ACTO TERCERO


 
Salen MARDONIO y ALEJANDRO
MARDONIO: Lindo tiempo, Alejandro, venís a Tebas. ALEJANDRO: ¿Por qué? MARDONIO: Porque sé que habéis de holgaros de ver un ángel mujer. ALEJANDRO: ¿Ángel mujer? MARDONIO: Sí, por Dios. ALEJANDRO: Dificultoso ha de ser, que la mujer más hermosa para mí demonio es. MARDONIO: ¿Desde cuándo acá, Alejandro, tenéis ese parecer? ALEJANDRO: No ha mucho. MARDONIO: ¿De qué ha nacido no estimar y aborrecer los sujetos mujeriles? Que si yo no me engañé, cuando os vi en Alejandría, el más silvestre clavel era de vos estimado. ALEJANDRO: Digo que razón tenéis; pero ya estoy diferente de aquello que entonces fue. MARDONIO: Lo que digo no ha mil años, pues decir puedo que ayer os vi tan enamorado que casi me lastimé de veros con tanto amor. ALEJANDRO: Habrá dos meses o tres que vivo con poco gusto. MARDONIO: ¿Y de qué nace? ALEJANDRO: De haber querido con mucho extremo, y como ordinario es aborrecer en gozando, ya aborrezco lo que amé. Y tan asustado vivo, después que el ámbar gocé de la boca que adoraba, que es imposible tener gusto, y es de tal manera que en mi pecho está un Babel de confusión, de tristeza, de pena y de tal desdén conmigo mismo, que yo no me puedo conocer. MARDONIO: Si de celos hay vislumbres, no me espanto; que tal vez suelen ser causa los celos que lo que se quiere bien se aborrezca y no se estime, si bien suele suceder ser acicates del gusto; mas cuando se llega a ver aquello que se sospecha, entonces forzoso es que en pena se trueque el gusto, y en acíbar lo que es miel, en rigores las blanduras, y en gualda la candidez. Y cuando pasan los celos desde sospecha a no ser mentira sino verdad, el amante más novel y el menos diestro en las armas de aquel rapacillo rey, el amor convierte en odio, y en olvido el bien querer. Y así no me espanto yo que vos disgustado estéis, si vuestra dama ha entregado a otro dueño el rosicler. ALEJANDRO: No, Mardonio, en este caso me han podido acometer los rigores de los celos, que seguridad hallé en el sujeto adorado, no sólo un mes y otro mes, sino algunos años; y antes que llegase a merecer ser dueño de su hermosura, tan de veras me entregué a la pasión amorosa, que sin poder conocer que imposibles intentaba, por todos atropellé, hasta que postré los muros de la que me hizo poner en tan notorios peligros; pero después que llegué a gozar, dichoso amante, de sus labios el clavel, de sus mejillas el nácar, de su hermosura la tez, de su aliento la fragrancia, y el donaire de su pie, todo yo tan otro estoy que, sin que llegue a altivez, la fragrancia es olor malo, los donaires son desdén, las hermosuras fealdades, el nácar amarillez, la nieve pura azabache, y aquella que imaginé cuando pretendí gozarla ser ángel más que mujer, demonio que me atormenta me parece ya. MARDONIO: No deis lugar a tantas quimeras. ALEJANDRO: No sé cómo pueda ser divertir a la memoria, porque es verdugo crüel que atormenta los sentidos. MARDONIO: En este mesón que veis aquí enfrente hay una moza de tal gracia y parecer que sabrá bien divertiros. ALEJANDRO: Por imposible tendré que en tantas melancolías pueda alegrarme. MARDONIO: No estéis tan triste, que su donaire es tal que puede vencer mayores dificultades; y para que os alegréis habemos de entrar allá; mas entrar no es menester que ya a la calle ha salido.
Salen ÁLVAREZ, mesonero vejete, y MARÍA, como moza de mesón
ÁLVAREZ: Ya te he dicho, no una vez sino muchas, que a los mozos no los trates con desdén, porque ellos solos, María, nos pueden enriquecer; y si a otro mesón se mudan, ya ves que me perderé. MARÍA: Yo lo haré de buena gana. ÁLVAREZ: Aqueso tienes que hacer, pues sólo en eso consiste nuestro mal o nuestro bien. Mas aquestos galancitos que vienen de tres en tres, con más tufos y guedejas que un caballo de alquiler lleva clines, y un frisón cernejas lleva en los pies, no hay que admitirlos, María, porque suele suceder pasar de burlas a veras; que en viendo que el otro es más bien visto de tus ojos, y que tú no haces de él tanto caso como él piensa, con su espadita y broquel quiere alborotar la casa, y sin respeto tener al dueño que en ella vive, se reviste de altivez, y con cólera prestada las manos querrá poner en tu rostro. MARÍA: Ya te entiendo; no es menester que me des más lección, que ya conozco todos los de este jaez, que piensan que por sus ojos bellidos una mujer ha de darles todo gusto; mas saldráles al revés, que yo estimo en más el rostro del rey de Jerusalén estampado en el metal que sabe muros romper, que cuantas hay valentías; porque en no trayendo argén el más valiente es cobarde, el más furioso es lebrel, y el que quisiere rendirme ha de dar, no prometer, que en mi opinión vale más un toma que dos daré. Porque como la promesa de tiempo futuro es, cuando llega a ser presente, si presente llega a ser, es con tal limitación que sólo promesa fue. ÁLVAREZ: Filósofa estás, María. MARÍA: No te espantes que lo esté, que es maestra la experiencia, y son los hombres de quien aprendemos cada día. MARDONIO: ¿Qué hay, Álvarez? ÁLVAREZ: Ya lo ves, señor Mardonio. MARDONIO: Este hidalgo, tan galán como cortés, hoy a Tebas ha llegado, y en ella tiene que hacer unos negocios que importan, y quisiera su merced, porque tiene buenas nuevas de la posada, escoger en ella algún aposento. ALEJANDRO: ¡Cielos! Aquí es menester Aparte gran prudencia; ésta es María, la que en el monte gocé, que viéndose despreciada, de entre una y otra pared donde estaba recogida, ha salido, y ya seré más ingrato que hasta aquí si no la estimo). ÁLVAREZ: Escoged, señor hidalgo, la pieza que a propósito os esté, que mi persona y mi casa a vuestras plantas tenéis. ALEJANDRO: A tales ofrecimientos es forzoso agradecer con el alma y con la vida, y así digo que tendréis en mí un esclavo. MARÍA: (Alejandro Aparte aquel caballero infiel, causa de todos mis males es éste. ¿Qué puedo hacer sino callar y sufrir? Que alguna ocasión tendré en que mi sentir le diga. ÁLVAREZ: Hija María, ya ves que es forzoso aquí el cuidado. MARÍA: Digo, señor, que pondré en servirle diligencia. ALEJANDRO: ¿Es hija vuestra o mujer? ÁLVAREZ: No, señor, crïada mía. ALEJANDRO: Es extremada. ÁLVAREZ: Diréis, si acabáis de conocerla, que por mi buena vejez el cielo me la ha traído al mesón. ALEJANDRO: Digo y diré que es mesonera del cielo, y que puede el mismo rey servirse de ella. MARÍA: Señor, suplico a vuesa merced no se gaste en alabarme, que lo que soy yo me sé, y aunque fuera mucho menos no me engañará otra vez. ALEJANDRO: ¿Cuándo te he engañado yo? MARÍA: Digo, señor, que me erré. Esta vez quise decir, y a decirlo vuelvo... ALEJANDRO: ¿Qué? MARÍA: Que mi gusto, bueno o malo, no se guisa para él; para guisar la comida, para la sala barrer, para limpiarle la cama, y cosa de este jaez, eso sí, mas para esotro...
