ACTO TERCERO


Salen doña MENCÍA y LEONOR, SOLANO y don GARCERÁN
GARCERÁN: Bien salió el disfraz, don Carlos. MENCÍA: Enamorarse don Juan ha sido, don Garcerán, mucho mejor que engañarlos. ¿Qué ha dicho el conde? GARCERÁN: Está loco de placer. MENCÍA: Y con razón; que tener la posesión de quien bien quiere no es poco. Y pues sus cosas Amor las ha puesto en tal estado, las vuestras me dan cuidado, y veros sin él mayor. Vos queréis bien, vos amáis, y tan principal mujer ausente no puede ser, pues presente la olvidáis; que quien tiene amor constante, aunque lo amado esté ausente, en todo tiempo presente lo ha de juzgar el amante; y así, pienso que perdida tenéis la memoria de ella. GARCERÁN: ¡Ay, don Carlos! Vive en ella; que quien ama, tarde olvida; que las cenizas están de aquel incendio calientes, y aquellos días presentes, ¡qué malas noches me dan! MENCÍA: No sé cómo concertar tanto arder, penar, sufrir, con lo la ver ni escribir, ni alguna disculpa dar; que si como vos la amara, fueran como mis deseos las cartas y los correos que escribiera y despachara. GARCERÁN: Pues, ¿quién tendrá atrevimiento de escribir a una mujer tan principal, sin temer su ira y su sentimiento? Que si cuando me partí de Salamanca lo hiciera, no dudara ni temiera escribirla desde aquí; pero quien usó con ella tan desigual cortesía, escribiéndola, sería hacer mayor su querella. MENCÍA: No tenéis qué reparar ni qué dudar ni temer; que quien bien supo querer, tarde y mal sabe olvidar. Escribidla este ordinario; yo también escribiré a persona que le dé las cartas, si es necesario; que cuando tenga entendida la ocasión de vuestra ausencia, hallaréis sin resistencia dulce y alegre acogida. GARCERÁN: Escribámosla en buen hora, y ha de ser entre los dos. MENCÍA: Mejor lo haréis sólo vos. GARCERÁN: Teme el alma que la adora. LEONOR: ¿No ves la conversación de nuestros amos, Solano? SOLANO: Si no murmuran, hermano, tratan nuestra perdición; que estos pelones listados descansan con nuestras penas, y son postres de sus cenas decir mal de sus crïados. GARCERÁN: Saca aquí fuera, Solano, el recado de escribir.
Vase SOLANO por el recado de escribir
MENCÍA: Tú, Jaramillo, acudir puedes al correo temprano, y buscarásme quien parta a Salamanca a las veinte, porque traiga brevemente respuesta de aquesta carta. Pero no vayas, detente; que hablar quiero yo a Morales, que piden despachos tales más solícito expediente.
Sale SOLANO con el recado de escribir
SOLANO: Aquí tienes el recado de escribir y de contar, de mentir y de engañar, de notar y ser notado. ¿Falta otra cosa? GARCERÁN: Poner ese bufete a este lado.
Pone SOLANO el bufete
SOLANO: (Todo lo quiere pintado Aparte quien no tiene qué comer). ¿Está bien? GARCERÁN: Llega otra silla. SOLANO: Y aun dos he llegado. ¿Hay más? Que si como mandas das, serás señor de Tobilla. MENCÍA: ¿No os divierta aqueste loco? Empezá a escribir. GARCERÁN: Solano, calla. MENCÍA: Sosegad la mano. Sin borrones, poco a poco. GARCERÁN: Diréla mi soledad y la larga pena mía, pintaré mi cobardía y mi firme voluntad, mis suspiros y mi llanto, con que me abraso y me anego. MENCÍA: (¿Qué es esto, Amor? ¿Tanto fuego Aparte y en mi pecho hielo tanto? Pero conviene a mi honor hacer de su fe experiencia; que es justa la resistencia. aunque firme sea su amor). SOLANO: Jaramillo, ¿no penetras lo que escriben?
