En la guerra, cuando pobre, nadie mejor satisfizo la obligación de su sangre. Nadie fue con los moriscos más audaz, ninguno fue al trabajo más sufrido o la peligro más valiente; mas después, que se vio rico, sólo a la comodidad, al gusto del apetito, al descanso y al regalo se encaminan sus designios, tanto que "el acomodado" se suele llamar él mismo. Y, en orden a ejecutar este asunto, es tan prolijo el discurso de las cosas que por no cansaros digo que ni basta a referirlas el más elegante estilo, ni el ingenio a imaginarlas, ni a sumarlas el guarismo. JUAN: Ni es el asunto muy necio, ni es muy bobo don Domingo que pienso que, si pudieran, hicieran todos lo mismo. Pero las llaves tomad. Ved la casa; que imagino que le ha de agradar, si acaso no le descontenta el sitio. NUÑO: Antes, por ser retirado, es conforme a sus designios.
Vase [NUÑO]
JUAN: ¡Ah, vil Fortuna! ¡Con otros tan liberal y conmigo tan [avara]! Pues, por Dios que he de ver si mi artificio puede vencer tus rigores pues estoy ya tan perdido que ni me espantan los [daños] ni me enfrenan los peligros. ¿Qué tenemos?
Sale BELTRÁN
BELTRÁN: Nada. JUAN: ¿Cómo? BELTRÁN: Ni Leonor ha parecido, ni Inés, ni doña Costanza. JUAN: No importa; que agora aspiro a otro intento a que pudiera ser estorbo habernos visto. Tú, retírate Beltrán; que conviene que conmigo no te vean. BELTRÁN: ¿Hay tramoya? JUAN: Y tan buena que imagino que estas fiestas me ha de ver en la plaza tan lucido Leonor, que como hoy favores le merezca desatinos. BELTRÁN: Si no ruedas. JUAN: No por eso el mérito habré perdido. Antes importarme puede; porque si sólo el peligro es medio para obligar, más obliga el daño mismo. Pero vete ya; que importa. A este zaguán me retiro.
Vase [BELTRÁN]. Salen LEONOR e INÉS a la celosía.
LEONOR: ¿Que está don Juan en la calle? INÉS: Tus ojos te lo dirán. LEONOR: ¡Qué cuidadoso galán! Inés, ¡quién pudiera hablalle. INÉS: De esta espesa celosía puede, con verle, tu amor descansar; que mi señor está en casa, y no sería delito que perdonara, pues su condición crüel conoces ya, si con él hablando acaso te hallara. LEONOR: De sujección tan penosa, ¿cuándo libre me veré? INÉS: Cuando la mano te dé. LEONOR: Nunca seré tan dichosa.
Sale NUÑO con las llaves y dáselas a don JUAN.
NUÑO: La casa he visto, y no creo que puede hallarla mejor don Domingo, mi señor. JUAN: Pues si iguala su deseo, el efecto importaría abreviar, porque a Zamora llegó con su gente agora el príncipe don García, y perderá la ocasión si de ésta gozar desea. NUÑO: Hasta que con él me vea y le haga relación de la casa, solamente la dilación puede ser, y de la que le he de hacer no dudo que le contente. JUAN: ¿Dónde vive? LEONOR: ¿Si ha comprado don Juan esta casa, Inés? JUAN: La posada sé, y después que la noche haya ocultado al sol, porque las regiones gocen su luz del ocaso, le buscaré; y por si acaso no dan mis ocupaciones lugar, irá un escribano de quien mis negocios fío y que tiene poder mío y correrá por su mano el concierto y la escritura, y se le podrá entregar el dinero. NUÑO: ¿Ha de llevar señas? JUAN: Persona es segura. Pero lo que entre los dos hemos tratado será lo que por señas dará. NUÑO: Así queda. JUAN: Adiós. NUÑO: Adiós.
