ACTO SEGUNDO


Salen NUÑO y ZARATÁN
NUÑO: ¿Que viene por general Sancho Aulaga contra mi? ZARATÁN: La fama lo cuenta asi. NUÑO: (¿Quién vio confusión igual? Aparte ¿Mi hijo es contrario mío? A solas me importa hablarle; que para desengañarle aun de él mismo no me fío.) ZARATÁN: Dicen que a la reina bella tu cabeza prometió, y a no defenderte yo, no diera un cuatrín por ella; fuera de que, a persuasión de mi dueño, a que los mandes vienen del reino los grandes todos a tu devoción, y obligados se confiesan tanto como agradecidos, pues los bandos encendidos con haberte hallado cesan; que para hacerse crüel guerra, juntaban sus gentes ya los dos condes valientes de la Proenza y de Urgel. Con estas nuevas, señor, Pedro de Azagra me envía a hacer la ventura mía con tus albricias mayor. NUÑO: Yo te las prometo dar tan cumplidas, si me veo como en mi reino deseo, que a todos des qué envidiar; que agora bien podrás ver cuán pobre estoy. ZARATÁN: ¡Triste yo, ¿No sabes cómo pintó cierto Apeles al poder? NUÑO: ¿Cómo? ZARATÁN: Pintólo poniendo sobre una rueda, cercado de gente, un rey coronado, y luego escribió, queriendo la gran distancia argüir que hay del decir al hacer, en la boca, prometer y en el celebro, cumplir. NUÑO: No puede faltar un rey a su palabra. ZARATÁN: A lo menos debes mirar que en los buenos, señor, la palabra es ley; y en diciendo un "yo lo haré" aun entre gente que sea muy común, es cosa fea faltar la palabra y fe. Mas ya también ha llegado mi señor; que era mi posta tan lerda, larga y angosta, que por más que he procurado picar, fue vano trabajo, porque mis pies no la hallaban, y uno a otro se picaban mis talones por debajo.
Salen PEDRO Ruiz, el CONDE de Urgel, BERMUDO, don RAMÓN, y el señor de MOMPELLER, todos de camino
PEDRO: Deme vuestra majestad la mano. NUÑO: Tan bien llegado seáis como deseado habéis sido. ¡Levantad! CONDE: En fe de lo que escuché a Pedro Ruiz, creí que sois Alfonso, y ya en mi es evidencia la fe. El conde de Urgel, señor, que os conoció, os reconoce. BERMUDO: El cielo quiere que goce otra vez de vuestro amor, Bermudo, vuestro privado, que agradecido y leal, tuvo de ese original vivo en el alma el traslado. RAMÓN: Don Ramón, señor, el conde de la Proenza, a pediros llega los pies; que en serviros a su sangre corresponde. NUÑO: ¡Levantad, conde de Urgel! ¡Don Bermudo, conde, alzad! CONDE: La mano también le dad, señor, a don Berenguel, mi hijo. BERMUDO: También la besa el señor de Mompeller, vuestro vasallo, que ser mi sangre en esto confiesa. NUÑO: A todos mis brazos doy con el alma, caballeros; que me alegra tanto el veros cuanto obligado os estoy. ¿Cómo queda mi sobrina? PEDRO: Con salud, señor, y hermosa; mas contra vos rigurosa de suerte, que ya camina con un lucido escuadrón su general Sancho Aulaga. NUÑO: No perdí el valor en Fraga, aunque perdí la opinión. BERMUDO: Constante está en que perdistes la vida allí. NUÑO: Si a vencella no sois bastantes con ella los que ya me conocistes, de mi verdad mis hazañas testimonio le darán. BERMUDO: Yo pienso que dejarán las gentes proprias y extrañas las armas, si la opinión llega, señor, a su oído de que os han reconocido los que respeta Aragón. NUÑO: Con ese fin es mi intento a Sancho Aulaga escribir; que quisiera no venir, si es posible, a rompimiento; que son al fin mis vasallos los que tengo de vencer y todos habéis de hacer lo mismo, para obligallos a reducirse, escribiendo a los hombres principales y a todos los oficiales del campo; pues en sabiendo que me habéis reconocido, con tan clara información luego de todo Aragón he de ser obedecido. BERMUDO: Es sin duda. NUÑO: Pues entrad a descansar y escribir; que importa, para impedir los daños, la brevedad. BERMUDO: Obedeceros es ley. PEDRO: Vamos, pues. RAMÓN: Cuando no hubiera otra probanza, creyera por su piedad que es el rey. BERMUDO: Y en la majestad así lo muestra. MOMPELLER: Forzoso es dar luz el sol. BERMUDO: No hay que dudar; conózcolo como a mí. NUÑO: Id, Zaratán, mientras hago el despacho, a descansar; que vos lo habéis de llevar. ZARATÁN: Bien de contado te pago de tu promesa el escote. ¡Plega a Dios que por bien sea, y que al cumplillo, no lea el rétulo del cogote!