Cierren la carta
LEONOR: Ni es posible. SOLANO: Para mí no hay imposible. LEONOR: Pues, ¿qué es lo que escriben? SOLANO; Letras. Y juntas harán razones y las razones dirán que pide don Garcerán prestado ciertos doblones; que yo imagino que al conde escribe mi pobre amo, porque siempre a este reclamo hidalgamente responde. LEONOR: Diferente pensamiento es el mío; que escribir tan conformes es decir que tenemos casamiento. SOLANO: Pues, ¿quién se quiere casar? LEONOR: Don Garcerán, o me engaño. SOLANO: Librea de fino paño no se podrá despintar. ¿Quien es la novia? LEONOR: Una dama de Salamanca. SOLANO: Es famosa, si es un vïuda hermosa que allí celebre la fama. LEONOR: Ella será; no hay prudencia donde hay voluntad y amor. MENCÍA: Bien escrita está, señor. Cerradla y tened paciencia; que yo la despacharé con otra mía esta tarde, y el lunes, a lo más tarde, respuesta de ella tendré. GARCERÁN: Ya está cerrada. MENCÍA: Rogad a quien tenéis por patrón que llegue a buena ocasión, y vuelva con brevedad. GARCERÁN: Tomad la carta, que en ella libro todo me tesoro; que si a los ojos que adoro llega, nací en buena estrella. MENCÍA: ¿Dónde me esperáis? GARCERÁN: En casa del conde Horacio os aguardo. MENCÍA: Adiós. GARCERÁN: Vuela tiempo tardo. SOLANO: (¿Tardo es el tiempo? Él se casa). Aparte
Vanse. Salen el capitán BELTRÁN y don JUAN
BELTRÁN: Aquesta dispensación me trae, don Juan, desabrido. JUAN: ¿De Roma no ha respondido el curial? BELTRÁN: Sólo un renglón dos meses ha, y remití por cada letra cien reales; que para dar a curiales no hay plata en el Potosí. Dicen procuran favor con el cardenal Colona. JUAN: Para tan grave persona en la corte está el mejor; el conde Horacio es sobrino del cardenal, y en la mano le tenemos. BELTRÁN: No está llano, don Juan, aquese camino. JUAN: Llano estará, si es el conde vuestro amigo declarado. BELTRÁN: Amigo reconciliado mal y nunca corresponde; no le hablaré, aunque la vida me importe; que si en el pecho costumbre el rencor ha hecho con dificultar se olvida; que mis celosos temores batallan siempre conmigo, porque con capa de amigo suelen, don Juan, ser mayores. JUAN: Terrible sois. BELTRÁN: Ya lo creo; pero yo me enmendaré.
Sale OLIVERA
OLIVERA: Gracias a Dios, que te hallé. BELTRÁN: Yo se las doy, que te veo. ¿Hay algo de nuevo? OLIVERA: Sí, de Roma el despacho. BELTRÁN: Albricias tendrás como las codicias si traen carta para mí. ¿Tenéis qué hacer? JUAN: Sí, señor. BELTRÁN: Pues yo me llego al correo.
Vase el capitán BELTRÁN
JUAN: Con extraño hombre peleo, todo es celos y temor; pésame de haberle dado a mi hermana por mujer, porque juntos han de ser un ejército encontrado; que, ¿cuándo paz han tenido la paloma y el milano, mujer moza y viejo cano, en un lecho y en un nido?
Salen ALEJANDRA y LEONARDO
ALEJANDRA: ¿Fuése el capitán, mi tío? JUAN: Ya se fue. ALEJANDRA: ¿Vendrá tan presto? JUAN: No lo sé. ALEJANDRA: Don Juan, ¿qué es esto? ¿Con tu hermana ese desvío? Alza los ojos, ¿qué tienes? ¿Qué te da pena y cuidado? ¿Hase tu dama enojado? ¿Date celos y desdenes? JUAN: No he sido tan venturoso, hermana, que haya llegado siquiera a ser desdichado, cuanto más a estar dichoso; pues decirme no has querido quién es, ni cómo se llama aquella hermosa dama que me trae desvanecido. Hermana de perlas y oro, si mi tormento te obliga, dime qué mujer, qué amiga, es aquel ángel que adoro. ¿En qué zona, en qué lugar asiste tan apartado, que el deseo ni cuidado no la han podido encontrar? ALEJANDRA: Tiénesme muy obligada, don Juan, para que te diga quién es aquélla mi amiga, tan hermosa y retirada. JUAN: Representarme no quieras las cosas que dan pesar; que yo te sabré obligar con más gusto y con más veras. ALEJANDRA: ¿Has de reñirme? JUAN: No haré. ALEJANDRA: ¿Ni darme pena? JUAN: Tampoco. ALEJANDRA: ¿Ni más daguita? JUAN: Fui un loco. ALEJANDRA: ¿Ni amenazas? JUAN: ¿Por qué? ALEJANDRA: Y si en el Prado algún día me llegase el conde a hablar, ¿tiénesle de acuchillar? JUAN: Gran disparate sería. ALEJANDRA: Y si por la calle pasa y me asomare al balcón, ¿ha de haber reprehensión? JUAN: Aunque le metas en casa. Y no me apures; que harás que me infame mi locura; que yo fío en tu cordura que todo lo excusarás. ¿Quién es? Dime, hermana bella. ALEJANDRA: No podré con claridad; que en un día de amistad, ¿qué te podré decir de ella? Que aun su nombre, te prometo, don Juan, que se me ha olvidado; pero de ella y de su estado te informa como discreto de don Carlos, porque él sabe, como Garcerán, quién es, y haráslo por mi interés; que es la mujer más süave, más cuerda y entretenida, más agradable y graciosa, más dulce y más amorosa que he conocido en mi vida, y dejóme tan prendada, que visitarla quisiera y aquesta tarde lo hiciera a saber de su posada. JUAN: Pues, voyle, Alejandra, a hablar; que trazar con él querría que pueda en tu compañía verla, hablarla y visitar.