Vanse [los dos]
INÉS: Bien se ha visto en el concierto que es suya. LEONOR: Sin duda es más rico don Juan, Inés, que [cuenta] la fama. INÉS: Es cierto, [pues después] que al viento ha dado tantas libreas y galas, dorando al amor las alas con que vuela a tu cuidado, posesión de tal valor ha comprado, que pudiera para que a gusto viviera, estimarla un gran señor. LEONOR: Yo, en efecto, si a don Juan doy la mano, soy dichosa. INÉS: Claro está; que, siendo esposa, de hombre tan rico y galán, noble y que te quiere bien, la ventura de tu empleo excederá a tu deseo, y más, gozando de quien tan enamorada estás. LEONOR: Ese es el punto mejor; porque, si falta el amor, sobra todo lo demás. Vanse. Salen el PRÍNCIPE y RAMIRO PRÍNCIPE: La Reina, mi madre, ha sido quien me ha puesto esta intención, y para la ejecución su favor me ha prometido; que mi padre le ha obligado, con su condición esquiva, a fabricar vengativa esta mudanza de estado. Demás de que en mis intentos tendré el favor popular de mi parte, por estar de mi [padre] descontentos por tantas imposiciones como a pagar les obliga. Y para la oculta liga previene sus escuadrones Nuño Fernández, el Conde de Castilla, suegro mío. Y así, pues de vos me fío, si vuestra fe corresponde, como suele, a la afición y amistad que me debéis, presto en mis sienes veréis la corona de León. RAMIRO: (¡Cielos! ¡Esta tempestad Aparte de inquietudes y cuidados a los términos cansados les faltaba de mi edad! Mas, ¿qué he de hacer? Hoy García [es] sol que empieza a nacer, y el Rey se ve ya esconder en el sepulcro del día. Poder y resolución tiene el Príncipe, y si quiero resistirle, considero mi muerte en su indignación. Del rey don Alfonso estoy mal satisfecho; y García, pues que de mí tanto fía y tan su privado soy, pondrá en mi mano el gobierno del reino y, con su poder y mi industria, podré hacer mi casa y mi nombre eterno. Pues, ¿qué tiene que dudar quien aspira a tanto bien? Aventure mucho quien mucho pretender ganar.) Quien reconoce deberos lo que yo, siendo obediente y callando solamente, señor, ha de responderos. Sólo os advierto fïel que tengo de plata y oro acumulado un tesoro si importa serviros de él. PRÍNCIPE: No es el saberme obligar en vuestra fineza nuevo. RAMIRO: Ofreceros lo que os debo no es obligar, sí es pagar. PRÍNCIPE: Pues, Ramiro, una memoria con cuidado habéis de hacer, de cuantos me puedan ser para alcanzar la victoria. Importante es. No olvidéis hombre que por principal o por su mucho caudal poderoso imaginéis. Y a estos tales, porque quiero, para poder confïarles mis pensamientos, ganarles las voluntades primero, los convidad de mi parte para estas fiestas que agora tengo de hacer en Zamora; que la estimación es arte de obligar, y de este modo, pues yo entro en ellas, obligo, igualándolos conmigo, los nobles y al pueblo todo. Las inclinaciones gano honrando las fiestas yo, porque siempre deseó príncipe alegre y humano. Y después iré, Ramiro, declarando a cada cual, hombre rico y principal la novedad a que aspiro. Mas advertid que de suerte ha de ser que me asegure del que resistir procure o su prisión o su muerte antes que pueda el secreto publicar; y así, escuchad como la seguridad encamino de este [efeto]. A cada cual mandaré que en un puesto de Zamora vaya a esperarme a deshora, y de allí le llevaré a vuestra posada, donde prevendréis para este intento un retirado aposento; porque si no corresponde a mi gusto, ha de quedar preso en él, y vos seréis su alcaide, porque estorbéis que nadie le pueda hablar hasta conseguir mi intento. RAMIRO: Así se asegura todo; porque mi casa de modo es copiosa de aposento, que cuantos en la ciudad nobles son, guardar pudiera sin que jamás lo entendiera la mayor curiosidad. PRÍNCIPE: Esto quede así, y agora sabed que porque no obligo a nadie más por amigo que a vos, Ramiro, en