Vanse. Sale SANCHO, abriendo un pliego y SOLDADOS
SANCHO: ¡Hagan alto! SOLDADOS: ¡Hagan alto! ¡Pase la palabra! SANCHO: Amigos, cerca están los enemigos. Descansad; no cojan falto de fuerza nuestro escuadrón, fatigado de marchar, en que estriba el acabar las discordias de Aragón.
Lee cartas
Ésta es de doña Teresa. ¡Ah, cielo! ¿Que merecí que se acordase de mí? Con tanto favor, ¿qué empresa no acabaré, satisfecho de mi venturosa suerte, llevando contra la muerte este papel en mi pecho?
Lee
"La Reina mi señora me mandó que os escribiese ratificando mi promesa, y os aseguro que me leyó el corazón de suerte, que en lo contrario no la obedeciera. No es mi intento agraviar vuestro valor con animaros, sino lisonjear vuestra ausencia con escribiros; si bien, como el deseo duda lo más seguro, el mio de efectuar el concierto es tanto, que llega a injuriar vuestro esfuerzo, temiendo que no cumpláis la condición, pues ya no cuido más, por el bien de la reina mi señora, de ver la cabeza de nuestro enemigo en vuestras manos, que por daros la mía.--Doña Teresa." ¡Oh, letras, que del pincel de un ángel fuistes formadas! ¡Vivid, vivid trasladadas al corazón, del papel! La condición cumpliré; la cabeza del tirano, mi bien, te dará mi mano, o la tuya perderé.
Lee
"Hijo, la importancia de la facción que os han encargado no es para fiarla sólo del poder humano; y aunque ni yo entiendo, ni Dios quiera que sea menester advertiros que recurráis al divino, el amor me obliga a hacerlo y animaros con que sepáis que en este convento no cesarán las rogativas mientras no cesare la guerra. Dios os traiga vencedor.-Vuestra madre, Doña Teodora de Lara."
Sale ZARATÁN, con botas y espuelas
ZARATÁN: Gran general, celebrado en cuanto alumbra el lucero, por indigno mensajero vengo del resucitado. Este pliego es para ti. SANCHO: ¿Hasle visto? ZARATÁN: Cuando vino en traje de peregrino, fui el primero que le vi. SANCHO: Y, ¿qué te parece? ZARATÁN: Nada. SANCHO: No temas, dilo. ZAPUTÁN: Que admira su presencia, y si es mentira, está, por Dios, bien trovada. Ya los grandes de Aragón le han reconocido, y creo que te escriben con deseo de que mudes intención, o a lo menos de que hablarte dejes de Alfonso, primero que en la batalla el acero ensangriente airado Marte. SANCHO: ¿A un traidor, necio, te atreves a nombrar Alfonso aquí? Si para nombrarlo así otra vez los labios mueves, --¡vive Dios--que en un madero te haga poner por traidor, sin que estorben mi rigor las leyes de mensajero! ZARATÁN: ¡Mal haya mi boca, amén, que tal dijo! ¿Por ventura quien lo nombra así asegura que es rey de Aragón también? SANCHO: ¿Que quiere el traidor hablarme? Sin duda engañarme entiende a mí también, o pretende con mercedes obligarme. Pues aunque es notorio error no negarles al encanto los oídos, fío tanto de mi lealtad y valor, que no sólo le he de oír, mas disuadirle su engaño; que también pretendo el daño de la batalla impedir, al reino todo molesta. A leer y responder voy; que al punto has de volver, Zaratán, con la respuesta. ZARATÁN: Pues hablarle determinas, escribirle es excusado; que él, por verte, acelerado pisa las tierras vecinas.