Santíguase
¡Dios me defienda! ALEJANDRO: ¿Por qué? MARÍA: Porque en sus ojos he visto que tiene traza de ser Vireno si soy Olimpa; y a una mujer no está bien rendirse a quien puede darla acíbar, absintio y hiel por amores y requiebros.
Hace que se va
ALEJANDRO: ¿Adónde vas? MARÍA: Voy a hacer lo que toca a su regalo. ALEJANDRO: Nunca mayor le tendré que mirar tus bellos ojos. ¡Oye! ¡Escucha! MARÍA: Tome diez higas por ese favor; mas no tiene para qué requebrarme, que es en vano, porque no me hará creer, según en sus ojos veo, que ha de ser firme. MARDONIO: ¿No es del cielo la mesonera? ALEJANDRO: Digo que razón tenéis, y pienso que ha de ser parte para alegrarme; traed, huésped, algo que cenemos. ÁLVAREZ: Como un viento lo traeré. MARDONIO: ¿Queréis quedaros aquí? ALEJANDRO: Siquiera volved después, porque intento divertirme. MARDONIO: ¡Quedad con Dios! ALEJANDRO: ¡Id con él!
Vanse MARDONIO y ÁLVAREZ
ALEJANDRO: Mesonera del cielo, cuyos ojos brillantes, con fulgores cambiantes abrasan todo el suelo; un Etna, un Mongibelo en mi pecho se encierra; Amor me hace ya guerra después que vi tus ojos; no aumentes mis enojos, cuando en venturas tales vienes a ser ocaso de mis males. Melancólico y triste a Tebas he llegado, y en tu donaire he hallado el aliento que me diste; los rigores resiste que a mostrar comenzaste; no des conmigo al traste, ya que mi suerte ha sido tanta que he merecido que mis melancolías se conviertan en gusto y alegrías. MARÍA: Caballero alevoso, villano mal nacido, Rómulo fementido, Zopiro cauteloso, ¿cómo agora amoroso pretendes mis favores, cuando de mis rigores es bien la furia pruebes, porque las nuevas lleves a los hombres ingratos que fuiste amante de villanos tratos? ¿Tan presto te olvidaste de la traición que hiciste, cuando atrevido fuiste que el honor me quitaste? ¿Cómo no reparaste, cuando por la ventana entraste, tigre hircana, con aliento bizarro y con mayor desgarro, que quedando burlada había de ser leona deshijada? Pues, ¡vive Dios, ingrato!
Sácale la espada
Ya que me ocasionaste, después que me gozaste con alevoso trato, que perdiese el recato a la nobleza mía; que de tu alevosía has de pagar agora con tu espada traidora la culpa merecida, que amante tal no es bien que tenga vida. A Dios tengo ofendido, a mi honor deslustrado, y lo que había ganado del todo se ha perdido; por tu causa he venido a ser mujer perdida; buena fui recogida, pero ya soy tan mala, que Taís no me iguala, y soy tan gran ramera que me rindo a dar gustos a cualquiera. Y pues soy flor ajada de tu villana mano, defenderte es en vano de una tigre enojada; que mujer despreciada, sin que el infierno tema, no se abrasa y se quema en furias y rigores sintiendo los dolores del fuego que ha encendido un masageta necio y atrevido. Y así no ha de espantarte cuando enfrascada en vicios, de quien por sacros juicios tú vienes a ser parte, que pretenda matarte.