Zamora, me ha hecho su intercesor don Juan Bermúdez, que esposo quiere ser, por ser dichoso, de vuestra hija Leonor. Ya sabéis que es tan valiente, tan noble y emparentado, que nadie para el cuidado de la novedad presente puede importar a los dos más que don Juan. RAMIRO: Es verdad, pero... PRÍNCIPE: Don Ramiro, hablad; que ninguno más que vos es mi amigo, ni hay a quien no deba yo preferiros. RAMIRO: ¿Bastará, señor, deciros que a Leonor no le está bien? PRÍNCIPE: Bastará; mas quedaré querelloso, con razón, de entender que la ocasión no confiáis de mi fe. RAMIRO: Pues ya con apremio tal a decirla me condeno; que aunque es de mí tan ajeno hablar de ninguno mal, cesa aquí la obligación de reparar en su ofensa, pues va en ello mi defensa y vuestra satisfacción. Sepa, señor, vuestra Alteza, que, de quien es olvidado, don Juan ha degenerado de suerte de su nobleza que por su engañoso trato y costumbres es agora la fábula de Zamora, y atiende tan sin recato sólo a hacer trampas y enredos, que ya faltan en sus menguas, para murmurarle lenguas y para apuntarle dedos. Pródigamente gastó innumerable interés suyo en fiestas, y después que su hacienda consumió fue en la ajena ejecutando. Lances de poca importancia, pero como la ganancia o el gusto le fue cebando... El error que perdonó más afrentoso y horrible, lo dejó por imposible, que por vergonzoso no. Y como le da osadía la experiencia, que ha mostrado que por ser tan respetado por su sangre y valentía, ninguno de sus agravios justicia pide ni espera, antes, la queja siquiera aun no se atreve a los labios. Tanto la rienda permite a su malicia, que de él sólo está seguro aquél que no tiene qué le quite. ¿Éste es, señor, el esposo que dar queréis a Leonor? PRÍNCIPE: El probara mi rigor si no fuera tan dichoso que conviniese a mi intento agora no disgustarlo; pero, si llego a lograrlo, dará público escarmiento. RAMIRO: Eso está bien advertido, como también lo será que supuesto que nos da con proceder tan perdido aviso tan declarados de lo poco que podéis fïaros de él, no le deis parte de vuestros cuidados. Demás que a la majestad del Rey, vuestro padre, ha sido tan afecto y le ha servido siempre con tanta lealtad que es muy cierto, si se fía de él vuestra Alteza, que es dar contra sí mismo lugar dentro del pecho a una espía. PRÍNCIPE: Mi norte habéis de ser vos. Seguiré vuestro consejo. RAMIRO: Como leal, como viejo y amigo os le doy. PRÍNCIPE: Adiós, y empezad luego, Ramiro, que importa lograr los días. RAMIRO: Confïad; que como mías, señor, vuestras cosas miro.
Vase
PRÍNCIPE: Yo he perdido un gran soldado en don Juan. ¿Quién entendiera que tan ciegamente hubiera su noble sangre infamado un hombre de tal valor? En abriendo el pecho al vicio, el más pequeño resquicio da puerta franca al error.
Sale don JUAN
JUAN: (Ya don Ramiro salió Aparte y ya la ventura mía es cierta, pues don García por su cuenta la tomó.) De mi ventura, señor, las gracias os vengo a dar pues no la puedo dudar siendo vos mi intercesor. PRÍNCIPE: Aseguraros podría mi amor y vuestra lealtad; mas la ajena voluntad no está, don Juan, en la mía. De cuanto he podido hacer vuestra amistad me es deudora; mas Ramiro por agora no está de ese parecer. pero perder no es razón la confïanza por esto; que en cosas tales, no presto se toma resolución. Mucho alcanza la porfía. De vuestra parte obligad vos, don Juan, su voluntad que yo lo haré de la mía.
Vase
JUAN: Ya me falta la paciencia. ¡Que ni mi sangre y valor, ni del Príncipe el favor conquisten sus resistencia! Veme pobre, y es avaro. ¡Ah, cielos! ¡Que el interés oscurezca así a quien es por su linaje tan claro! Pues Leonor ha de ser mía --¡vive Dios!--a su pesar, Medio no me ha de quedar que no intente mi porfía. Ciego estoy y estoy perdido, y ya la resolución llegó a la imaginación que mil veces he tenido.
Sale BELTRÁN.