Vase SANCHO
ZARATÁN: ¡Qué cerca del sacrificio me he visto! ¿Aulaga sois vos? Diablo sois. Líbreme Dios de un ruín puesto en oficio. Juntó cortes el león, estando enfermo una vez, para elegir un jüez a quien la juridición de sus reinos encargase. Los animales, atento a que es tan manso el jumento, pidieron que él gobernase. Tomó, al fin, la posesión; y por darle autoridad, junto con la potestad, sus uñas le dio el león. Parabién le vino a dar luego con grande alegría un rocín, que ser solía su amigo; y él, por usar del poder, dos uñaradas le dio al amigo inocente; y viéndose injustamente las carnes acribilladas, dijo llorando el rocín, "No tienes tú culpa, no, sino quien uñas le dio a un animal tan ruín." El león, airado y fiero, le quitó con el oficio las uñas, y al ejercicio le hizo volver de arriero. Pues, hombre que oficio empuñas, sabe templado ejercerlo, pues a tantos, por no hacerlo, has visto quitar las uñas.
Vanse. Salen el CONDE de Urgel, BERMUDO, PEDRO Ruiz, BERENGUEL, don RAMÓN, el señor de MOMPELLER y NUÑO, en cuerpo, con bastón
CONDE: Señor, de mi parecer, pues se acerca temerario y presuroso el contrario es acierto recoger vuestro campo a ese castillo, cuyo fuerte es tan seguro. Gaste su fuerza en el muro, y cánsese en combatillo. BERMUDO: El mismo consejo sigo. PEDRO: Otra sentencia es la mía, porque es mostrar cobardía y animar al enemigo. RAMÓN: Prosigue en marchar, señor; que pues él viene a buscarte, el buscarlo tú ha de darte a ti opinión y a él temor. NUÑO: Yo estoy cierto, caballeros, de que en llegándome a ver con Sancho, le he de vencer sin desnudar los aceros; fuera de que la probanza que en vuestras cartas verá el ejército, me da esa misma confïanza: y así, no quiero mostrar cobardía en retirarme; que hacerlo, fuera indiciarme de culpado, y esforzar su mal fundada opinión. Buscarle es mejor intento, pues es el atrevimiento tan hijo de la razón.
Sale ZARATÁN, con un plíego
ZARATÁN: ¡Gracias a Dios que me veo de tu grandeza amparado! Y agradece este cuidado más al temor que al deseo.
Da cartas al CONDE de Urgel, BERMUDO y don RAMÓN, y ellos leen
Aulaga responde en éstas a los tres; de los demás oficiales, Barrabás aguardara las respuestas; que en sabiendo vuestro intento el general, imagino que el mensajero en un pino fuera lisonja del viento. A ti no escribe, señor; que, como pides, a hablarte se allana, por obligarte, a desistir de tu error.
Lee
BERMUDO: "Yo sirvo como leal a quien me ha dado el bastón, y a quien sé que de Aragón es señora natural. Sancho Aulaga." Esto es, en suma, lo que me responde aquí. CONDE: Lo mismo me escribe a mi RAMÓN: Y aquí trasladó la pluma también las mismas razones. NUÑO: A reducirle me obligo en llegando a hablar conmigo. Pero ya de sus pendones se forma una selva inquieta en el collado vecino. PEDRO: Y de su campo imagino que a hablarte viene un trompeta.