Vale a dar y repara con la daga
ALEJANDRO: El furor que te altera suspende. ¡Aguarda, espera! MARÍA: ¿Cómo esperarme puedo, si la cólera heredo de serpiente pisada, y de mujer resuelta y agraviada? ALEJANDRO: Yo confieso, María, que te sobran razones, y el decirme baldones no juzgo a villanía; pero el rigor desvía retírese tu enojo, que ya por tu despojo el alma se confiesa, pues gana e interesa, volviendo a recobrarte, más glorias que en el mundo tuvo Marte. MARÍA: ¿Cómo quieras que crea que agora verdad tratas, si entre riscos y matas, con hazaña tan fea robaste la presea que más a Dios agrada, mas de ti no estimada; pues luego en aquel monte, perjuro Laomedonte, apenas la robaste cuando, pirata necio, te ausentaste? ¿Entonces no decías, derramando cristales, que curase tus males y tus melancolías: Con ansias y porfías, ¿no intentaste ablandarme, mas fue para engañarme? Y así, aunque viertas perlas, no tengo de cogerlas; porque en trance tan fuerte no es crecido rigor el darte muerte. ALEJANDRO: Entonces yo confieso que con exceso amaba, y que poco faltaba para perder el seso; pero de aqueste exceso --viéndote consagrada a la deidad sagrada-- saqué ser atrevido, y que Dios ofendido mucho de mí estaría, pues en su misma esposa le ofendía; y lleno de temores por tanto barbarismo, me aborrecí a mí mismo huyendo sus rigores; pero ya que de amores tratas, bella María, el amor que tenía vuelve a cobrar aliento; y hago juramento a tu misma belleza de aventajar los montes en firmeza. MARÍA: De firmezas no trato, que la mayor firmeza para mí es la riqueza; interés es mi trato; ya he tocado a rebato, a mi honor hago guerra; ya soy en esta tierra pública pecadora; aquél más me enamora que me ofrece más oro, y de quien más paga es mi tesoro. Pero tú, fementido, no intentes combatirme con decir serás firme, pues tan ingrato has sido, que si hubieras traído copia de cornerinas y las que el alba finas congela varias perlas, más quisiera perderlas que volver a rendirme a quien no quiso ser amante firme. Y así, vete, villano, que por no lisonjearte ya no quiero matarte
Arroja la espada
con tu espada y mi mano; mas también será en vano pretender ser mi amante, que porque más te espante, cuando te muestras tierno antes me iré al infierno que vuelva a sujetarme a quien sólo ha querido deshonrarme.
Vase MARÍA
ALEJANDRO: ¡Escucha, aguarda, espera! Hipogrifo violento, no te calces de viento, no camines ligera a superior esfera; reprime tus rigores, estima mis amores; mas ¿cómo si amor tengo no la sigo y prevengo del rigor ablandarla, pues alas me da Amor para alcanzarla?
Vase ALEJANDRO. Salen PANTOJA, de peregrino a lo gracioso, y ÁLVAREZ
PANTOJA: ¿Cuánto habrá que aquesta moza tiene en casa? ÁLVAREZ: Casi dos meses. PANTOJA: ¿No más? ÁLVAREZ: No. PANTOJA: ¡Por Dios! Que mucha hermosura goza. ÁLVAREZ: ¿No es muy linda? PANTOJA: Es extremada; y, si de espacio viniera, sólo por ella, asistiera con gusto en esta posada. Mas voy de priesa, así no me puedo detener; pero yo haré por volver con brevedad por aquí sólo por verla. El camino es menester que me enseñe, para que no se despeñe este pobre peregrino. ÁLVAREZ: Ya le digo que es pasando aquella cuesta de enfrente, donde está una hermosa fuente de sí misma murmurando, hay dos caminos inciertos adonde los peregrinos, ignorando los caminos, se pierden por los desiertos. Porque el de mano derecha, que tira hacia Alejandría, aunque se anda cada día, es una sendita estrecha; que por ser las peñas tantas, no se deja hollar la tierra, y así hacen cruda guerra a las peregrinas plantas. Y el que está al izquierdo lado, si bien no es menos estrecho, hace camino derecho al desierto tan nombrado de la Tebaida de Egipto; con esto no hay más que hacer, y si acertare a volver por aquí, será infinito el gusto que me dará volviéndose a la posada, donde a su persona honrada en todo se acudirá cuanto hubiere menester. PANTOJA: ¿Y ha de ser de balde? ÁLVAREZ: No que no puedo darle yo cosa de balde. PANTOJA: Ofrecer a costa de mi dinero lo que tengo de yantar, cosa es digna de estimar; pero, hermano mesonero, más merced le hago yo en tenerme por su amigo, pues viene a ganar conmigo dos tantos que le costó. ÁLVAREZ: ¡Pícaro, infame, bellaco! ¿Qué modo de hablar es ése? PANTOJA: Eso de pícaro cese, que, por Cristo, que si saco atrás el pie y el bordón esgrimo como yo suelo, que a su pesar bese el cuelo. ÁLVAREZ: Poquito a poco, bribón. PANTOJA: Muchito a mucho, vejete. ÁLVAREZ: Poco a poco, pordiosero. PANTOJA: Mucho a mucho, mesonero. ÁLVAREZ: ¡Hijo de puta! PANTOJA: ¡Alcahuete! ÁLVAREZ: Eso es poco y mal hablado. PANTOJA: Esotro es mucho aunque poco. ÁLVAREZ: Vete noramala, loco. PANTOJA: Vete tú, desvergonzado. ÁLVAREZ: ¡Sucio, mientes, por San Pablo! PANTOJA: ¡Y tú más, por Cristo eterno! ÁLVAREZ: ¡Váyase con el infierno! PANTOJA: ¡Y él se quede con el diablo!
Vanse cada uno por su parte. Sale LEONATO
LEONATO: ¿Hasta cuándo, cuidados, tan bien sufrido como mal premiados, por caminos inciertos, entre riscos pelados y desiertos de habitación humana, tengo de andar tras una tigre hircana, despeñado Faetonte, en este inculto como altivo monte: Lucrecia no parece, el aliento y la fuerza desfallece, los pies están cansados, sólo tengo los bríos alentados; ¿mas de qué sirven bríos si son tan infaustos los sucesos míos?
Siéntase
Al pie de aquesta fuente que desperdicia aljófar su corriente, al son de sus cristales quiero hacer un recuerdo de mis males; que el mal comunicado suspende un poco al dueño desdichado. Fuentecilla, ya veo que no puedo alcanzar lo que deseo, y me tendréis por loco cuando se estima mi fineza en poco; mas el ciego vendado sus dorados arpones me ha tirado, y estoy de tal manera que olvidarla no puedo aunque quisiera. Ya que no puedo hallara, cristal puro, ¿qué haré para olvidarla?