BELTRÁN: ¿A solas estás hablando, señor? JUAN: Sí, Beltrán, que el fuego de la rabia en que me anego del pecho estoy exhalando. Don Ramiro ha resistido a la intercesión que ha hecho por mí el Príncipe. BELTRÁN: Sospecho que tuya la culpa ha sido; que si luego que llegaste a Zamora la pidieras, cuando de tantas banderas victorioso en ella entraste, y cuando a tu calidad igualaba tu riqueza, sin que hubiese a tu nobleza hecho la necesidad olvidar su obligación, y dar, en tales abismos a tus enemigos mismos lástima y a tu opinión, no te negara la Leonor don Ramiro. JUAN: ¿Agora das en predicarme. BELTRÁN: Estás engañado. Esto es, señor, discurrir; que yo no soy tan necio, que predicando culpara tus vicios cuando de la misma tinta estoy. JUAN: Que lo erré, Beltrán, es cierto; mas, por fineza mayor quise alcanzar por amor lo que pudo por concierto. Mostróse al principio dura Leonor, y quedar corrido temí si no era admitido y así quise mi ventura asegurar, y en su pecho vencer la dificultad antes que la voluntad de su padre; ya está hecho. Ya no hay remedio. Ya estoy en tan miserable estado, que del empeño obligado, de un abismo en otro doy. Ya ni la opinión me enfrena, pues la tengo tan perdida, ni puede ofender mi vida más mi muerte que mi pena. Y así no me ha de quedar pues no queda qué temer, piedra alguna que mover y [resuelvo] ejecutar un desatinado intento que hasta agora he reprimido, puesto que me lo ha ofrecido mil veces el pensamiento. BELTRÁN: Dilo si te he de ayudar, como en lo demás, en él. JUAN: Si Ramiro tan crüel me desprecia, es por estar él tan rico y verme a mí tan pobre; porque su avara condición sólo repara en el interés. Y así, de esto es sólo empobrecerle el remedio. ¡Vive Dios, que hemos de trocar los dos fortuna, y que he de ponerle y ponerme en tal estado que me ruegue con Leonor! BELTRÁN: ¿Cómo? Que el medio, señor si es posible, es extremado. JUAN: Nada el medio dificulta; que en la opinión no reparo. Cuanto tesoro el avaro en cofres de hierro oculta robarle una noche quiero. BELTRÁN: Tal modo de remediar llaman en Castilla echar la soga tras el caldero. JUAN: Yo, Beltrán, he resistido cuanto pude este deseo; mas agora que me veo ya tan del todo perdido, he de aliviar mis cuidados a costa de más excesos. BELTRÁN: Mas ¿qué será vernos presos por ladrones declarados? JUAN: ¡Calla! ¿Quién se ha de atrever a mi sangre y mi valor? BELTRÁN: Claro está. Yo soy, señor, solo quien ha de correr ciento de rifa, que soy lo más delgado. JUAN: Eso fuera si seguro no te diera el amparo que te doy. BELTRÁN: Y si las desdichas mías lo ordenasen de tal suerte porque hay en efecto muerte, que te alcance yo de días, dime, ¿qué será de mí? JUAN: Tan funesta prevención no es digna de la afición que de tu pecho creí, pues en mi mal se declara. BELTRÁN: ¿Mis burlas tomas de veras, sabiendo que si murieras por seguirte me matara? Ordena cómo ha de ser y en las obras daré muestras de mi fe. JUAN: Llaves maestras para el efecto has de hacer. BELTRÁN: Eso es fácil. JUAN: Ya el lucero de la noche empieza a dar luz por el sol. Ve a cobrar de don Domingo el dinero. BELTRÁN: Pagarálo de contado; que poca maña sería que él esté en Zamora un día sin habérsela pegado.
Vanse. Salen MAURICIO y un SOMBRERERO con un sombrero largo de noche en la mano
MAURICIO: Don Domingo, mi señor, saldrá agora. SOMBRERERO: Saber quiero si le agrada este sombrero que ni de hechura mejor ni lana más bien obrada en Zamora le hallará según pienso. MAURICIO: Él sale ya.