Sale un TROMPETA
TROMPETA: ¿Quién es aquí el que se llama Alfonso, rey de Aragón? PEDRO: ¿No lo publica el bastón, cuando lo calle la fama? TROMPETA: Sancho Aulaga, el general, dice que un puesto señales, donde entre los dos reales, solos, en distancia igual os podáis los dos hablar. NUÑO: A la orilla de esa fuente que de cristal transparente tributaria corre al mar, decid que solo le espero. Al cuerpo del escuadrón os retirad. PEDRO: Aragón con esto envaina el acero.
Vanse los señores y el TROMPETA
ZARATÁN: ¡Plega a Dios! Que es el vivir linda joya, y barbarismo buscarse un hombre a sí mismo aderezos de morir; que sin la guerra hay contrarios para quien morir desea, pues hay melón y lamprea, mujeres y boticarios.
Vase
NUÑO: Ya viene Sancho. Deseo que reste en ventura igual, pues le veo general, y rey de Aragón me veo; y aunque venga a ver perdido el bien que llego a tener, no puedo al menos perder el bien de haberlo tenido.
Sale SANCHO Aulaga, en cuerpo, con bastón
SANCHO: Guárdete Dios; que aunque seas fingido rey, en efeto, para hablarte con respeto, basta que el nombre poseas. Esto supuesto, y que fío que ni podrás engañarme, ni con dones obligarme a que del intento mío desista, te vengo a oír. Abrevia, pues; que a su Alteza le prometí tu cabeza, y hoy lo pretendo cumplir. NUÑO: Engañado, Sancho, estás; que a ti con desengañarte, espero más obligarte que engañando a los demás. ¡Ay, Sancho! ¡Quién no tuviera de los campos enemigos tantos ojos por testigos, porque abrazarte pudiera mil veces, hasta que el pecho, de la sed y la impaciencia de tan dilatada ausencia, llegase a estar satisfecho! No soy el rey, Sancho, no; tu padre sí, Nuño Aulaga, que en la batalla de Fraga lloraste muerto, soy yo. SANCHO: ¿Qué? ¿Qué dices? NUÑO: No te alteres. Mis casos, y la ocasión escucha de mi intención. SANCHO: Sin duda engañarme quieres con el mismo desengaño. ¿Tú mi padre? ¿Mi valor pudo engendrar un traidor a su rey? NUÑO: ¡Qué ciego engaño! Si es lícito por reinar ser traidor, ¿quién lo emprendiera sino el que un hijo pudiera de tal valor engendrar? Por lo que te importa a ti, atención sólo te pido, y después de haberme oído, haz lo que quisieres. SANCHO: Di. NUÑO: Doña Teodora de Lara, si muy noble, bella mucho, cautivó mis pensamientos en mis juveniles lustros. Cegóme el amor de suerte, que no reparara el gusto en los públicos defetos, cuanto más en los ocultos. No la igualaba mi sangre; que aunque de hidalgo presumo, dista un hidalgo escudero de un hidalgo señor, mucho, y ella era sangre de Laras; pero mi riqueza supo y mi industria conformar con mis intentos los suyos. Diome, al fin, la blanca mano; y cuando el silencio obscuro de la noche de mis bodas invidiar mis dichas pudo, a lastimarse empezó de que cayese en un punto desde las glorias de un cielo a un infierno de disgustos, pues conocí... ¡Qué vergüenza! Aunque decirlo rehuso, por ser importante al caso a mi pesar lo descubro. Conocí, al fin, en Teodora de su honor perdido el hurto, y que no era yo el primero que amor