Vase [don JUAN]
ALEJANDRA: Leonardo, ¿no es extremada la locura de mi hermano? LEONARDO: Desengañarle temprano es cosa más acertada; que amor y pasión tan fuerte pueden quitarle el jüicio; que el demasiado ejercicio de la fantasía es muerte. ALEJANDRA: Estáme bien que don Juan trabe amistad con los dos. LEONARDO: A él le está mal, por Dios, y peor al capitán. Ya entiendo tu pensamiento, y el fin a que corresponde; que en su amistad la del conde apoyas. ALEJANDRA: Ése es mi intento; porque el capitán, Leonardo, me cansa con su porfía. LEONARDO: Pues para aquel triste día que te desposes te aguardo. ALEJANDRA: ¿Yo desposar con mi tío? ¡Jesús! Leonardo, primero me mataré. LEONARDO: Intento fiero. En Dios, señora, confío; porque en la dispensación tenía dificultad, y es mucha la autoridad del conde en esta ocasión. ALEJANDRA: Es verdad, pero el temor enflaquece mi esperanza, porque es la desconfïanza hija bastarda de Amor; hablar al conde quisiera. LEONARDO: Iréle a buscar, si quieres. ALEJANDRA: ¡Ay, mi Leonardo! Tú eres mi remedio; parte.... Espera.
Sale RUGERO
ALEJANDRA: Rugero, seas bienvenido. ¿Y el conde? RUGERO: Queda en la calle. ALEJANDRA: Di que se apee; que hablalle deseo. LEONARDO: Intento atrevido. RUGERO: Voyle a avisar.
Vase [RUGERO]
LEONARDO: Rematada, señora, estás; vuelve en ti, no quieras se acabe aquí la tragedia comenzada. ¿No te escarmienta el aprieto en que te viste, pasado? Háblale, mas con cuidado; tenle amor, mas con secreto. Teme a tu hermano mayor y a las canas de tu tío, tu peligro si no el mío, mi vida si no tu honor. No pienses que el conde es Carlos que se puede disfrazar, fingir ni disimular ni has de volver a engañarlos. ALEJANDRA: Que no hay temor que me impida; que quien tan de veras ama atropella con su fama, con honor, hacienda y vida; y no estés tan temoroso; que cuando venga don Juan y mi tío el capitán hallaránme con mi esposo.
Sale el conde HORACIO
HORACIO: Mi bien, ¿tan grande favor con tantos inconvenientes? ALEJANDRA: Señales son evidentes, conde, de mi firme amor y del peligro presente, que es la causa que mi obliga a que despacio te diga lo que el alma sufre y siente. LEONARDO: Si ha de ir la conversación tan despacio, considera que en esta sala primera no estáis bien. ALEJANDRA: Tienes razón. HORACIO: Eres, Leonardo, discreto. ALEJANDRA: En la pieza de mi estrado nos entremos; ten cuidado. LEONARDO: ¿Y yo, qué tendré? ALEJANDRA: Secreto.
Vanse y salen don GARCERÁN y SOLANO
GARCERÁN: ¿Qué yo me caso, Solano? SOLANO: ¿Y fuera gran maravilla estar injerto en Castilla un naranjo valenciano? GARCERÁN: ¿Y que es con doña Mencía? SOLANO: Así me lo dio a entender Jaramillo. GARCERÁN: Puede ser; mas no es tal la suerte mía. ¿Halo soñado? SOLANO: No sueña, porque no duerme jamás. GARCERÁN: ¿Cómo vive? SOLANO: Bueno estás; vivirá más que una dueña; es encantado. Experiencia he hecho de esta verdad por tener necesidad de asegurar mi conciencia; que no sé qué he sospechado después que duerme conmigo, y de un cristiano y amigo sospechar mal es pecado. GARCERÁN: ¿Qué sospechas? SOLANO: Lo que temo: que es hermafrodito. GARCERÁN: ¡Extraño jüicio! SOLANO: Pues, no es extraño; que es hermafrodito o memo. GARCERÁN: ¿Qué dices? SOLANO: Buena es la risa. GARCERÁN: Necias imaginaciones. SOLANO: Si se acuesta con calzones, y se cose la camisa, y se viste con estrellas, y se entra en la cama a oscuras, ¿son muestras éstas seguras para presumir bien de ellas? GARCERÁN: Pues, ¿quieres tú condenar lo que es recato y limpieza? ¡Bueno estás de la cabeza! SOLANO: Muy malo debo de estar; pues juro a Dios que el coserse, madrugar y recatarse, no dormir y retirarse, y en la cama recogerse, que tiene algún fundamento, y mayor que el que barrunto; pero ya he dado en el punto o no tengo entendimiento. Y es, don Garcerán, forzoso que una de dos ha de ser: que es Jaramillo mujer, y si no mujer, potroso. GARCERÁN: Entrambas cosas, Solano, son posibles; mas, ¿qué has hecho, pues que no te has satisfecho, estando del pie a la mano? SOLANO: Pregúntale a mi cuidado lo que de noche procuro, mas mientras más me aseguro, le hallo menos descuidado. Yo finjo si él disimula, y déjole asegurar, mas si le vuelvo a palpar, vuelve el anca como mula. GARCERÁN: Tú traes terrible contienda; pero por eso no dejes la empresa, aunque más le aquejes, y él se resista y defienda; que si es mujer, de su engaño otro se infiere mayor, porque sus trazas Amor guía por camino extraño.