Sale don DOMINGO en cuerpo, sin sombrero y sin golilla
SOMBRERERO: Ved si la horma os agrada de este sombrero. DOMINGO: Primero se ponga el suyo. SOMBRERERO: Sí, haré, pues lo mandáis. DOMINGO: ¿Yo mandé hacer coroza o sombrero? SOMBRERERO: No hubiera desagradado a ninguno sino a vos; que es pintado. ¡vive Dios! DOMINGO: Pues no le quiero pintado, sino a mi gusto y de lana. SOMBRERERO: Éste es el uso que agora está válido en Zamora. DOMINGO: Ésa es razón muy liviana. Cualquier uso, ¿no empezó por uno? SOMBRERERO: Sí. DOMINGO: Pues, ¿por qué si uno basta, no podré comenzarle también yo? ¿Que me ponga queréis vos, debiendo ser el sombrero para no cansar, ligero, uno que pese por dos? El vestido ha de servir de ornato y comodidad; pues si basta la mitad de este sombrero a cumplir con el uno y otro intento, ¿para qué es bueno que ande, si me lo pongo tan grande, forcejando con el viento; y si en una parte quiero entrar que es baja, obligarme a descubrirme o doblarme, o topar con el sombrero? El vestido pienso yo que ha de imitar nuestra hechura por si nos desfigura, es disfraz que ornato no. Muy bajo y nada pesado labrad otro; que no quiero comprar yo por mi dinero cosa que me cause enfado. SOMBRERERO: Creed que acertar querría a daros gusto.
Vase.
DOMINGO: Alumbrad. ¡Hola! ¿Qué hacéis? ¡Acabad! MAURICIO: Mira que esa cortesía del límite justo pasa. DOMINGO: ¿Qué me debe a mí, Mauricio, el que vive de su oficio y va a comer a su casa? MAURICIO: Sólo en la comodidad te juzgaba diferente de los demás. DOMINGO: Solamente lo soy en eso, es verdad; mas por ella soy cortés. MAURICIO: ¿En qué lo fundas? DOMINGO: Advierte, honrando yo de esta suerte con lo que tan fácil es, las voluntades conquisto, y mil veces asegura de una grave desventura a un hombre el estar bienquisto. Dime tú, ¿no podrá ser que viniendo yo a deshora por las calles de Zamora, me quiera alguno ofender con ventaja, y al rüido acaso llegara quien por cortés me quiera bien y con su espada atrevido, de tan fiera tempestad me librare? MAURICIO: Ser podría. DOMINGO: ¡Mira si la cortesía viene a ser comodidad! Mauricio, el más necio engaño es, pudiendo, [no] ganar corazones con gastar un sombrero más al año; que si obligar voluntades la mayor riqueza es, riesgos busca el descortés, y el cortés seguridades. MAURICIO: Sentencias son. DOMINGO: Así muestro que no es tema todo en mí. ¿Quién es?
Sale un SASTRE
MAURICIO: El sastre está aquí. DOMINGO: Cúbrase el señor maestro. SASTRE: Así estoy bien. DOMINGO: Nunca fue el replicar cortesía. ¡Cúbrase por vida mía! SASTRE: Porque lo mandáis lo haré. DOMINGO: ¿Qué es menester? SASTRE: La medida de la capa. DOMINGO: Llegad, pues. SASTRE: ¿Queréisla así?
Tómale la medida hasta el tobillo
DOMINGO: ¿Hasta los pies? ¿En qué tengo yo ofendida el arte que ejercitáis, que con medida tan larga, a que sustente una carga de paño me condenáis? La capa que el m s curioso y el más grave ha de traer modesto adorno ha de ser y no embarazo penoso. Puesto a caballo, la silla apenas ha de besar. Al suelo no ha de tocar si pongo en él la rodilla. Si la tercio, cuando me es forzoso sacar la espada, de este lado derribada no ha de embarazar los pies; y si la quiero tomar por escudo, de una vuelta que se dé sola, revuelta en el brazo ha de quedar. Que si es larga, sobre el daño que en la dilación ofrece, mientras la cojo, parece que estoy devanando paño. SASTRE: Siendo así, ¿no ha de pasar de la espada? DOMINGO: Así ha de ser; vos tendréis menos que hacer y yo menos de pagar. Alumbrad, ¡hola! SASTRE: Allá fuera hay luz y excedéis en esto. DOMINGO: No me vestiréis tan presto si rodáis por la escalera, y así mi negocio hago.
Vase el SASTRE.