Sale LUCRECIA vestida de pieles en lo alto de un monte, de manera que venga a estar encima de la fuente
LUCRECIA: Divertir la memoria de tal suceso y de tan triste historia, es lo más acertado. LEONATO: En esta fuente un eco ha resonado. ¡Ay, Dios, si en ella hallase remedio con que el mal se minorase, qué dichoso fuera! LUCRECIA: Justo será que la memoria muera de laberinto tanto; que andar de risco en risco y canto en canto entre tanta espesura, sin tener esperanzas, no es cordura. LEONATO: Parece que los ecos que salen de estos cóncavos y huesos formando desengaños, procuran libertarme de mis daños. LUCRECIA: Refrene el pensamiento alas veloces que le presta el viento, que dejar remontarle a superior esfera es despeñarle, y más cuando no hay medio que pueda ser de tanto mal remedio. LEONATO: ¡Oh, tú, que entre cristales vienes a ser remedio de mis males! Si eres acaso monstro con alma racional, descubre el rostro; que no es bien me lecciones poniéndome en mayores confusiones. LUCRECIA: Alma, si el trance es fuerte, y has de ser alma en pena hasta la muerte, ¿de qué sirve brïosa en torno de la luz ser mariposa, si al fin, al fin el fuego te ha de abrasar con tal desasosiego? LEONATO: Verdades apuradas salen de entre estas rocas empinadas, si no es que aquesta fuente, dando voz al cristal de su corriente, viendo mi mal notorio convierte en lengua el líquido abalorio, para que no me vuelva, sátiro bruto de esta inculta selva.
Asómase a la fuente
Pero, ¡cielos! ¿Qué veo? Éste, si no me engaña mi deseo, el rostro es de Lucrecia, si bien la vista, ya turbada y necia, desmintiendo su traje, me la muestra vestida de salvaje. ¡Oye, Lucrecia mía! LUCRECIA: Un hombre con extraña fantasía mirándose en la fuente que hace sierpes de plata en su corriente, a voces me ha llamado; sin duda que mi rostro retratado en el cristal ha visto. ¿Cómo en bajarle a ver tanto resisto? Sin duda me conoce, pues le obliga mi vista se alboroce. ¿Si es Abrahán, mi esposo, que ya pretende, tierno y amoroso, volver a ser mi dueño? LEONATO: El alma tengo ya en mayor empeño. ¿Dónde, Lucrecia, has ido? ¡No vuelvas a privarme de sentido! ¡Lucrecia!
Va bajando LUCRECIA por el monte, y quédase en la mitad del monte sin bajar
LUCRECIA: ¿Quién llama? LEONATO: Quien a su costa tan de veras ama, que por buscarte sólo, como Clicie divina el sacro Apolo, sin saber reportarme, me he visto a pique ya de despeñarme. LUCRECIA: Dime presto tu nombre, que hace el no conocerte que me asombre. LEONATO: Yo soy, Lucrecia hermosa, Leonato, a quien amor rinde y acosa con extremo crecido; y es tanto extremo que me trae perdido hasta gozar tus ojos, a quien se rinde el alma por despojos. Yo soy aquél que en Tebas, viéndome de ti amado, tuve nuevas que fuiste a Alejandría para dejar entonces de ser mía; supe también que en ella te desprecia tu esposo por ser bella, y en tan funesto estado quiso dejarte por no ser casado. Yo, viendo tu desprecio, cuya beldad adoro, estimo y precio, amante desvalido, por el inculto monte te he seguido, sin que nuevas hallase con que mi amor gigante sosegase, hasta agora que el cielo quiso en mis males darme este consuelo. Baja, baja, señora, estima esta lealtad de quien te adora; a Tebas nos volvamos, donde con gusto y con paz los dos seamos, uno el olmo, otro hiedra, que con lazos estrechos amor medra. Y pues ya que tu esposo no quiso ser contigo venturoso, goce yo esta ventura, que lo será gozar de tu hermosura, como grande desdicha si no llego a gozar de aquesta dicha. LUCRECIA: Bien quisiera ser parte para poder, Leonato, consolarte, y agradecer quisiera la relación que has hecho verdadera de firme enamorado, pero yo vengo a hallarme en tal estado y en tan estrecho empeño después que me entregaron a otro dueño, que, olvidando el ser mía, toda yo me entregué al de Alejandría. Y, aunque no consumado fue el matrimonio por infausto hado, tan de firme me precio que del mayor monarca hago desprecio; y así, Leonato, deja la pasión amorosa que te aqueja; que viviendo mi esposo, no pretenda ninguno ser dichoso, porque ha de ser en vano intentar que a otro amante dé la mano --esto, Leonato, es cierto-- hasta que sepa que mi esposo es muerto.
Vase por arriba
LEONATO: ¡Oye, Lucrecia, escucha! Muévete la pasión que en mi alma lucha. Mas si eres Atalanta, Hipómenes seré para tu planta; que mostrándome fiero para vencerte en curso tan ligero, no con manzanas de oro sacado de las minas del Peloro, sino con limpio acero, al que llamas esposo verdadero le quitaré la vida si de otra suerte no has de ser vencida.
Vase sacando la espada. Salen PANTOJA, de peregrino, y ABRAHÁN, de hermitaño
ABRAHÁN: ¿En efecto, mi sobrina con tanta disolución hace vida en un mesón? PANTOJA: Ella corrió la cortina a la vergüenza, y allí a quien la paga mejor ofrece gusto mayor, aunque sea el gran Sofí. ABRAHÁN: Búscame, Pantoja amigo, un vestido de soldado, que quiero ser disfrazado de su liviandad testigo. Y para que efecto tenga, ve volando a Alejandría, y pide de parte mía el dinero que convenga. PANTOJA: De tu pensamiento apelo. ¿Qué es lo que quieres hacer? ABRAHÁN: Si puedo, que llegue a ver la mesonera del cielo. PANTOJA: ¿Y quién te ha de acompañar, señor, en esta ocasión? ABRAHÁN: Tú, que sabes el mesón. PANTOJA: Bien me quisiera excusar, si puede ser, de ir contigo. ABRAHÁN: ¿Por qué? PANTOJA: Porque cuando fui con el vejete reñí y quedó muy mi enemigo, y si me vuelve a coger en su casa, es ocasión de alborotar el mesón. ABRAHÁN: Pantoja, aquesto ha de ser; y pues yo estaré a tu lado, no hay que temer el partido. PANTOJA: Señor, yo soy mal sufrido; y vestido de soldado, si él dice palabras tales que yo me llegue a enfadar, no le puedo convidar a cerezas garrafales. ABRAHÁN: Enseñarásme el mesón, y luego podrás volverte ya que temes de ponerte en semejante ocasión. PANTOJA: ¿Adónde me he de volver? ABRAHÁN: A la entrada del lugar, y allí podrás aguardar; que antes del amanecer estaré contigo yo. PANTOJA: Plegue a Dios que ello aciertes, y que no haya algunas muertes en el caso. ABRAHÁN: Aqueso no, que lo sabré disponer mejor que imaginas tú. PANTOJA: Lléveme a mí Bercebú, si no hay harto que temer. ABRAHÁN: Vamos, y pierde el recelo que te enfada y amohina, que ha de ser hoy mi sobrina la mesonera del cielo. PANTOJA: Vamos; mas, por Cristo eterno, si llueven palos en mí, que vendrá a ser para mí mesonera del infierno.