Salen el conde HORACIO y RUGERO
HORACIO: ¿En qué me puedo emplear que me esté tan bien, Rugero? RUGERO: Mira lo que haces primero. HORACIO: Que no tengo qué mirar; es Alejandra hermosa, rica, honesta, limpia, afable, discreta, dulce, agradable, cuerda, sabia y virtüosa; y quiérola tanto, en suma, que a don Juan se la pidiera, aunque en las malvas naciera como Venus en la espuma. SOLANO: El conde, don Garcerán. GARCERÁN: ¡Oh, señor! Seáis bien venido. ¿Qué buen viento os ha traído? HORACIO: Salí a buscar a don Juan. GARCERÁN: ¿Qué le queréis? HORACIO: Consultar con él cierto parecer.
Salen doña MENCÍA y LEONOR
MENCÍA: ¿Es hora ya de comer, Solano? SOLANO: Y aún de cenar. MENCÍA: ¿Qué hace tu amo? SOLANO: ¿Estás ciego? ¿No le ves entretenido con el conde?
Aparte las dos
MENCÍA: ¿Has me entendido? LEONOR: Sí, señor. MENCÍA: Pues, parte luego.
Vase LEONOR
¿Podré, señores, terciar en esta conversación? GARCERÁN: Llegáis a buena ocasión; que ahora se empezó a entablar. MENCÍA: ¿Y qué es el juego? HORACIO: De damas. MENCÍA: ¿Y qué se juega? HORACIO: Favores. MENCÍA: Mirón soy, no tengo amores, ni son para mí sus llamas; jugad los dos en buen hora, que yo veré desde afuera. GARCERÁN: Por daros gusto lo hiciera, mas hállome pobre agora. MENCÍA: Pues tened firme esperanza; que presto caudal tendréis, con quien perdáis y ganéis, con quien tanto bien alcanza. HORACIO: Más pobre soy en mi estado que en el suyo Garcerán, si alimentos no me dan por verme tan empeñado; que Alejandra en este punto al juego de bien amar me ha acabado de ganar cuerpo y alma, todo junto; y como la cantidad es infinita en rehenes, como más seguros bienes, le dejo mi libertad. GARCERÁN: Tales pérdidas, señor, por ganancia las tened; mas quien os cogió en la red era gentil cazador. HORACIO: ¿Qué más redes que razones dichas con labios süaves? ¿Ni qué cazador, que graves y fuertes obligaciones? Resuelto estoy, Garcerán, a casarme, mas quisiera ordenarlo de manera que lo supiera don Juan. GARCERÁN: Antes soy de parecer que no lo sepa, si es llano que ha de procurar su hermano la boda descomponer; que si está su fe empeñada y la hermana prometida, antes perderá la vida que romper la fe jurada, y en tal caso es acertado meteros en posesión; que si la dispensación llega, os hallaréis burlado. HORACIO Vendrá con dificultad, porque de Roma he sabido que con ellos no ha querido dispensar su santidad. MENCÍA: Que dispense o no, señor, yo me ofrezco a darlos llano, como a la hermana, al hermano. No os embarace el temor; que don Juan, agradecido, se me muestra hoy mi galán. HORACIO: Ya me ha dicho Garcerán lo que pasa. MENCÍA: Está perdido. Hoy en la calle me habló, y con el alma en la boca me dijo su pasión loca. GARCERÁN: ¿Tanto el disfraz le picó? MENCÍA: Y picará cada día, si es Alejandra instrumento de que dure su tormento, pues a mis manos le envía; porque sin duda don Juan le ha pedido que le diga quién era aquella su amiga que sosegó al Capitán, y habrále dicho que yo la conozco, y el cuitado por ella me ha preguntado. GARCERÁN: ¿Desengañástele? MENCÍA: No; antes dije ser verdad que muy bien la conocía. Díjele dónde vivía, nombre, estado y calidad, y cómo había enviudado, que hizo menos su tormento; porque ya en su pensamiento se representa casado. GARCERÁN: ¡Graciosa burla! Decí, ¿quién dijiste que era? MENCÍA: Extraño os parecerá el engaño. Todas las partes le di de aquella doña Mencía que vos olvidáis ausente. GARCERÁN: Mi fe agraviáis; que presente está en la memoria mía. Conde, don Carlos intenta, con tan ingeniosos modos, si no burlarnos a todos, meternos en una afrenta. MENCÍA: Mejor lo podéis decir cuando veáis lo que pasa; que ésta, dije, era su casa, y hoy a verme ha de venir. GARCERÁN: Según eso, habrá de haber segunda transformación. MENCÍA: Y aún tercera. SOLANO: (Aquéstos son Aparte deseos de ser mujer). MENCÍA: Monjil y tocas he hecho prevenir a Jaramillo. SOLANO: (Que quiere este monacillo Aparte darme un buen día sospecho). HORACIO: Pesada burla ha de ser. MENCÍA: ¿Y no se la hacéis mayor hoy al capitán, señor, si le quitáis la mujer? SOLANO: (De estas burlas, por Solano, Aparte pocas o ninguna. Arredro el casarme, si esto medro).