en sus brazos puso. ¡Qué venganzas impacientes, qué reportados discursos, júzgalo tú, me tendrían ya resuelto, ya confuso! Al fin, por no publicar mis afrentas, disimulo, poniéndome el honor mismo espuela y freno en un punto. No por esto a perdonar, sí a dilatar, me reduzgo para mejor ocasión la venganza que procuro. El receloso cuidado los ojos de Argos me puso, aunque para ver mi ofensa menester no fueron muchos. Pues aun no el curioso examen empecé, cuando descubro que antes de darme la mano, gozó de su amor el fruto ése, que del rey privado era entonces, don Bermudo, padre del de Mompeller. Vine al fin a hallarlos juntos dentro de mi propria casa; y aunque no en el acto injusto, por los amores pasados la presente ofensa juzgo; y así, desnudé la espada celoso; pero no pudo la razón contra el poder, contra muchos brazos uno. Libróse al fin, y libróla, y en un convento la puso. Yo, que con el alboroto vi publicarse en el vulgo mi afrenta, pues aunque alli no cometiese Bermudo adulterio, la opinión es del honor el verdugo; como de su gran poder, y el poco que tengo, arguyo imposible la venganza, cuanto despechado mudo, a servir a Alfonso el fuerte partí a la guerra que tuvo en Fraga, sangrienta causa de sus funerales lutos; pues cuando se vio cercado, con pocos hombres, de muchos, las armas y sobrevista, por pelear más seguro, trocó su alteza conmigo; mas no por esto al membrudo brazo de un valiente moro dejó de quedar difunto. Yo, que rendido le veo, en vano al socorro acudo; y así le dieron mis brazos, en vez de ayuda, sepulcro. La real sortija y sello le quité, y el golpe duro de la muerte en un pegaso, cuyos pies son alas, huyo; que de esto y llevar sus armas, su sobrevista y escudo, y ser en el rostro y talle un vivo traslado suyo nació la opinión que aun hoy afirma que no es difunto. Yo, pues, aunque entonces ya la nueva a la fama escucho que tú, de quien a Teodora dejé preñada, del mundo la luz hermosa gozabas, remotas regiones busco; que me desterró mi afrenta, más que tu amor me detuvo. Al Asia paso, y el nombre junto con la tierra mudo; todo por trazar mejor la venganza que procuro; y agora, que de los años me asegura el largo curso el efeto de este intento, y que del esfuerzo tuyo las nuevas determinaron mis vengativos impulsos; viendo en mí de Alfonso el fuerte tan verdadero transunto, que a cuantos le conocieron engañar mil veces pudo, vuelvo a Aragón a emprender el engaño que ejecuto, cuyo buen fin la Fortuna con discordias me dispuso. Los más grandes de este reino lo han creído ya, y por puntos, cuantos lugares visito, a mi obediencia reduzgo. Hijo, lo más está hecho; el provecho, Sancho, es tuyo. A honrarte y vengarme aspiro; poderoso es don Bermudo; menos que por este medio mi venganza no aseguro. Tu amor y mi agravio han sido de mi lealtad los verdugos; mas mira si te es forzoso ayudarlos, pues el uno me obliga a justa venganza, y soy tu padre, y te cupo tanta parte de mi afrenta; y por el otro procuro acrecentarte hasta verte rey de Aragón y del mundo.