Vanse los dos. Salen ALEJANDRO y MARDONIO
MARDONIO: ¿Cómo va de amores? ALEJANDRO: Mal. MARDONIO: ¿Por qué? ALEJANDRO: Porque con rigores corresponde a mis amores. MARDONIO: No vi condición igual, ni sé qué pueda decir, viendo que por varios modos hace buena cara a todos y a vos no os quiere admitir. Y me da que sospechar, mirando tales resabios, que de por medio hay agravios que la obligan a mostrar ceño y capote con vos. ALEJANDRO: Que tiene razón confieso de hacer conmigo este exceso. MARDONIO: Ya sabéis que entre los dos estrecha amistad ha habido; y así decirme podéis si satisfacción tenéis de mí, que secreto ha sido, la causa de este desdén. ALEJANDRO: Corta nuestra amistad fuera si agora parte no os diera de mi mal o de mi bien. Ya os acordáis que llegué a Tebas con poco gusto, y que nació este disgusto de una mujer que gocé. MARDONIO: Sí, me acuerdo. ALEJANDRO: Pues, Mardonio, es ésta misma; y en fin este humano serafín se me convirtió en demonio después que de su hermosura gocé el néctar soberano, que me obligó a ser tirano al verla en una clausura, adonde a Dios dedicada con mucho gusto asistía; y viendo que le ofendía con acción tan arrojada, temiendo de su rigor la rigurosa sentencia, determiné hacer ausencia olvidado de mi amor. Y como agora la vi sin estas obligaciones, a mis antiguas pasiones con más fuerza me volví. Y responde que seré, cuando la digo mi amor, falso, perjuro y traidor más que cuando la gocé. MARDONIO: En parte tiene razón; que una mujer agraviada, de su agravio hace espada y peto de su pasión. Y si da en aborrecer, aunque amor la haya rendido, es el odio más crecido que fue el amor y el querer. ¿Qué pensáis hacer agora? ALEJANDRO: Fáltame hacer un papel, y esme forzoso ir por él antes que salga el aurora; y a la vuelta la diré que vuelva a estimar mi amor. MARDONIO: Si yo soy de algún valor para serviros, lo haré. ALEJANDRO: Satisfecho estoy de vos, y así os pido que me deis licencia. MARDONIO: Vos la tenéis. ALEJANDRO: Con Dios quedad. MARDONIO: Id con Dios.
Vase cada uno por su parte. Salen PANTOJA y ABRAHÁN, éste también a lo soldado con gran cabellera
PANTOJA: Ya que habemos llegado al puerto de los dos tan deseado, ésta es, señor, la puerta del mesón; y pues sabes que está cierta con este mesonero la pesadumbre, yo volverme quiero, donde en el prado ameno aquesta noche dormiré al sereno, contando las estrellas, si acaso el sueño me dejare vellas, hasta que a la mañana María sirve al monte de Dïana. ABRAHÁN: Darte quiero ese gusto, pero llama primero. PANTOJA: Aqueso es justo. ¡Álvarez! ¿Hay posada?
Dentro ÁLVAREZ
ÁLVAREZ: Tan limpia como siempre y aseada. Entren vuesas mercedes. PANTOJA: Con aquesto, señor, quedarte puedes.
Vase PANTOJA
ÁLVAREZ: Sea muy bien venido. ABRAHÁN: La fama de esta casa me ha traído hoy a posar en ella, porque además de ser hermosa y bella con excesivos modos la mesonera, como dicen todos, también me han informado que el dueño del mesón es muy honrado. ÁLVAREZ: Por lo menos deseo servir a los que me honran con aseo. ABRAHÁN: Bien el talle publica que vuestra voluntad de todo es rica. Algo vengo cansado, y descansar quisiera. ÁLVAREZ: Aderezado tendrá el aposento la moza que decís, que es como el viento. ABRAHÁN: Si no os causa disgusto, por decirme que tiene muy buen gusto, esta noche quisiera que fuera, si gustáis, mi compañera. Mi intento tenga efecto, que no formaréis quejas os prometo. Tomad estos doblones y buscad qué cenar. ÁLVAREZ: A los varones de vuestra traza y modo, a servir con cuidado me acomodo. Yo hablaré a la moza, que mil donaires en su aliento goza, y sin darme disgusto haré que acuda a daros ese gusto. ¡Sirvan luces, María!
Sale MARÍA con dos velas encendidas en dos candeleros, y pónelas en un bufete
MARÍA: Aguardando en las manos las tenía. ÁLVAREZ: ¿Qué os parece el despejo? ABRAHÁN: (¡Ay, querida sobrina! ¡Ay, claro espejo! Aparte quebrado por mis males! Reprimid, corazón, vuestros raudales. Es su gran bizarría más que la fama publicado había). ÁLVAREZ: María, aqueste hidalgo quiere verte esta noche. MARÍA: Si yo valgo para hacerle ese gusto, desde luego, a su gusto yo me ajusto. ABRAHÁN: (¡Ay, cielos! ¿Quién dijera Aparte que tal facilidad en ella hubiera?) Vamos al aposento. (Alentad vuestros bríos, pensamiento, Aparte que de estas liviandades y de aquestas lascivas libertades, con el favor divino, por modo extraordinario y peregrino, dejando el ser ramera, vendrá a ser de los cielos mesonera.