Sale LEONOR
LEONOR: No os deis tanta prisa, hermano.
Sale el CORREO
CORREO: Vengo cansado, y deseo descansar siquiera un rato. LEONOR: ¿El caminar no es buen trato? CORREO: Ni vida la del correo. MENCÍA: ¿Qué hombre es ése, Jaramillo? LEONOR: El peón que despachaste. MENCÍA: Pues, bachiller, ¿qué pensaste primero para decillo? Seáis, hermano, bien venido. GARCERÁN: Solano, dale un doblón de albricias a este peón, para beber. CORREO: Ya he bebido. SOLANO: Pues yo no, y a vuestra cuenta me beberé la mitad. GARCERÁN: Dale dos. HORACIO: La brevedad lo merece. GARCERÁN: Dale treinta. MENCÍA: ¿Traéis cartas? CORREO: Este pliego. GARCERÁN: Abridle presto, señor. MENCÍA: Sosegáos. GARCERÁN: ¿Quien, con temor, tiene, don Carlos, sosiego? MENCÍA: ¿Sabéis si estaba don Tello de camino? CORREO: Antes que yo de Salamanca partió. MENCÍA: No ha llegado. CORREO: Detenello pudo cierta viuda hermosa, que a esta corte ha de venir. GARCERÁN: ¿No sabéis a qué? CORREO: A vivir. GARCERÁN: ¿Vístela? CORREO: Vila; es famosa,.... y algo en la fisonomía le parecéis, señor, vos. MENCÍA: ¡Bien a fe! GARCERÁN: Conde, por Dios, que es ésta doña Mencía. ¿Abristeis el pliego? MENCÍA: Sí. Idos en buen hora, amigo. Tú le despacha. CORREO: ¿Qué digo? ¿Qué es del doblón? SOLANO: Veisle aquí.
Vase el CORREO. Lee doña MENCÍA
MENCÍA: "A don Garcerán". GARCERÁN: ¿A quién? MENCÍA: A vos, dice. GARCERÁN: No lo creo; que a los tristes el deseo les da por brújula el bien.
Toma la carta
HORACIO: Abridla, no seáis pesado. Leed sin desconfïanza; que en brazos de la esperanza muchos, sin vos, se han librado. GARCERÁN: Abierta está. HORACIO: Leed. GARCERÁN: Ya leo. MENCÍA: Nunca vi amor tan cobarde. GARCERÁN: ¡Ay, don Carlos! Dios os guarde de veros como me veo.