Apartándose SANCHO de NUÑO
SANCHO: (¡Válgame Dios! ¿Es posible Aparte que no es sueño lo que escucho? ¿Es verdad, sagrados cielos, que es éste mi padre Nuño? Mas, ¡ay de mí!, siendo yo tan desdichado, ¿qué dudo? ¿Cómo desventuras tales en mi suerte dificulto? ¿A quién la Fortuna airada, sino a Sancho Aulaga, pudo combatir con tantos vientos, tan contrarios y confusos? "Mi padre, su agravio, un reino," dicen bramando los unos; "Mi palabra, mi lealtad, mi obligación," los segundos. Mi amor, que adoro a Teresa; y mi honor, que el padre suyo me pague de mi opinión, muriendo, el agravio injusto. Amor, que ya está el agravio con el largo tiempo oculto, y honor, que borrar la afrenta sola la venganza pudo. Temo que descubra el tiempo que es éste mi padre Nuño; mas el amor paternal, la venganza y reino juntos dicen que mucho no alcanza el que no aventura mucho. Mas, ¿qué es esto? ¿Dónde vuelas, precipitado discurso? ¿Reino dije? En mi lealtad, ¿cómo es posible que cupo ni aun el primer movimiento de tan detestable insulto? Mas si ya cayó en mi padre la mancha infame, ¿qué mucho que peque la sangre mía de los humores que tuvo aquel de quien la heredé? Mas no, Sancho, no disculpo por la inclinación el yerro. La sangre inclinaros pudo; mas sobre ella al albedrío dio el cielo imperio absoluto. Ceda a la ley la ambición, lo provechoso a lo justo; sed leal; que si primero, cuando mi pecho no supo si era Alfonso el fuerte o no el que a la reina se opuso, estábades en servirla tan firme, ya que no dudo que se le opone un traidor, y que es Alfonso difunto, mi obligación se acrecienta, sin que lo estorbe ser Nuño mi padre; que asi la ley justamente lo dispuso. Si es mucho lo que ganaba siendo traidor, de eso arguyo mi valor; que ser leal perdiendo poco, no es mucho. Si ser por reinar traidor dijo que es lícito alguno, fue cuando la tiranía daba los cetros del mundo; fue cuando idólatras pechos no temieron ser perjuros; fue cuando el vasallo al rey natural amor no tuvo; mas hoy, que la sucesión les da derecho tan justo; hoy, que el amor se deriva, por legítimo transcurso, de los padres a los hijos; hoy, que del cristiano yugo a cumplir los juramentos obligan los estatutos, ¿cómo por reinar podrá decir que es lícito alguno ser traidor, sino quien tenga, lejos del cristiano culto, mucha ambición, poca ley, sangre vil y pecho bruto?) NUÑO: ¿Qué dudas? ¿Qué te suspendes? SANCHO: Después de varios discursos vengo a resolver que tú es imposible ser Nuño. Engaños son que fabricas; porque quien tal hijo tuvo como yo, incurrir en culpa de infame traición no pudo, ni ser liviana mi madre, ni dado que del conyugio la ley violase, dejara de matar a don Bermudo mi padre entonces, si fuera rey del Ganges al Danubio; y así, no sólo de intento, por lo que has dicho, no mudo, pero estoy en él más firme, pues a ti mismo te escucho que no eres Alfonso el fuerte; con que ya del todo juzgo sin escrúpulo mi intento, y el de la reina más justo. NUÑO: ¡Hijo...! SANCHO: ¡No me llames hijo! NUÑO: ¡Vive Dios, si no reduzgo tu proterva obstinación, que para castigo tuyo he de publicar yo mismo que soy yo tu padre Nuño! La liviandad de Teodora sabrá de mi boca el mundo, por que así, muriendo yo a las manos de un verdugo, por padre y por madre seas fábula infame del vulgo. SANCHO: No importa, no; que mis hechos sabrán desmentir los tuyos, y mi valor tus engaños; que nadie creerá que pudo sol que tanto resplandece tener padres tan obscuros. Y si a decirlo te anima del tiempo el largo discurso, también de los años yo para negarlo me ayudo, pues ya, aunque mi padre fueras, no te conoce ninguno; y así, o muda parecer, puesto que yo no le mudo, o apercibe a resistir a mis soldados los tuyos. NUÑO: Empeñado, Sancho, estoy. SANCHO: Yo resuelto. NUÑO: Yo procuro tu aumento. SANCHO: Yo tu castigo. NUÑO: Yo soy tu padre. SANCHO: Difunto es mi padre. ¡Toca al arma! NUÑO: ¿Al arma? Pues sepa el mundo que soy... SANCHO: ¡Tente, no lo digas! ¡Tente! NUÑO: Si no te reduzgo, he de publicar quién soy. SANCHO: (¿A quién la Fortuna puso Aparte en un lance tan estrecho?) NUÑO: Si yo no soy padre tuyo, ¿por qué temes que lo diga? SANCHO: Para dañarme eres Nuño; mas no para obedecerte en intento tan injusto. NUÑO: Pues si no has de obedecerme, que soy tu padre divulgo. SANCHO: Pues si o yo he de ser traidor, o tú decirlo, ¿qué dudo en decirlo yo primero? Sepa Aragón, sepa el mundo... NUÑO: ¡Tente, por Dios, hijo! ¡Calla; que no mi mal, sino el tuyo, a refrenarte me obliga! SANCHO: Pues si en entrambos es uno el daño de publicarlo, callemos entrambos, Nuño. Conténtate con que pueda esto con mi pecho el tuyo, y deja que en lo demás ejecute el fuero justo de la lealtad. ¡Toca al arma! NUÑO: ¡Toca al arma, y muera Nuño que engendró su patricida! SANCHO: Sabe Dios que lo rehuso; pero la ley de lealtad contra la sangre ejecuto.