Toma MARÍA una vela, y va delante de ABRAHÁN y quédase ÁLVAREZ
ÁLVAREZ: ¡Por San Pedro y San Pablo, que en el mesón se ha desatado el diablo! Tratemos de la cena, que con tal huésped la tendremos buena; porque hablando verdades, después que yo pasé mis mocedades y jóvenes ardores, el oro y el comer son mis amores.
Toma la vela y vase. Sale MARÍA con la vela, y después de ponerla en el bufete, corre una cortina adonde estará una cama muy bien aderezada, y ABRAHÁN
MARÍA: ¿No ha de cenar su merced? ABRAHÁN: Ya para cenar es tarde; demás que no hay para mí mejor cena que gozarte; porque mirando tus ojos y lo airoso de tu talle, es tanto lo que te adoro que el gusto se satisface. MARÍA: Avisaré, según eso, que de la cena no trate mi señor. ABRAHÁN: Decirlo puedes. MARÍA: ¡Oye vusted, señor Álvarez!
Dentro
ÁLVAREZ: ¿Qué dices, hija María? MARÍA: Que su merced no se canse en aderezar la cena, que no quiere más faisanes que gozar de mi hermosura.
Dentro
ÁLVAREZ: Háganme de aquesos males los huéspedes que vinieren, cuando yo quiero sentarme a comer. ABRAHÁN: Cierra la puerta.
Hace que se cierra
MARÍA: Ya está cerrada con llave. ABRAHÁN: Está bien. MARÍA: Agora puede en esta silla sentarse. ABRAHÁN: ¿Por qué dices que me siente? MARÍA: Porque quiero descalzarle para que nos acostemos. ABRAHÁN: Aún es temprano, bastante tiempo nos queda, María. MARÍA: Ya es razón acomodarme con su gusto. ABRAHÁN: Eres discreta. MARÍA: Ya no quiere acostarse, me ha de conceder licencia que los cabellos aparte de su rostro. ABRAHÁN: Norabuena, que es lo que pides tan fácil, que fuera estimarte en poco no hacer lo que tú gustares.
Apártale los cabellos, y túrbase, y pónese de rodillas
MARÍA: ¡Señor! (¿Qué es aquesto, cielos? Aparte Mi tío en aqueste traje?) ABRAHÁN: ¿Qué es esto? MARÍA: ¡Señor! ABRAHÁN: ¡Sobrina! ¿Tú con tantas libertades? ¿Tú con tal desenvoltura? ¿Tú con liviandad tan grande? ¿Tú tan pública ramera, que hasta en las soledades de tu torpeza y locura las peñas han hecho alarde? ¿No eres tú la que en el monte eras tenida por ángel? ¿Cómo por estas torpezas el ser ángel olvidaste? ¡María, corazón mío! ¿Quién fue causa que trocases el angelical vestido por éste que nada vale? Si del infernal dragón convertido en tigre y áspid fuiste combatida entonces, y diste contigo al traste, ¿no era mejor que acudieras, pues era el remedio fácil, a decírselo a tu tío, que yo, aunque malo, en tal trance pidiera a Dios con suspiros y con penitencias grandes, que de tales tentaciones te librara como padre? ¿Tu santidad, qué se ha hecho? ¿Dónde están tus humildades: ¿Adónde tus devociones? ¿Cómo tan presto trocaste la santidad por el vicio, la abstinencia por la carne, por el regalo el ayuno, y los bienes por los males? Vuelve en ti, mitad del alma; ya tus durezas ablanden pedazos del corazón convertidos en cristales. Mas como estás enfrascada en vicios y vanidades, y como tras un pecado pecados encadenaste, no querrás volverte a Dios, no procurarás llamarle, no intentarás reducirte, porque los vicios son tales que si en el alma una vez comienzan a amontonarse, del infierno hacen su cielo, y gusto de los pesares. ¡Ea, sobrina María!, que si del cielo cerraste las puertas con tus pecados, la penitencia las abre. Vuelve en ti, mira por ti; no aguardes a que se pase el verdor de tus abriles, de tu hermosura el donaire, el nácar de tus mejillas, de tus ojos lo brillante, el oro de tu cabello, de tus perlas el engaste, el marfil de tu garganta y los bríos de tu sangre, que si pasa todo aquesto, y llega la inexorable parca que a nadie perdona, mal podrá recuperarse el tiempo desperdiciado en locuras y maldades. Mira que corre tormenta el mar en que te embarcaste, y hay escollos peligrosos en que se rompa la nave. Coge las velas, María, de culpas descarga el lastre, y como diestro piloto que en furiosas tempestades se abraza con el timón acude tú al gobernalle. Éste es Cristo, que en el árbol de la cruz, un tiempo infame, derramó con abundancia sangre y agua en que te laves. Y si acaso te enmudece el tener cuenta que darle de tantas maldades tuyas, no temas, nada te empache, que yo tomo a cuenta mía, sobrina, desde este instante, dar cuenta de todas ellas a aquel tribunal grande como piadoso, terrible, donde disculpas no valen. Pero para tu descargo derramaré tanta sangre que se conviertan las piedras en rubíes y granates. Mira que por reducirte he tomado aqueste traje, me he fingido deshonesto, y he llegado a enamorarte. Vamos al monte, María, estas lágrimas te ablanden, estos suspiros te muevan, estas ansias te contrasten, que allí para tus heridas, tan graves y penetrantes, seré médico que aplique medicinas saludables. MARÍA: ¿A qué corazón de peña no harán, padre, que se ablande tus afectos y ternuras? Dos veces eres mi padre, dos veces eres mi tío; y así debo regraciarte el salir por tu ocasión de cautiverio tan grave. Llévame donde quisieres, mas temo que han de matarte, si saben de aqueste robo los que fueron mis galanes; y así es menester recato, para que de ellos te escapes. Demás de esto, mis vestidos, que más que un tesoro valen, ¿qué haré de ellos? ABRAHÁN: Poco importa perderlos porque te ganes. En silencio está la noche, y así no debe alterarte lo que sucederme puede, que como tu alma se gane, atropellaré brïoso mayores dificultades. MARÍA: Vamos, pues, padre Abrahán, que quiero que desde hoy me llamen la mesonera del cielo, que es el mejor hospedaje.