Lee
"Tras tantos meses de olvido, crüel fugitivo Eneas, con el gusto que deseas recibió tu carta Dido; que no pudo la crueldad de tu rigurosa ausencia descomponer la asistencia de mi firme voluntad. Que me has tenido quejosa puedo decir con razón, mas ya apruebo la ocasión y digo que fue piadosa; y así, estimando tu fe, admitiré tus disculpas; que culpas que excusan culpas, mal condenarlas podré. Que tu mudanza, en rigor, hace en mí mayor efecto; que en lo que en ti fue respeto en mí viene a ser amor. Éste me lleva tras sí, y porque estoy de partida, ten lástima de mi vida por la que tengo de ti. Que hasta verte, ¡alegre día!, ni hora sin ti ver espero. De Salamanca, a primero de mayo. --Doña Mencía". MENCÍA: ¿Qué os parece? ¿Estáis contento? GARCERÁN: Y tan loco de placer el alma, que a encarecer no lo acierta el sentimiento. Carta de consuelos llena y privilegio rodado, por donde estoy excusado de la merecida pena; carta que en el mar incierto de mi continuo penar sois carta de marear, que me encamináis al puerto; carta de pago y remate de todas cuentas pasadas, en su memoria olvidadas, para que sus dudas trate; carta ejecutoria mía tan en mi favor ganada, que al alma sirve de honrada y generosa hidalguía; carta mía, real decreto, en donde vienen librados los frutos de mis cuidados, premio de mi amor perfeto; bendigo, carta, la mano hermosa que te escribió, la lengua que te dictó, el estilo soberano, el papel, la tinta y pluma, apacibles instrumentos que, tocados, mis tormentos deshicisteis como espuma; bendigo... MENCÍA: Don Garcerán, ¿sobre qué pueblo bendito, ciudad, provincia o distrito tantas bendiciones van? HORACIO: Finezas, don Carlos, son de su amor. SOLANO: Y su locura, pues quita el oficio al cura e incurre en excomunión. GARCERÁN: Bien me tratáis. MENCÍA: ¿Queréis ver lo que me escriben a mí? GARCERÁN: La sustancia referí. MENCÍA: La carta podéis leer; que lo que me dicen es con el cuidado que dieron las cartas que recibieron. GARCERÁN: Y este don Tello, ¿quién es? MENCÍA: Un honrado caballero con quien en su mocedad tuvo mi padre amistad en Saboya, y hoy le espero. LEONOR: ¿No sabes que ha de venir don Juan? MENCÍA: Ya lo sé. LEONOR: ¿Qué esperas? HORACIO: Y al fin, ¿qué? ¿Queréis de veras burlarle? MENCÍA: Y como a vestir me voy, esperadme un rato; que de estas burlas que veis los dos conocer podréis si son veras las que trato.
Vanse doña MENCÍA y LEONOR
HORACIO: Es don Carlos extremado. GARCERÁN: Y de un ingenio excelente, y de verle tan prudente y tan mozo me he admirado. Débole, conde, la vida; que él ha sido mi remedio, pues por andar de por medio no está en penas consumida. Por él de doña Mencía veré aquel cielo sereno, y veré mi pecho lleno de contento y de alegría. HORACIO: ¿No pensáis hacer, si viene, alguna demostración? SOLANO: Librea habrá de invención. GARCERÁN: ¿Qué ha de hacer el que no tiene? SOLANO: Si te tienes de casar, no se excusa. Hazla del paño que en las caras traen hogaño las damas de este lugar; con guarnición de un castillo, si no la quieres de espada, gala al fin no muy usada, mas es de acero y martillo. Los herreruelos süizos, que nunca parecen mal, con cuello de Portugal que un moro los hará hechizos. Y echarásles pasamanos de corredor o escalera, con botones en hilera que asientan los cirujanos. Sus bandas de arcabuceros y ligas de venecianos, con que saldrás más lozanos que Durandarte y Gaiferos. Jubones al parecer, del verdugo de la villa, que los corta a maravilla tan justos que es un placer. Y porque presto se estragan los sombreros, acomoda sus cabezas a tu moda, con gorras que nunca pagan. Y así, de balde vestidos, tus pajes y tus lacayos saldrán como papagayos y como Pascua floridos. GARCERÁN: Tienes buen gusto, Solano. La invención me ha satisfecho. SOLANO: Es librea de provecho y de invierno y de verano. HORACIO: Gracia has tenido. Dinero no os ha de faltar. Vestid cuatro o seis pajes. Lucid. Tratáos como caballero; que con una letra mía os dará mi mercader lo que fuere menester; que él me presta y él me fía. SOLANO: ¿Qué fía? ¿Sobre qué prenda? HORACIO: ¿Aquesto te da cuidado? SOLANO: No sin causa me le ha dado. HORACIO: Fíame sobre mi hacienda. SOLANO: ¿Adminístratela? HORACIO: Sí. SOLANO: ¡Lastimosa perdición! GARCERÁN: Arbitrios, Solano, son de ahorrar. SOLANO: ¡Y de gastar! Di: y de mayores empeños; que estos administradores son de la hacienda señores, y verdugos de sus dueños, y peor si es mercader que dulcemente degüella y fieramente desuella al tiempo del menester, y si llegáis a sacar paño o seda, sin reparo lo peor y lo más caro te han de venir siempre a dar, y así desmedra tu hacienda por donde piensas que gana, y el otro rica y ufana tiene su bolsa y su tienda. Mas a aceptar no te excusa, Garcerán, lo que te ofrece, pero no se lo agradece; que dicen que no se usa, y mete con la librea vestidos para ti y todo, y vestiráste a lo godo, que es gala que más campea. Cálcete media botarga, jubón con punta de armar, herreruelo al carcañar y la ropilla ancha y larga, sombrero sobre la frente, corto y sin pegar el cuello, peinado y largo el cabello, gesto y voz a lo doliente. GARCERÁN: No me descontenta el traje. ¿Quién lo trae? SOLANO: Gente de humor, con punta y collar de honor, entre escuderete y paje, gente, al fin, de media suela, en la corte entreverada, como tocino de ijada, ni bien trucha ni truchuela. GARCERÁN: Pues ya me parece mal, que si ese hábito trajera un gran señor, le siguiera como premática real, pero de gente ordinaria, ni por imaginación; porque tiene la elección civil, disconforme y varia.