] DOMINGO: Dime las partes, Mauricio, de esa casa. MAURICIO: El edificio es nuevo. DOMINGO: Me satisfago si el riesgo pasó primero de sus humedades otro, porque ni domar el potro ni estrenar la casa quiero. MAURICIO: Habitado ha sido. DOMINGO: Pasa adelante. MAURICIO: Cuartos tiene bajo y alto. DOMINGO: No conviene para mi gusto esta casa; que en bajo quiero vivir, porque, en habiendo escalera, no me atrevo a salir fuera por no volverla a subir. MAURICIO: El remedio es fácil. Vive en el bajo tú y tu gente en el alto se aposente. DOMINGO: ¿Y qué gusto me apercibe un almirez al moler y un lacayo al patear? MAURICIO: ¿Pues hay más que condenar lo que viniere a caer sobre tu vivienda? DOMINGO: Di; ¿Qué es condenarlo? MAURICIO: Tenello, para no servirse de ello, cerrado, se llama así. DOMINGO: Condenado, ¿he de pagarlo? MAURICIO: Claro está. DOMINGO: Pues saber quiero, ¿en qué pecó mi dinero que tengo de condenarlo?
Sale NUÑO, [con barba negra crecida y antojos y escribanías], y BELTRÁN.
NUÑO: El escribano está aquí que viene a hacer la escritura si te agrada por ventura aquella casa que vi. DOMINGO: Señor secretario, venga en buen hora. BELTRÁN: Apenas soy escribano. DOMINGO: Yo le doy lo que es muy justo que tenga. Portugués debe de ser. BELTRÁN: Pues, ¿por qué? DOMINGO: De lo prolijo de la barba lo colijo. BELTRÁN: Es luto por mi mujer. DOMINGO: ¿Viudo está? BELTRÁN: Desdichas mías me dieron tan triste estado; que nunca el bien ha durado. DOMINGO: Quien gozó tales dos días que envidia pueden causar, hace mal en enlutarse. BELTRÁN: ¿Cuáles son? DOMINGO: El de casarse uno, y otro el de enviudar. BELTRÁN: Por eso lo siento así. DOMINGO: ¿Por qué? BELTRÁN: Porque se han pasado. DOMINGO: No es del todo desdichado: el del casamiento, sí pasó; que el de la viudez no verá la noche oscura mientras no quiera, pues dura hasta casarse otra vez. BELTRÁN: Vamos al negocio ya, que el tiempo en vano se pasa. DOMINGO: Hazme, Nuño, de la casa relación. NUÑO: El sitio está de la ciudad retirado. DOMINGO: Está bien; que es fastidioso el rüido, y no forzoso ha de ser, sino buscado. Y el que varïar desea, la alcanza con eso todo, pues que vive de ese modo en la ciudad y en la aldea. NUÑO: Hasta agora no hay labrado más de lo bajo. DOMINGO: Eso es bueno. NUÑO: Tiene un jardín. DOMINGO: Lo condeno si no está muy retirado; que, si está cerca, es forzosa la guerra de los mosquitos; y los pájaros con gritos cuando sale el alba hermosa me atormentan los oídos. Otros oyen su armonía; mas yo, por desdicha mía, sólo escucho los chillidos. NUÑO: Pues, señor, bastantemente está del cuarto distante el jardín. DOMINGO: Pasa adelante. NUÑO: Hay una famosa fuente. DOMINGO: Enfados no habrá mayores, si está en el patio primero; que es eterno batidero de muchachos y aguadores. NUÑO: Libre está de estos enfados y, conforme a tus intentos, muy lejos los aposentos que han de habitar los crïados. DOMINGO: Ése es un gentil aliño de una casa; que, aunque fuera hijo mío, no sufriera llorando a la oreja un niño, cuanto más el de un crïado. Nuño, tal gusto me ofrece esa casa, que parece que yo mismo la he labrado. Pero dime, ¿hay herrador cerca de ella? ¿Hay carpintero? ¿Hay campanario? ¿Hay herrero? ¿Hay cochera? NUÑO: No, señor. DOMINGO: Haced la escritura. Entrad, y el dinero os contaré. BELTRÁN: (Sin contar lo tomaré Aparte aunque falte la mitad; que temo que ha de entender, si me detengo, la flor). NUÑO: Un advertencia, señor, de aquel barrio te he de hacer, que te puede ser molesta, en que agora he reparado; que hay muchos perros. DOMINGO: ¡Qué enfado! Mas cómprame una ballesta; que el fastidio que escucharlos me pudiera a mí causar, les pienso yo, Nuño, dar a sus dueños con matarlos; porque según imagino la comodidad ordena que no sufra yo la pena que puedo echar al vecino.

Vanse

FIN DEL ACTO PRIMERO

Don Domingo de Don Blas, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 24 Jun 2002