Vanse los dos. Sale PANTOJA
PANTOJA: Mucho Abrahán se tarda, y ya la noche parda, con la brillante luz del alba hermosa se retira y ausenta presurosa; y así es forzoso empeño volver a la posada de mi dueño a ver qué ha sucedido; mas, ¡por Cristo, que [ya] siento rüído!
Hay ruido dentro
No me contenta nada el ver aquesta gente alborotada.
Sale ÁLVAREZ huyendo de ALEJANDRO, con espada desnuda
ALEJANDRO: ¡Villano fementido! ¿Dónde mi sol radiante está escondido? ¿Adónde está María? ÁLVAREZ: El no saberlo es la desdicha mía. ALEJANDRO: ¡No me mientas, villano! PANTOJA: ¡Oh, si acabase de apretar la mano, por lo menos me holgara que un "persignum" le diera por la cara! ALEJANDRO: ¡Acaba de decirlo! PANTOJA: Y tú de persignarle con un chirlo. ÁLVAREZ: Anoche un huésped vino, con extraordinario modo y peregrino, cuyo talle mostraba ser espejo, según representaba, de santidad perfeta, y éste... ALEJANDRO: ¿Qué? ÁLVAREZ: Se ha llevado la maleta, y porque el mal me sobre, con llevarla me deja triste y pobre. ALEJANDRO: Huésped con tanto brío, éste sin duda fue Abrahán su tío. A buscarle partamos, que aunque le oculte el monte entre sus ramos, o la celeste esfera, en buscarle seré garza ligera.
Vanse los dos
PANTOJA: Esto está en mal estado; mejor es acogernos a sagrado.
Vase. Sale el DEMONIO como antes
DEMONIO: Lleno de rabia y furor vuelvo a mirar estos riscos, donde habitan basiliscos que dan vida a mi dolor; que no puede ser mayor mi dolor y mi pesar, que ver volver a ganar a un pecador convertido todo lo que había perdido con pecar y más pecar. ¿Quién imaginar pudiera que tan pública mujer, ya sujeta a mi poder, de mis prisiones saliera, y que penitencia hiciera con tan alentado brío, que echara por tierra el mío? Mas, ¿de quién formo querella, si es Dios el que me atropella con superior poderío? Pero ya me vengaré del mismo Dios en María, que mi cautela y porfía, ha de darla un puntapié, y a su pesar volveré a rendirla y sujetarla, que quien supo derribarla de la alteza en que la vi, el mismo soy que antes fui para poder conquistarla. De poco han de aprovechar disciplinas y silicios, yo la volveré a los vicios a pesar de su pesar; ya se acabó de azotar ya se quiere recoger; mas mi cautela ha de hacer, por ser negocio importante, que todo el mundo se espante de mi fuerza y mi poder.
Sale MARÍA, vestida con saco, cogiendo unas disciplinas
MARÍA: Al paso, inmenso Señor, que solté la rienda al vicio, voy pagando de mis culpas las penas entre estos riscos; que aunque es verdad que su cuenta las ha tomado mi tío, es bien quien gozó los gustos que goce de los castigos. Licencioso el cuerpo fue, y es razón que el cuerpo mismo pague a costa de su sangre lo que cometió atrevido. Y para lavar mis culpas tributa el corazón mío por las bombas de los ojos aljófares de hilo en hilo. Y la regalada carne, de tantos males principio, para pagar deudas tantas destila granates líquidos. Todo es poco a lo que debo, paga es corta a mis delitos, pena es breve a tanto infierno como tengo merecido. Pero vos, Señor inmenso, piadoso, manso, benigno, los holocaustos pequeños hacéis grandes sacrificios. Oveja soy que perdida me salí de vuestro aprisco, pero ya me ha vuelto a él lo dulce de vuestro silbo. La mesonera del cielo me llamaron en el siglo, mejor fuera me llamaran mesonera del abismo; pues tantos por mi ocasión, llevados de su apetito, fueron a ser moradores del eterno precipicio. Pero ya que nombre tal me pusieron los lascivos, no pretendo que este nombre, Señor, se entregue al olvido, sino que todos me llamen, estando en vuestro servicio y gozándoos en el cielo, mesonera a lo divino. DEMONIO: Eso no será si puedo. MARÍA: ¿Quién en los cóncavos nichos de estas encumbradas peñas y pirámides altivos esparce voces al viento? DEMONIO: Yo soy, lucero de Egipto, que presuroso a buscarte desde Tebas he venido. MARÍA: ¿Qué quieres? DEMONIO: Decirte quiero que te muevan los suspiros, las congojas y ternezas las ansias y parasismos con que Alejandro te busca; que si no le das alivio en tan crecidos rigores y en males tan excesivos, serás culpada en su muerte; sácale de este peligro, líbrale de aqueste riesgo e intricado laberinto. Mira que a todos importa la vida de este Narciso; no permitas que se trueque el gualda y cárdeno lirio el nácar de sus mejillas, lo alentado de su brío, lo airoso de sus acciones, que será rigor crecido, cuando puedes remediarle no lo hacer; y pues es rico, dándole palabra y mano de esposa, que es permitido, puedes remediar sus males, quedando con este arbitrio, Alejando con la vida y tú honrada con marido. MARÍA: ¿Qué te obliga a persuadirme con tal fuerza? DEMONIO: Ser mi amigo Alejandro y darme pena verle en tan grande conflicto. MARÍA: ¿Pena te da de su pena? Ya te entiendo, basilisco, ya penetro tus embustes, tu embeleco está entendido. Ya conozco que pretendes volverme otra vez al siglo, para que me enrede más en disparates y vicios; mas no lograrás tu intento, que si hasta agora he vivido para el mundo, ya estoy muerta; y aunque vivo yo no vivo, porque vive ya en mi alma la misma verdad que es Cristo, y viviendo Cristo en ella poco importan tus bramidos. Y así, vuélvete, león, rugiente donde has venido, que siendo de Cristo esposa poco has de medrar conmigo.