Salen doña MENCÍA, en hábito de viuda, y LEONOR en el dicho
MENCÍA: Dime si salgo bien puesta. LEONOR: Tú te los sabes; el alba pareces cuando despierta y a las puertas del sol llama. HORACIO: Volved, Garcerán, los ojos; veréis entre nubes blancas prodigiosos resplandores y maravillas extrañas. GARCERÁN: Muerto soy, conde, a traición; que quien con la vista mata, con un rayo poderoso me ha muerto por las espaldas. Doña Mencía, señora, de mi libertad esclava, reina de mis pensamientos, natural que no bastarda, ¿es posible que te veo? ¿Es posible que me amas? Mas no puede ser posible porque me escuchas y callas. SOLANO: ¿Y es, don Garcerán, posible que un hombre con tantas barbas no echa de ver que es don Carlos, y no mujer, con quien habla? MENCÍA: ¡Vive Dios!, don Garcerán, si no os reportáis, que haga un disparate con vos. GARCERÁN: ¿Cómo, señora, tan brava, tan fiera para conmigo? MENCÍA: ¿Cómo tan fiera? Ya pasa aquesta descortesía a ser injuria pesada. Jaramillo, dame presto mi espada; que a cuchilladas le haré saber si soy hombre o mujer cobarde o flaca. HORACIO: ¡Sosegaos! Don Garcerán, ¿qué ideas son esas vanas? ¿No echáis de ver que es don Carlos, y que es el mismo que trata vuestro descanso y el mío aunque está con tocas largas? GARCERÁN: Ya lo veo, conde amigo, pero camino no halla mi confuso entendimiento para salir de esta calma. HORACIO: Vos le hallaréis, no es dé pena. SOLANO: Don Juan viene. HORACIO: Y Alejandra, si no me engaño, y Leonardo. SOLANO: ¿Qué enigmas son éstas varias?
Salen don JUAN, ALEJANDRA, y LEONARDO
MENCÍA: Señora Alejandra. ALEJANDRA: Amiga, ¿qué lastimosa desgracia, qué desdicha ha sido aquésta? ¿Hoy vïuda, ayer casada?
[A su hermana]
JUAN: Si se ofreciere ocasión, y aunque no se ofrezca, trata con ella de mi remedio. MENCÍA: ¿Qué os dice don Juan? ALEJANDRA: No nada.
[A él]
Habla a Garcerán y el conde; que yo le diré tus ansias. MENCÍA: Hablad más quedo. GARCERÁN: ¿Solano? SOLANO: ¿Señor? GARCERÁN: Mira bien, repara, ¿no es ésta doña Mencia? SOLANO: ¿Todavía estás en Babia? Digo que se le parece como a un huevo una castaña. GARCERÁN: ¿No son sino unas facciones? SOLANO: No, señor, sino contrarias; y hay la misma diferencia que entre la silla y la albarda. GARCERÁN: ¿Qué dices? ¿Está borracho? SOLANO: Y tú, ¿qué estás? ¡Calabaza! HORACIO: ¿No es graciosa la prudencia? Garcerán, ¿es de importancia que sea agora o no sea don Carlos? SOLANO: ¡Locura extraña! ALEJANDRA: Cuando sepa la verdad, don Juan, no importará nada. Decidle, Carlos, que el conde es mi esposo y que se cansa si piensa que de su tío he de ser mujer forzada. Yo sé romperá por vos con promesas y palabras, que inconvenientes mayores quien tiene amor desbarata. MENCÍA: Llamadle. ALEJANDRA: Hermano, don Juan, llégate más cerca. Acaba. JUAN: ¿Quién mira al sol sin temer los rayos que le amenazan? HORACIO: ¿No os divierte, Garcerán, el ver allí lo que pasa? A don Carlos dice amores don Juan. GARCERÁN: Con ellos me abrasa. HORACIO: ¿Tenéis celos? GARCERÁN: Celos tengo. ¡Celos, conde, celos! ¡Rabia!