Vanse. Salen SOLDADOS
SOLDADO 1: Esto es hecho. SOLDADO 2: Es caso cierto; que nunca al fin la verdad, aunque corra tempestad, deja de salir al puerto. SOLDADO 3: Si los grandes, obligados, se rinden a la razón, ¿qué ha de hacer todo Aragón?
Sale SANCHO
SANCHO: ¡Al arma, al arma, soldados! SOLDADO 1: ¿Dónde vas? SANCHO: Al arma toca. SOLDADO 1: General, ¿quién ha de ser el que te ayude a emprender facción tan injusta y loca? SANCHO: Si tengo en razón y en gente ventaja, ¿qué resta ya? SOLDADO 1: Tu campo te mostrará que te engañas, brevemente. ¡Oye! SOLDADO 4: ¡Viva Alfonso el fuerte! Dentro SANCHO: ¿Qué es esto? ¿Quién ha causado tal novedad? SOLDADO 1: Informado el campo de que su muerte fue incierta, y que de Aragón los más ancianos confiesan ser él y su mano besan, está ya a su devoción toda tu gente. SANCHO: ¡Mirad que no es Alfonso, soldados! SOLDADO 1: En casos tan comprobados es locura, y no lealtad, solo a todos resistir; y es mejor, sin duda alguna, sujetarte a la Fortuna que inútilmente morir. SOLDADO 4: ¡Viva Alfonso! Dentro SOLDADO 1: Ya habrás visto que es sin fruto tu desvelo en resistir. SANCHO: (Sabe el cie*lo Aparte que me alegro, aunque resisto; que es mi padre, y la razón puede impedir los intentos, pero no los movimientos de tan natural pasión.) SOLDADO 1: ¿Qué determinas? SANCHO: Mil veces, morir yo solo leal. SOLDADO 1: Pues ya no eres general, pues a tu rey no obedeces, ¡date a prisión! SANCHO: ¡Qué traición! SOLDADO 1: Sólo es traidor quien se opone al rey.
Quítanle la espada, y préndenlo
SANCHO: (La lealtad perdone, Aparte si me alegra la prisión.)
NUÑO y BERMUDO, dentro; después, PEDRO Ruiz, el CONDE de Urgel, BERENGUEL, el señor de MOMPELLER, don RAMÓN y ZARATÁN
NUÑO: ¡No le matéis! ¡Aguardad! Aparte BERMUDO: ¡Tened! ¡No le deis la muerte, Aparte soldados! SOLDADO l: De Alfonso el fuerte viene ya la majestad, de todos obedecida.
Salen
NUÑO: Amigos, la fortaleza de mi reino y mi grandeza fundo sólo en esta vida. SOLDADO 1: Por su ciega obstinación le hemos preso. NUÑO: El general sirve así como leal a quien le dio su bastón, y vosotros habéis hecho también lo que os ha tocado; mas cuando desengañado, persuadido y satisfecho de que soy Alfonso esté Sancho, será su valor tan constante en mi favor cuanto en mi daño lo fue. BERMUDO: Su vida, señor, te importa. ZARATÁN: Ya, Sancho, no me daréis uñada, aunque os enojéis; que el rey las uñas os corta. NUÑO: Sancho, escucha.