Vase MARÍA
DEMONIO: ¿Hay más penas? ¿Hay más rabia? ¿Hay más tormento? ¿Hay martirio más grave que darme pueda --¡Ay, de mí!--el infierno mismo? Pero, ¿para qué me quejo? ¿Para qué en balde doy gritos, pues vienen a ser mis quejas para más oprobio mío?
Vase. Salen LEONATO, con la espada desnuda, y LUCRECIA tras él
LUCRECIA: ¿A dónde vas, Leonato? LEONATO: A dar la muerte con aleve trato al que impide mis bienes. LUCRECIA: Detén la furia con que al monte vienes, que aunque mi esposo muera, tengo que ser contigo tigre fiera. LEONATO: Yo sé que con su muerte te mostrarás, Lucrecia, menos fuerte. LUCRECIA: Repara en que es cansarte imaginar que tengo yo de amarte. LEONATO: Cuando no hagas mi gusto, vendré a tenerle en darte ese disgusto.
Vanse. Sale ABRAHÁN, vestido de hermitaño
ABRAHÁN: Inmenso Hacedor del orbe, que habitáis en solio eterno, en cuyo brillante trono os cantan dulces Orfeos, ya sabéis que por librar de aquel lobo carnicero a mi sobrina María me fingí ser deshonesto; y para más animarla dije que sobre mi cuello cargaba sus graves culpas, y que en el juicio tremendo de vuestra justicia sacra, donde ninguno hay exento, estarían por mi cuenta; y así, Señor, os ofrezco estas penitencias pocas, que hago en aqueste desierto. Mas de vos saber quisiera si aquesta ovejuela ha vuelto a vuestro rebaño sacro, libre del infernal perro que intentó despedazarla, tan feroz como hambriento.
Cantan dentro
MUSICOS: "Para que contento vivas, en este triste destierro, y porque te satisfagas, escucha, Abrahán, atento: Con tanta fuerza volaron al soberano hemisferio los suspiros de María, que en ángel la convirtieron."
Córrese una cortina, adonde en una cueva, al pie de una cruz, estará MARÍA, vestida con saco, como muerta, y a su lado un ángel que le pone una corona, y prosigue la MÚSICA
"De aquesta manera premia el Consistorio supremo lágrimas que derramaron los que culpas cometieron. Y aunque desenvuelta y libre fue mesonera del suelo, la hacen hoy sus penitencias mesonera de los cielos." ABRAHÁN: Agora, Señor divino, sí que moriré contento, pues he visto por mis ojos favor tanto y tanto premio.
Sale PANTOJA corriendo
PANTOJA: ¿Qué haces, padre Abrahán, tan elevado y suspenso, cuando vienen en tu busca para quitarte el aliento, lleno de furia un vejete, endemoniado un mancebo, fuego echando por los ojos, y por la boca veneno?
Salen ÁLVAREZ y ALEJANDRO, con espadas desnudas
ÁLVAREZ: Entre estas rocas altivas dicen que estaba encubierto. ALEJANDRO: Agora, santo fingido, pagarás tu atrevimiento. ¿Dónde tienes a María? ABRAHÁN: Amigos, yo no la tengo.
Levántase
ALEJANDRO: ¿Del mesón no la sacaste? ABRAHÁN: Sí, saqué. ALEJANDRO: ¿Pues, qué es aquesto? ¿Cómo dices que no tienes, la que de Tebas fue espejo, sol claro de Alejandría, y de estos montes lucero? ABRAHÁN: Porque no la tengo yo. ALEJANDRO: ¿Quién la tiene, pues? ABRAHÁN: El cielo tiene su alma y la tierra tiene solamente el cuerpo; veis aquí lo que ha quedado. ALEJANDRO: A tus pies, padre, confieso
De rodillas
mi culpa, pues por mi causa huyó de aquestos desiertos. ÁLVAREZ: Perdóneme a mí también.
De rodillas
PANTOJA: No perdone al mesonero. ABRAHÁN: ¿Por qué? PANTOJA: Porque fue alcahuete por todos caminos diestro. ABRAHÁN: Yo os perdono, mas importa que haya enmienda, que es severo el Juez, y a quien no se enmiende le castiga con infierno.
Dentro LUCRECIA
LUCRECIA: ¡Huye, querido Abrahán! PANTOJA: ¿Otro demonio tenemos?
Salen LEONATO, con la espada desnuda, y LUCRECIA tras él
LEONATO: Pagarás, Lucrecia ingrata, de esta suerte tus desprecios. ALEJANDRO: ¡Detén la espada, Leonato! LEONATO: ¿Tú, Alejandro, en este puesto? ¿Quién al monte te ha traído? ALEJANDRO: Amigo Leonato, celos; pero ya los he dejado. ABRAHÁN: Leonato, ¿aquestos excesos de qué nacen? LEONATO: De haber visto en Lucrecia tal desprecio, que me desprecia por ti, y publica que teniendo vida su querido esposo, son vanos mis pensamientos; y así matarte quería. ABRAHÁN: Haz cuenta, pues, que estoy muerto, Lucrecia, y dale la mano. LUCRECIA: Ya le he dicho que pretendo morir en aqueste monte, sin que me goce otro dueño. LEONATO: Pues si estás determinada, y reducirte no puedo a que conmigo te cases, desde aquí a Tebas me vuelvo. ALEJANDRO: Yo no, que con tu licencia, si estar contigo merezco, pretendo mudar de vida. PANTOJA: Y el hermano mesonero, ¿qué pretende hacer? ÁLVAREZ: Volverme a mi mesón. PANTOJA: Yo lo creo, que los que una vez se enseñan a dar gato por conejo, aunque Dios llame a la puerta, no abren a su llamamiento. ABRAHÁN: A Dios le demos las gracias, y sepultura a este cuerpo. ALEJANDRO: Demos, porque tenga fin la mesonera del cielo.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 01 Jul 2002