Sale el capitán don BELTRÁN
BELTRÁN: Señor don Juan, ¿qué es aquesto? ¿Vos aquí y con Alejandra? ¿Con mis propios enemigos tanto gusto, amistad tanta? JUAN: No os alborotéis, señor, hasta que sepas la causa; que a darle el pésame vino a esta señora mi hermana; que ha enviudado, como veis, y en semejantes desgracias han de acudir las amigas. como es justo, a consolarlas. BELTRÁN: ¿Y quién es esta señora? JUAN: Aquella bizarra dama que os compuso con el conde cuando la cuestión pasada. Pienso que será mi esposa; que desde aquel día el alma le rendí, y ella es, señor, el cuerpo donde descansa. BELTRÁN: ¿Es principal? JUAN: Partes tiene divinas. De Salamanca es natural.
Salen don TELLO, caballero viejo, y un CRIADO
CRIADO: Aquí vive. Ésta es, señor, su posada. TELLO: Avisa, Medrano... Espera, que ésta es mi sobrina. Abraza, doña Mencía, a don Tello. MENCÍA: Tío, de muy buena gana. GARCERÁN: ¿Qué es esto que estoy mirando? ¿Doña Mencía se llama, caballero, esta señora, y no don Carlos? TELLO: ¡Qué gracia! HORACIO: ¿Qué decís, señor? ¿Mujer es el que habláis? TELLO: ¿Esta casa es de locos o de cuerdos? Sobrina, ¿es torre encantada? ¿Qué es lo que estos caballeros ponen en duda? MENCÍA: Más larga relación pide, señor, su admiración. SOLANO: (¿Inventara Aparte Satanás mayor embuste? Pero, ¿qué ingenio se iguala al de mujeres? ¿Qué enredos ni quién como ellas los traza? MENCÍA: Después os diré, señor, mi historia en breves palabras. Baste, señor, por agora que me halláis, si no casada, concertada por lo menos, con un hombre en quien se hallan gentileza y gallardía, lealtad, amor, fe, constancia; y sólo vuestra venida aguardé, porque me honrara la generosa presencia y respeto de tus canas. TELLO: ¿Y quién es el caballero, señora, con quien te casas? MENCÍA: El señor don Garcerán. GARCERÁN: ¿Qué hombre mortal alcanza tanto bien? Dame tus brazos [mi fénix de Salamanca]. MENCÍA: Y el alma, señor, con ellos. GARCERÁN: Y vos, don Tello, esas plantas, por la merced que recibo de aquesas manos hidalgas. TELLO: Con el amor que Mencía os doy mis brazos. JUAN: Hermana, ¿qué es esto que ven mis ojos? ALEJANDRA: Pues, ¿de qué, don Juan, te espantas? Efectos son del amor. MENCÍA: Háblame, bella Alejandra. ALEJANDRA: Y agora con más razón. MENCÍA: Jaramillo, ¿por qué callas? LEONOR: ¿He de hablar sin ocasión? TELLO: ¿Es tu crïado? MENCÍA: ¡Y crïada! TELLO: ¿Ésta es Leonor? LEONOR: Sí, señor. Leonor soy y vuestra esclava. SOLANO: ¡Cómo! ¿También Jaramillo era mujer? ¡Que en mi cuadra la haya tenido dos meses, y no he sabido nada! Señor don Carlos, primero, y doña Mencía, octava maravilla, más famosa que no las siete nombradas, pues dos meses de aposento tuve con aquesta ingrata con nombre de Jaramillo, haz se quede en mi posada con nombre de mi mujer porque así me desagravia. MENCÍA: Quisiera darte a Leonor, Solano, mas no le agrada a Leonor tu casamiento. SOLANO: ¿No? Pues fraile soy sin falta.
Sale CAMILO curial de Roma
CAMILO: ¿Señor capitán? BELTRÁN: Don Juan, la dispensación sin falta os trae el señor Camilo. CAMILO: No ha querido mi desgracia. Antes os vengo a decir que su santidad el papa no ha querido dispensar porque... BELTRÁN: No digáis las causas, basta decir que no quiso; que en tales casos no basta ser el curial diligente. No nací para Alejandra. MENCÍA: Pues por el conde suplico al señor don Juan su hermana le dé por mujer, y a vos tengáis por bien que se haga. BELTRÁN: Yo, señora, se lo ruego; que mi sobrina levanta su nombre con su grandeza y yo intereso su gracia. HORACIO: Bésoos las manos, señor, por tan generosa hazaña. JUAN: Pues el capitán, mi tío, tan fácilmente se llana, Alejandra es vuestra, conde, y ella sola es la que gana; que el que pierde aquí soy yo, pues burló mis esperanzas y mi amor doña Mencía; pero escogió como sabia. GARCERÁN: Paciencia, señor don Juan; que burlas, y más de damas, podéis tener por favores y pues la noche está en casa, y la cena prevenida, no hay sino a placer gozarla. BELTRÁN: Es el consejo de amigo. GARCERÁN: Perdón, senado, se aguarda, y demos con esto fin al Fénix de Salamanca.
Vanse todos

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 28 Jun 2002