Habla bajo con él
BERENGUEL: (Cuando vi Aparte en palacio el postrer día a Teresa, ¿no tenía al cuello esta banda? Sí. Ella es sin duda; ya son ciertas mis sospechas. ¡Cielos, venganza piden mis celos! ¡Yo buscaré la ocasión! MOMPELLER: Padre, escucha. Si advertiste, ¿esta banda no tenía al cuello mi hermana el día que en el palacio la viste? BERMUDO: Si mal no me acuerdo, es ella. MOMPELLER: Pues con esto he confirmado mi sospecha, y ha llegado a ser rayo de centella.
Saca la daga
¡Vive Dios, que he de matarlo, aunque lo defienda el rey! BERMUDO: ¡Hijo, detente! MOMPELLER: ¿Qué ley padre, te obliga a librarlo? BERMUDO: ¿No ves que el castigo hará más pública nuestra afrenta? MOMPELLER: Pues que su favor ostenta, la afrenta es pública ya. BERMUDO: Hijo, en negocios tan graves daña el arrojado ardor. Yo soy viejo, y tengo honor, y sé lo que tú no sabes. Mejor remedio pretendo. Hasta agora lo perdido es poco; por entendido no te des; que yo me entiendo. (Porque no pierda opinión Aparte su madre doña Teodora, es fuerza callar agora de ampararle la ocasión.) SANCHO: Daros la obediencia aquí bien veis que me ha de dañar, y dará qué sospechar, senor, de vos y de mí; pues me he rendido forzado, y lo que he debido he hecho, dejad que oculte mi pecho el contento que me ha dado veros ya rey de Aragón; si bien os puedo afirmar que a poderos estorbar la tirana posesión, venciera en mí la lealtad a la sangre. Esto os confieso; y así, pues me importa, preso a la corte me llevad; que pues ya es fuerza que os den la corona, y la obediencia la reina, tendré licencia de obedeceros también entonces, sin que argüir me puedan de deslealtad. NUÑO: Dices bien. ¡Preso llevad, pues no puedo reducir su proterva obstinación, a Sancho Aulaga! SANCHO: Primero daré la vida al acero, que a la reina de Aragón, Petronilla, no obedezca por legítima señora. NUÑO: Ése es justo intento agora; pero cuando ella me ofrezca, después que me conociere, la obediencia, mudarás parecer o morirás. SANCHO: Lo que Petronilla hiciere, haré entonces disculpado. NUÑO: A Zaragoza marchad.
Vase
PEDRO: (De rayos de tu beldad Aparte me espero ver coronado presto, Petronilla hermosa.
Vase
RAMÓN: (Agora, enemiga fiera, Aparte verás si Ramón te hiciera con su mano venturosa.
Vase
CONDE: (Hijo, presto pienso hacerte, Aparte Más que imaginas, dichoso.)
Vase
BERENGUEL: (¡Rabiando voy de celoso!) Aparte
Vase
ZARATÁN: Huélgome que ya la muerte no me daréis tan resuelto; que por mal considerado, el león os ha humillado, y pollino os habéis vuelto.
Vase
SANCHO: (Preso va, Teresa hermosa, Aparte el que volver vencedor te prometió. Tu favor contra la suerte forzosa poder, señora, no tiene; aunque por este camino mis intentos imagino que la Fortuna previene. Y tú, reina, pues he hecho cuanto pude, ya cumplí mi obligación; y si aquí resuelve callar mi pecho que es mi padre quien se opone aleve a tu majestad, sólo este error la lealtad a un hijo suyo perdone.)

FIN DEL SEGUNDO ACTO

La crueldad por el honor, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002